Hace un tiempo, la empresa donde trabajaba fue repentinamente adquirida por un rival. Cuando aparecieron los nuevos empleados, que antes formaban parte de la competencia, parecía una invasión, como si estuviéramos dominados.
Durante este período, los rumores de posibles descensos por represalia, recortes salariales y pérdidas de empleos mantuvieron a mis colegas conmocionados. Las reuniones de personal semanales, que antes habían mostrado confianza, camaradería y productividad, ahora se habían vuelto temerosas, carentes de progreso y éxito. En lugar de trabajar productivamente, mis colegas —tanto antiguos como nuevos— estaban inquietos y ensimismados, y abundaban los chismes.
Desde el principio reconocí esta repentina conmoción en mi carrera como una oportunidad para crecer espiritualmente. A través de la oración y el estudio constantes —que incluían mi ancla, la Lección Bíblica semanal del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana— tuve la certeza de que en realidad era Dios, el Amor divino, el que tenía el control de mi carrera y la de todos, en lugar del azar o la voluntad humana. Si bien era tentador sentirme abrumada o superada por la situación, había aprendido a confiar en la guía amorosa de Dios en cada detalle de mi vida. Había aprendido algo sobre el dominio espiritual.
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