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La necesidad de consagración

Del número de octubre de 1946 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“UN pecador no puede sentirse alentado por el hecho de que la Ciencia demuestra la irrealidad del mal”, escribe la Descubridora y Fundadora de la Christian Science, “porque”, continúa ella, “el pecador quisiera hacer una realidad del pecado—quisiera hacer real lo que es irreal, acumulando así ‛ira para el día de la ira.’ ”

En las palabras que anteceden, contenidas en la página 339 de Science and Health with Key to the Scriptures (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras) Mary Baker Eddy de hecho advierte a sus lectores que la falsedad del sentido material sostendría que los mortales no necesitan preocuparse por el error; que no pueden hacer mal, porque no existe el mal; y que no necesitan procurar su salvación, porque el hombre ya es la imagen y semejanza de Dios, y por consiguiente no necesita salvación. Nuestra Guía sabía que estas sugestiones tergiversadoras de la verdad, pervertidoras.de la moral y mutiladoras del carácter, a menos que fueran tratadas con absoluta firmeza, podrían inducir a los incautos a llegar a la conclusión de que pueden disfrutar impunemente de los llamados placeres del sentido material, sea cual fuere su atracción peculiar.

Empero, el estudiante consagrado sabe que la Christian Science viene a disipar en vez de perpetuar el sueño de la existencia separada del Espíritu. Sabe que la Christian Science viene a demostrar a la humanidad, no sólo donde ha estado esclavizada, sino también como puede encontrar su libertad. El discípulo Juan presenta la posición trágicamente irreal de todos los mortales, y la necesidad que tienen de ser liberados de ella, al escribir: "Si decimos que no tenemos pecado, a nosotros mismos nos engañamos, y la verdad no está en nosotros.”

¿No se aplican a todos por igual las palabras de Juan? ¿Existe persona alguna sobre la tierra que no esté creyendo, más o menos, en la supuesta realidad de la materia? La respuesta afirmativa no debiera servir de justificación alguna para el pesimismo; más bien constituye tan sólo el reconocimiento necesario de que debe haber, de parte de todos, un despertar espiritual tocante a la naturaleza del todo ficticia del sentido material y la necesidad de tratarlo con firmeza y sin reservas mentales.

Además, nada hay en el mal que se le deba temer, una vez que se le ha visto como es, en lugar de como aparenta ser. Hoy más que nunca, es indispensable que nosotros, los Científicos Cristianos, nos consagremos de lleno a nuestra amada Causa, revistiéndonos con la armadura completa de Dios, en la firme conciencia del Espíritu infinito. Existe una batalla por pelear con el sentido material y una victoria por ganar. La falta de deseo de separarnos completamente y para siempre de los hábitos dañinos, es una de las causas más comunes de la opacidad mental, la confusión y el fracaso.

Todos necesitamos entender que nunca se presentará la ocasión, en la experiencia humana, cuando la espada del Espíritu pueda ser envainada con seguridad, una vez que se haya desenvainado en la Causa de Cristo, la Verdad. Al contrario, deberá ser usada con recta determinación y poder espiritual hasta que todas las imágenes mentales del sentido material hayan sido completamente desarraigadas de la conciencia.

Según la declaración de Juan, si la idea del bien infinito ha encontrado eco en los afectos de uno, éste irremisiblemente está descubriendo las decepciones del sentido material. Esta exposición del error, jamás podrá considerarse como razón válida para el desaliento. Para quien esté afanándose por el bienestar espiritual de la humanidad, en lugar de vivir por mero placer personal, la exposición del error como resultado del entendimiento espiritual y su abandono consiguiente, son indicaciones seguras de progreso.

Si uno se ha estado sometiendo inpensadamente a este o a aquel hábito sensual, debería alegrarse cuando el engaño es descubierto por la Verdad; pues ésto le hace posible demostrar la nulidad del error y liberarse de su influencia egoísta y dominante. El Maestro dijo: “¿Qué aprovechará el hombre si ganare todo el mundo”, del placer personal, “mas perdiere su alma”, o sentido del Espíritu?

La ceguedad de la justificación propia que dice: “Dios, te doy gracias que no soy como los demás hombres” y entonces, con fingida virtud, enumera todo el bien que pretende haber hecho, avanza poco o nada hacia el Espíritu; pues tal llamada oración rehusa reconocer el error inmediato que necesita extirpar, o el esfuerzo individual necesario para vencer, sin compromiso, la aseveración propia del mal. Mas la verdadera oración del penitente: “¡Dios, ten misericordia de mí, pecador!”, indica el avivamiento de la conciencia humana hacia las sagradas exigencias de la Verdad, y la buena voluntad para cumplirlas.

