Solía leerles libros a nuestros dos hijos pequeños antes de acostarse, y se quedaban tan absortos en las historias que no me dejaban parar, hasta que, por último, tenía que declarar un punto final para que todos pudiéramos irnos a la cama. Cuando los niños están realmente inmersos en una historia, escuchan con todo su corazón. Su pensamiento se enfoca completamente en lo que escuchan. Centrarse con la misma dedicación propia de un niño es fundamental en la oración.
Como registra la Biblia, los discípulos de Cristo Jesús una vez le preguntaron: “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”. El relato continúa: “Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18:1-4).
Para mí, esto significa que Jesús estaba pidiendo a sus seguidores que humildemente dejaran de lado el pensamiento basado en la materia para estar abiertos a lo que les estaba enseñando sobre la vida espiritual. Y hoy en día, escuchar como un niño nos permite ser receptivos al Cristo, que, como Mary Baker Eddy explica en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, es “la verdadera idea que proclama el bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana” (pág. 332). Entiendo que alcanzar esta receptividad propia de un niño, en la que me vuelvo consciente y receptivo al “divino mensaje de Dios”, comienza con la forma en que oro.
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