“Los desafíos son pruebas del cuidado de Dios”, escribe Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras (pág. 66). Esta es una declaración provocadora, especialmente para alguien abrumado por el dolor. Pero experimenté la verdad de ello después de que mi madre falleciera repentinamente hace algunos años.
Tenía poco más de veinte años y me había mudado recientemente a miles de kilómetros de casa para comenzar mi carrera. Estaba lejos de mis amigos y de mi familia. Las expresiones de amor y apoyo de los compañeros de trabajo ayudaron. Una carta en particular se destacó. Incluso me sobresaltó. Era de un colega Científico Cristiano, y decía en parte: “No caigas en la tentación de pensar que un compartimiento de tu vida se ha vaciado”.
Por supuesto, eso era exactamente lo que sentía: que gran parte de la bondad había desaparecido de mi vida. ¿Cómo podía decir él que no era así? Pero su declaración resultó ser una de las muchas señales que me sacaron del valle del dolor y me llevaron hacia una mayor comprensión y experiencia de la naturaleza indestructible del bien.
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