Cuando mi familia y yo estábamos en el aeropuerto, al regresar a casa después de unas vacaciones de Navidad, mi esposo y yo fuimos dirigidos a diferentes filas de seguridad debido a su condición de viajero frecuente. A él y a nuestro hijo los enviaron a través de la fila rápida de seguridad, mientras que nuestra hija de tercer grado y yo nos quedamos en la fila regular.
Cuando colocamos nuestras maletas en la cinta transportadora, el hombre delante de nosotras de repente se dio vuelta. Visiblemente indignado, tiró nuestro equipaje al suelo.
No dije nada. Como no tenía idea de cuál era el problema, pensé que lo mejor era darle al hombre más espacio, y esperamos a que avanzara varios pasos antes de volver a poner nuestro equipaje en la cinta.
De nuevo, el hombre se dio vuelta con la cara roja, y arrojó nuestras pertenencias al suelo. Con una voz deliberadamente tranquila y serena, pregunté si había algún problema. Agitando las manos, gritó: “¡Por supuesto que hay un problema! ¡Tú y tu gente!” (yo soy negra.) Estaba a poco más de un brazo de distancia de nosotras, cada vez más cerca, mientras que por varios minutos lanzaba una arenga vil y racista. El aeropuerto estaba lleno, pero nadie vino a ayudarnos.
Dado que situaciones como esta sólo suceden cuando mi esposo, que es blanco, no está cerca, estoy acostumbrada a confiar en Dios como “nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmos 46:1). Tranquilicé mi pensamiento y le pregunté a Dios qué necesitaba ver. ¿Cuál era la verdad que nos haría libres? En estas circunstancias, a menudo me vienen a la mente con una claridad cristalina, pasajes de la Biblia, y lo que me vino en ese momento fue lo siguiente: “Porque has puesto al Señor, que es mi refugio, al Altísimo, por tu habitación. No te sucederá ningún mal, ni plaga se acercará a tu morada” (Salmos 91:9, 10, LBLA). Las personas no son nuestro refugio; Dios lo es. Así que estábamos protegidas y a salvo.
Inmediatamente después de tomar conciencia de esto vino otro escudo espiritual: “El mal no es poder”; una verdad fundamental que se encuentra en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy (pág. 192). Razoné: “O Dios, el bien, es omnipotente, o no lo es. Puesto que Dios es, el odio y el prejuicio no deben tener ningún poder”.
Me quedé quieta, cediendo a estas verdades, y no respondí de ninguna otra manera. El hombre dejó de gritar, dio media vuelta y pasó por el proceso de control de seguridad. Mi hija y yo salimos del área sin más incidentes y nos reunimos con mi esposo y mi hijo. Yo estaba un poco conmocionada, pero, sobre todo, estaba agradecida porque sentía que me había liberado de un sentimiento circunstancial y potencialmente perpetuo de victimización.
Seguí orando en busca de guía y comprensión. Escuchar con un corazón tranquilo me permitió ver que, en realidad, el racismo no tiene parte ni perpetrador ni víctima ni testigo.
EL VERDADERO PERPETRADOR
El verdadero perpetrador del odio racial no es una persona. Es una mentira de los sentidos materiales. Esta mentira perpetúa el mito de que somos materiales, separados de Dios, ordenados en grupos basados en el color, y que poseemos mentes propias con las que podemos hacer el mal. Dondequiera que se permite el arraigue de esta creencia, causa estragos hasta que es corregida por la Verdad divina, la cual afirma que poseemos la Mente inocente e invulnerable del Cristo, que bendice a todos y no hiere a nadie. El conocimiento de nuestra unidad con Dios se obtiene únicamente a través de los sentidos espirituales. Mantener esta verdad como lo más importante en el pensamiento neutraliza la supuesta potencia del mal.
Como la Guía del movimiento de la Ciencia Cristiana y por ser mujer, Mary Baker Eddy experimentó tanto odio como discriminación, pero se negó a reconocer a las personas, los individuos, como el enemigo o los perpetradores del mal. Ella vio que la verdadera naturaleza del hombre es espiritual, incapaz de ofender o dañar, y siempre respondió a aquellos que se oponían a ella con amor cristiano.
El verdadero perpetrador del odio racial no es una persona. Es una mentira de los sentidos materiales.
En un ensayo titulado “Amad a vuestros enemigos”, la Sra. Eddy le pregunta al lector: “¿Quién es tu enemigo a quien debes amar? ¿Es un ser viviente o una cosa fuera de tu propia creación?
“¿Puedes ver a un enemigo, a menos que primero le hayas dado forma y luego contemples el objeto de tu propia concepción? ¿Qué es lo que te daña? ¿Puede lo alto, o lo profundo, o cualquier otra cosa creada separarte del Amor que es el bien omnipresente —que bendice infinitamente a uno y a todos?” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 8).
LIBRE DE VICTIMISMO
La historia de la humanidad nos impresionaría con pruebas de injusticia y discriminación. Su narrativa a menudo conduce a sentimientos de ira, desconfianza, amargura y un sentido de victimización. Ocultar estos sentimientos ignorándolos no ayudará. Tampoco podemos permitirnos la sugestión de que el hombre está a merced de los sucesos históricos. Como hijos de Dios, tenemos la autoridad divina y la obligación de rechazar esta imposición, porque es falsa. El hombre es la idea más elevada de Dios. Es libre de amar su camino hacia el predominio sobre el mal, como hemos observado en la experiencia de Nelson Mandela y otros. Ninguna circunstancia puede limitar la capacidad natural intuitiva del hombre de vencer el mal con el bien.
