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Original Web

 

Abrazar a nuestras comunidades en el amor espiritual

Del número de enero de 2025 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 21 de octubre de 2024 como original para la Web.

Original en español

 


He descubierto que no puedo permanecer indiferente ante las angustiantes noticias en mi comunidad y el mundo en general. Informes sobre prácticas engañosas, autoritarismo y violencia parecen generalizadas y necesitan las oraciones de todos. Sin embargo, tal vez pensemos que somos impotentes para hacer algo al respecto. A veces me he preguntado: “¿Podrá [Dios] poner mesa en el desierto?” (Salmos 78:19). En otras palabras, ¿es Dios capaz de ayudarnos? ¿Puedo realmente orar por esto y tener fe en que mis oraciones traerán una solución? 

Hace muchos años, mis ojos fueron abiertos al hecho de que podemos responder que sí, con certeza y alegría.

Había escuchado angustiantes noticias en mi comunidad que presentaban un cuadro oscuro de perturbaciones y anarquía. Se habían reportado incidentes de vandalismo y grafitis en las paredes de instituciones educativas y gubernamentales. Todo indicaba que eran jóvenes del sector que estaban inconformes con la alcaldía municipal y se rebelaban contra lo que ellos consideraban eran violaciones de las políticas de gobierno que garantizaban una educación de calidad y alimento para los niños de pocos recursos, así como oportunidades de trabajo para los jóvenes.

Mientras oraba, las vislumbres espirituales que me vinieron iluminaron mi pensamiento e instantáneamente hicieron que desapareciera la tristeza. Sentí la seguridad de que todo está, y estará, bien porque Dios, el bien, no cambia. Él es el mismo Amor divino, eterno e infinito, el poder omnipresente y único, ayer y hoy. Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza, y el hombre expresa a Dios.

En lugar de preocuparme, dediqué mi tiempo a esforzarme por obedecer lo que Cristo Jesús identificó como los mandamientos más importantes: amar a Dios supremamente y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Reconocí que hay un solo Dios infinito, el Amor, que ilumina los pensamientos de todos en la comunidad, incluidos los de los jóvenes que protestaban, y que este Amor nos guía y nos gobierna a todos con infinita ternura. Dios ve a todos Sus hijos inocentes, puros y amorosos, porque están creados a Su imagen y semejanza, y, por lo tanto, están libres de violencia, odio y venganza. Mantuve estos pensamientos llenos de luz, reconociendo que la oscuridad y el mal no pueden existir, pues el mal no tiene lugar en la totalidad de la omnipresencia del Amor.

Tomé más conciencia del poder supremo de Dios que corrige todo lo que es injusto en el mundo, incluso en la educación y el gobierno. Y me esforcé por ver a todos como Dios los ve: honestos y generosos, libres de motivos impuros y deshonestidad, y expresando solo las cualidades de Dios. Vi que estas cualidades espirituales formaban parte de nuestro gobierno, y que el poder y la paz de Dios se veían y se sentían. Reconocí que la deshonestidad y el egoísmo, los motivos impuros son debilidades humanas. Estos no existen en Dios ni en Su creación, que son solo  buenos. Dios es luz y en la luz no hay oscuridad. Reconocí que Dios, la Mente divina, ya tenía el control y gobernaba todo.

Meses más tarde, me sentí agradecida al enterarme de que la alcaldía fue reconocida por la honestidad e integridad con que utilizó y distribuyó los recursos del municipio y la realización de las obras presupuestadas. Yo no fui testigo ni vi ningún otro reporte de violencia contra el gobierno municipal, y la paz regresó a las calles.

En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribe: “Un único Dios infinito, el bien, unifica a los hombres y a las naciones; constituye la hermandad del hombre; pone fin a las guerras; cumple el mandato de las Escrituras: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’; aniquila la idolatría pagana y la cristiana, todo lo que está errado en los códigos sociales, civiles, criminales, políticos y religiosos; equipara los sexos; anula la maldición que pesa sobre el hombre, y no deja nada que pueda pecar, sufrir, ser castigado o destruido” (pág. 340). En numerosas ocasiones este pasaje me ha dado confianza en la capacidad de Dios para unificar y gobernar a la humanidad.

Más recientemente, nuevamente fui liberada de una sensación de tristeza y decepción, esta vez después de que el problema de la publicidad engañosa surgiera en nuestra comunidad. Se había vuelto común que las cadenas de almacenes y supermercados en nuestro país ofrecieran beneficios que luego no brindaban. Yo había experimentado esto.

En mis oraciones, reconocí que en la omnipresencia del Amor divino omnipotente no puede haber ni engaño ni pérdida. Esto era verdad para mí y para todos. Le agradecí a Dios y afirmé que Él es el mismo eternamente, que siempre tiene el control, corrige lo que sea que esté equivocado y que gobierna al hombre.

Afirmé al orar que el temor no podía prevalecer en mi comunidad o en ninguna parte del mundo. Declaré con firmeza que “La Mente inmortal,  que gobierna todo, debe ser reconocida como suprema tanto en el así llamado reino físico como en el espiritual” (Ciencia y Salud, pág. 427).  

Días después fui a comprar algo que necesitaba, y una señora, empleada del almacén, se acercó a mí y me dijo que cuando pagara, ella me estaría esperando para darme un obsequio al que tenía derecho por haber comprado ese artículo. Recibí otro artículo del almacén sin ningún costo, y el valor de este era mayor que el beneficio que anteriormente no me habían dado.

Para mí, esto fue evidencia, una vez más, de que la ley de armonía y paz de Dios está siempre presente y en operación. Toda apariencia de falta de armonía y mal puede ser reprendida —y sanada— mediante la comprensión de nuestra inquebrantable relación con Dios y de Su gobierno inteligente y equitativo de toda la creación.

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