LOS egipcios, como la mayoría de los habitantes de la tierra, han creído, desde hace mucho tiempo, en la continuidad de la vida del hombre después de que el corazón deja de funcionar. Algunos de ustedes habrán visto exhibiciones en los museos, como el de Turín en Italia, donde se han colocado los artículos encontrados en la tumba de un faraón egipcio. A un lado del sarcófago, sus parientes habían colocado sus alimentos favoritos, prendas de vestir, instrumentos musicales y otras cosas que ellos creyeron serían disfrutadas por el difunto en la vida futura. Los mortales sostienen múltiples creencias concernientes a la naturaleza del más allá, pero el hecho sobresaliente es que la mayoría de los hombres tienen la creencia innata de que la vida continúa. Rehúsan creer que el sentido transitorio de la existencia material, medido en espacios desiguales por la vara del tiempo, es todo lo que hay de la existencia.
El holocausto de la guerra ha agregado millones a la lista de mortales que se han ido, de lo que llamamos “aquí”, a lo que se denomina “el más allá”. Naturalmente, quienes permanecen aquí, buscan seguridades respecto a los seres queridos que han pasado de su vista. La Christian Science tiene mucho consuelo que ofrecerles, pues enseña, como lo hizo Cristo Jesús, que las fuerzas físicas negativas y destructivas no pueden detener la vida consciente del hombre, de igual manera que la ignorancia no puede poner fin a la inteligencia, ni pueden las tinieblas consumir la luz. Dios es Espíritu, Mente, la única Vida real; y la única entidad verdadera del hombre es la expresión de esta Vida y Mente y es tan superior a la destrucción y el aniquilamiento como lo es la inteligencia y la Vida que es Dios.
El sentido mortal y temporal de la vida y el hombre, no es el orden verdadero o divino del ser, sino un concepto erróneo y equivocado que todos, aquí o en el más allá, deben desechar y abandonar, mediante el entendimiento de la naturaleza espiritual y verdadera de Dios como Mente, y del hombre como Su idea, o expresión.
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