Esta fué, pues, la actitud honesta que Jesús cariñosamente encomendó cuando dijo que el publicano, en vez del fariseo, regresó a su hogar justificado. En su modo típico, el Maestro estaba enseñando una lección saludable—una lección denotada por Salomón cuando dijo: “El que encubre sus transgresiones, no prosperará; mas quien las confiese y las abandone, alcanzará misericordia.”

Para el sentido material, las exigencias estrictas de la Verdad son irritantes. Con impaciencia, considera como de criterio estrecho e intolerante a la persona que con firmeza y sabiduría se adhiere a la regla invariable del bien. Insiste que si tal persona fuese más indulgente con las costumbres poco deseables y sofísticas del mundo, que la pasaría mucho mejor y que obtendría mejor resultado.

Si bien es evidente que en ciertos casos la tolerancia es del todo deseable, debería entenderse que la verdadera tolerancia jamás exige que se entre en componendas con la mundanalidad y que de esta manera se desobedezca la ley de Dios. Inevitablemente, aquel que de continuo hace concesiones al sentido material, a fin de ser considerado como un “buen compañero”, algún día cesará de ser un buen hombre.

Aun cuando las exigencias de la Verdad no admiten compromisos, no es prerrogativa de una persona el decidir si la otra está solucionando sus problemas de acuerdo con el Principio. Dios es el único Juez, y puede dependerse de que “el Juez de toda la tierra” obrará justamente, aun El cuyos juicios “son verdad, y a una justos.”

Ninguna injusticia nos acecha en el mandato eterno que recompensará ostensiblemente y de manera infalible a todo hombre de acuerdo con su progreso espiritual. Puede aprenderse una lección muy útil del manómetro de vapor, el cual, con toda fidelidad indica en el exterior lo que pasa dentro de la caldera.

Puesto que el Amor es el Principio divino del ser, su objetivo primordial es descubrir y destruir, aquí como en el más allá, todo error en la conciencia humana. Esto elimina la causa irreal de la discordancia y el sufrimiento y hace posible que uno experimente un sentido de salud, felicidad y seguridad progresivas.

El autor recuerda el caso de cierta persona, que no era muy seria en sus estudios de la Christian Science y que sufría de algo que la ciencia médica había diagnosticado como tumor en el cerebro. Recurriendo a un practicista para que lo ayudase, el paciente voluntariamente reveló que, sin saberlo su familia ni sus amigos, por largo tiempo se había entregado a la sensualidad, en una forma particularmente degradante. En seguida el practicista alistó su entusiasta cooperación para resistir y vencer la mala tendencia. Pronto, el sentido de debilidad moral cedió ante la fuerza del entendimiento espiritual. Entonces, los síntomas de la enfermedad comenzaron a ceder y por fin desaparecieron completamente.

Aun cuando la ley de Dios declara, por una parte, que una persona no puede entregarse a los malos hábitos y demás fases del mal, sin incurrir en alguna pena, por otra parte declara que uno no puede obrar bien sin obtener la recompensa. Si no fuera así, la promesa de vida eterna sería una mofa, y los hombres quedarían sin esperanza.

Pero la ley divina no puede ser anulada. Es tan invariable como su Principio invariable. Aunque sella la sentencia del pecador, aclara que el pecador puede ser salvado en cualquier tiempo al abandonar la creencia de que puede haber placer, poder o provecho en el mal de cualquiera clase que sea.

El reconocimiento honesto de que todos segarán. de acuerdo con lo que sembraren, es una de las joyas en la corona del carácter cristiano. Con ánimo de humildad, el penitente ora: “Sea hecha tu voluntad.” A medida que los fuegos de la purificación espiritual consumen la escoria del sentido material, su fe en la infalible justicia y misericordia del Amor divino obliga al Científico Cristiano leal exclamar con Job: “¡Aunque me mate [la creencia completa en el sentido material y sus gratificaciones personales], esperaré en él!”, el Espíritu.

El Científico Cristiano consecuente, no tolera compromiso alguno con el error o el sentido material. Por el contrario, diariamente exige de sí mismo más estrecha consagración al ideal divino, que es la Mente infinita, incluso Su idea perfecta e incorpórea, el hombre. De tal Científico Cristiano, la señora Eddy escribe como sigue (Science and Health, pág. 21): “Se aparta constantemente del sentido material y mira hacia las cosas imperecederas del Espíritu. Si es sincero, será diligente desde el principio y ganará un poco cada día en la dirección correcta, hasta que al fin termine su curso con regocijo.”

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