Durante esas horas en que Jesús estuvo en la cruz, cuán desmoralizados deben de haberse sentido sus seguidores. Veían que estaban perdiendo lo que más apreciaban en el mundo. Jesús parecía estar muriendo, su mensaje sanador y su ejemplo se estaban desintegrando. Escuchaban a la gente decir sarcásticamente: “A otros salvó; sálvese a sí mismo, si este es el Cristo, el escogido de Dios” (Lucas 23:35).
Si tú y yo pudiéramos retroceder en el tiempo y estar allí, debajo de la cruz ese día, no nos gustaría lo que estaríamos viendo, pero no nos sentiríamos desanimados. ¿Por qué? ¡Porque ya sabríamos cómo resultó todo! Incluso después de ver que rodaban una enorme piedra frente a la tumba de Jesús —una piedra que parecía encerrar para siempre todo lo que Jesús le había dado al mundo— estaríamos emocionados por lo que sabríamos que vendría después: la resurrección y ascensión victoriosas de Jesús; un triunfo completo y absoluto para él y, realmente, para todos.
Hoy en día, se podría decir que simbólicamente esa piedra todavía se está rodando frente a una tumba u otra. Cuando parece que se oculta la bondad en el mundo, o peor aún, se desintegra, podemos adoptar involuntariamente el tipo de pensamiento que los discípulos de Jesús tuvieron durante la crucifixión. Es fácil enojarse por cualquier supresión de la bondad y la pureza. Lo que puede seguir a continuación es la desesperanza. Y, entonces, como algunos de esos discípulos, podríamos finalmente caer en el abismo de la apatía o incluso de la desesperación.
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