ENTRE los cambios originados por la reciente guerra, figuró la necesidad que tuvieron muchos de abandonar sus hogares y avenirse a distintas condiciones de vida en nuevas localidades. No sólo quienes formaban parte de las fuerzas armadas, sino un crecido número de civiles tuvieron que vivir entre extraños. Este cambio de localidades ha eliminado las barreras superficiales de las costumbres locales y establecido hábitos que han resultado en un mejor entendimiento de los puntos de vista y problemas de los demás, dando así un nuevo significado al hogar y a la amistad.
Webster define a un extraño como “una persona que es desconocida.” En este sentido, Cristo Jesús era un extraño para todos, excepto unos cuantos fieles seguidores, pues las personas desidiosas y parciales de aquellos tiempos desconocían su naturaleza verdadera. Mary Baker Eddy lo vió a través de los siglos con tal claridad de visión, que logró hacernos entender su grandeza y la fuente de su poder. Ella nos enseñó cómo despojarnos del manto de la entidad mortal y manifestar el mismo dominio, para probar que somos “coherederos con Cristo.” La más amplia comprensión de Dios y el hombre, que acompaña su dote a la humanidad, o sea, la Christian Science, nos presenta al extraño (al Cristo), dentro de las puertas (la conciencia) de todos.
Esta visita la podemos disfrutar sin cambio alguno en nuestra morada humana, pero a menudo la buscamos más sinceramente cuando somos trasladados a un medio ambiente extraño. A cierta joven Científica Cristiana se le ofreció un empleo, que no sólo la capacitaba para prestar servicios más efectivos en las actividades de la guerra, sino que significaba un ascenso en su profesión y un aumento de sueldo. Empero, para poder aceptar este ofrecimiento, tenía que quitar su casa y dejar a sus amistades. Comprendiendo que este empleo era la respuesta a su oración para progresar y sabiendo que Dios nos cuida cuando obedecemos Su llamada, la joven aceptó y se trasladó a una ciudad distante.
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