En el salmo número ciento treintitrés, en una breve frase, David, su autor, expone un ideal por el cual la humanidad ha estado suspirando por mucho tiempo. "¡Mirad cuán bueno y cuán apacible es que habiten los hermanos juntos en armonía!" El salmista, rey de Israel, que había llevado una vida muy tormentosa, y cuyas manos estaban manchadas con la sangre de muchos conflictos, bien podía hablar al alma sobre este tema. Sin duda alguna, al entrar en los años, la completa insensatez, sí la tragedia, de las discordias continuas pesaron grandemente sobre él e hicieron que pronunciara estas palabras inmortales.
A propósito, es interesante notar que las palabras "unidad", "unir", y "unido" se emplean solamente tres veces en el Antiguo Testamento. ¿No será posible, pues, que a las tribus guerreras de Israel se les hacía tan difícil lograr una acción unida que cualquier referencia a ella resultaba un anacronismo? Sin embargo, los profetas tales como Isaías, Jeremías y Miqueas previeron días más felices, cuando Dios y la verdadera hermandad entre los hombres se llegaría a comprender, y las espadas se forjarían en rejas de arado y la armonía milenaria aparecería entre los hombres.
¿No debiera regocijarse la humanidad ante las señales de estos tiempos? Mientras que el odio, la desconfianza y la confusión de las muchas mentes, recorren y andan por toda la tierra, sembrando la semilla de la discordia y la desunión, existen, sin embargo, indicaciones de que el amanecer de días mejores no es el sueño inútil de filósofos visionarios. La noche no está tan obscura. Millares de hombres y mujeres están luchando y orando para lograr la unificación de la humanidad. Y ahora, tras de una guerra catastrófica, una multitud de naciones está haciendo esfuerzos por reunir a todos los pueblos con el fin de asegurar la paz del mundo. Estos justos esfuerzos no pueden ni deben fallar.
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