Ya sea que uno esté sufriendo de la creencia de ser una víctima o la creencia igualmente errónea de expresar sentimientos racistas, el Amor divino responde a la necesidad humana. El amor corrige lo que no tiene lugar legítimo en el pensamiento. Las manchas de amargura, desconfianza y resentimiento pueden tratar de persistir, pero no pueden existir en la consciencia de aquellos que comprenden que el Amor divino y la idea del Amor son susceptibles solo al bien. “La esclavización del hombre no es legítima. Cesará cuando el hombre tome posesión de su legado de libertad, su dominio dado por Dios sobre los sentidos materiales” (Ciencia y Salud, pág. 228).
¿QUÉ ESTAMOS PRESENCIANDO?
Cuanto mayor parece ser la injusticia, más apremiante es la demanda de que demos testimonio de la Verdad; no de la verdad relativa, la verdad personal o la verdad variable, sino la Verdad divina, la única Verdad. Este es el propósito de la oración en la Ciencia Cristiana: dar testimonio de la verdad que sana la injusticia, así como la enfermedad. En Ciencia y Salud leemos: “Para entrar en el corazón de la oración, la puerta de los sentidos que yerran tiene que estar cerrada. Los labios deben estar mudos y el materialismo silencioso, para que el hombre pueda tener audiencia con el Espíritu, el Principio divino, el Amor, que destruye todo error” (pág. 15).
Cuando personalizamos la injusticia, dándole una causa (un nombre, una cara o un suceso), sin darnos cuenta hacemos realidad una falsedad o maldad. El mandamiento de Dios que impartió Moisés “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxodo 20:16) indica que debemos dar testimonio sólo de lo que Dios conoce y ha creado, lo que el sentido espiritual revela.
Las creencias racistas y el caos que causan dependen de un análisis material del hombre. Mientras que “Las Escrituras nos informan que el hombre está hecho a la imagen y semejanza de Dios. La materia no es esa semejanza. … El hombre es la idea, la imagen, del Amor; no es el físico” (Ciencia y Salud, pág. 475). La estimación correcta del hombre se obtiene solo del sentido espiritual. Entonces, nos corresponde rendirnos a este sentido espiritual; dar testimonio del hombre verdadero, espiritual e inocente.
No obstante, los incidentes de racismo pueden ser tan impactantes como para causar una retirada mental, y o bien nos alejamos horrorizados o lo negamos. Pero por más tentador que sea, el mal no debe ignorarse. Cuando Dios enseñó a Moisés a echar la vara de pastor al suelo, se convirtió en una serpiente (simbolizando la mentira del mal). Aterrorizado al verla, él huyó. Pero Dios le mandó que regresara, tomara la serpiente (manejara la mentira) y superara su temor a ella. Cuando lo hizo, la serpiente se convirtió nuevamente en una vara, demostrando la impotencia de la sugestión serpentina porque Dios, el bien, es el único poder que existe (véase Ciencia y Salud, pág. 321).
Para neutralizar el racismo, debemos tomar la serpiente que se nos presenta; en este caso, la sugestión de los sentidos materiales de que el hombre está separado en grupos basados en el tono de la piel u otros atributos físicos. Primero debemos ver la mentira. Luego debemos aplicar la verdad, revirtiendo la mentira y reduciéndola a nada; sin amenaza, sin daño. Si tenemos el suficiente valor como para manejarla, esta demostración será un báculo en el que podremos apoyarnos, a saber, la comprensión de que el mal no es poder porque Dios, el bien, es todo.
NUESTRO PATRIMONIO ESPIRITUAL
El verano pasado, cuando las tensiones raciales alcanzaron un punto crítico en los Estados Unidos, estallaron protestas y disturbios por los alarmantes informes de injusticia racial, y recibí una serie de textos y correos electrónicos de personas preocupadas por mi seguridad y estado mental. Me decían que entendían el dolor que debía tener como mujer negra, y que lo lamentaban.
Si bien aprecié su preocupación por mi bienestar, esta suponía un espacio mental que yo no ocupo. No tenía dolor. No me identifico como Nicole la negra. Soy Nicole, cuyo mayor deseo es expresar el amor universal de Dios que satisface todas las necesidades humanas. La Ciencia Cristiana me ha dado el regalo de una familia no determinada por la sangre y la raza; una comprensión espiritual de la individualidad y la identidad, en la que el patrimonio humano, las circunstancias y las características físicas no nos definen ni pueden definirnos. Esto me anima y previene la soledad y el aislamiento que la condición de minoría confiere. Me siento como soy, como todos somos: apreciados por Dios, y sujetos sólo a nuestro Hacedor, el Amor divino.
El antídoto contra la opresión de un grupo de personas no es la solidaridad o la culpa de otro grupo de personas, sino la compasión que reconoce la inocencia y la independencia espirituales de todas las personas. ¿No era la misión de Jesús elevar el pensamiento a la comprensión de que somos los hijos íntegros y libres de la creación del Espíritu divino?
Cada uno de nosotros es igualmente digno e infinitamente bendecido. La noción de que la raza confiere valor o estatus es un fraude. No te dejes impresionar ni te horrorices por ello. Velo como lo que es: nada. Conoce la verdad que nos hace libres a todos.