En el salmo número ciento treintitrés, en una breve frase, David, su autor, expone un ideal por el cual la humanidad ha estado suspirando por mucho tiempo. "¡Mirad cuán bueno y cuán apacible es que habiten los hermanos juntos en armonía!" El salmista, rey de Israel, que había llevado una vida muy tormentosa, y cuyas manos estaban manchadas con la sangre de muchos conflictos, bien podía hablar al alma sobre este tema. Sin duda alguna, al entrar en los años, la completa insensatez, sí la tragedia, de las discordias continuas pesaron grandemente sobre él e hicieron que pronunciara estas palabras inmortales.
A propósito, es interesante notar que las palabras "unidad", "unir", y "unido" se emplean solamente tres veces en el Antiguo Testamento. ¿No será posible, pues, que a las tribus guerreras de Israel se les hacía tan difícil lograr una acción unida que cualquier referencia a ella resultaba un anacronismo? Sin embargo, los profetas tales como Isaías, Jeremías y Miqueas previeron días más felices, cuando Dios y la verdadera hermandad entre los hombres se llegaría a comprender, y las espadas se forjarían en rejas de arado y la armonía milenaria aparecería entre los hombres.
¿No debiera regocijarse la humanidad ante las señales de estos tiempos? Mientras que el odio, la desconfianza y la confusión de las muchas mentes, recorren y andan por toda la tierra, sembrando la semilla de la discordia y la desunión, existen, sin embargo, indicaciones de que el amanecer de días mejores no es el sueño inútil de filósofos visionarios. La noche no está tan obscura. Millares de hombres y mujeres están luchando y orando para lograr la unificación de la humanidad. Y ahora, tras de una guerra catastrófica, una multitud de naciones está haciendo esfuerzos por reunir a todos los pueblos con el fin de asegurar la paz del mundo. Estos justos esfuerzos no pueden ni deben fallar.
Por medio de los escritos de Mary Baker Eddy, su Guía, por Dios inspirada, los estudiantes de la Christian ScienceEl nombre dado por Mary Baker Eddy a su descubrimiento (pronunciado Críschan Sáiens) y que, traducido literalmente, es la "Ciencia Cristiana." están aprendiendo a orar cada día, para que los afectos de toda la humanidad sean enriquecidos y bien dirigidos, y para que ellos mismos sepan que las sugestiones agresivas de la mente carnal jamás pueden desunir, extrañar ni confundir a la humanidad. ¿Por qué es así? Porque la mente carnal o mortal es, como dice San Pablo, "enemistad contra Dios", y la Christian Science demuestra que todo lo que se oponga a Dios, el bien, carece de poder y no es real. Cuando ellos leen en la prensa del día u oyen por la radio las noticias de desavenencias, bien sean nacionales o internacionales, ese es el momento en que los Científicos Cristianos deben afirmar, con gozosa convicción, que la unidad, o sea la relación divina que existe entre Dios y Su idea, es un hecho actual e ineludible de la existencia. "La unidad", nos dice nuestra Guía en la página 264 de su obra Miscellaneous Writings (Escritos Misceláneos), "es la naturaleza esencial de la Christian Science. Su Principio es Uno solo, y para demostrar este Uno, esta unidad divina, se requiere unidad de pensamiento y acción."
En el trabajo mental diario que hacemos para nosotros mismos, para nuestros hogares, nuestros respectivos países, y para el mundo entero, es muy importante que oremos con fervor para poder mantener en la conciencia esta unidad, la que anula los argumentos agresivos de la separación, tan perjudiciales en este preciso momento. Debemos principiar por percibir y declarar con firmeza que el hombre no puede ser separado ni por un instante de su fuente divina. ¿Es acaso concebible que el hombre, que es la expresión de la Mente, se pueda separar de la armonía, de la provisión abundante, o de sus actividades legítimas?
En lo que se refiere a nuestros hogares, ¿será posible vigilar demasiado a los enemigos de la concordia? Por ejemplo, las atracciones alucinantes, las que por supuesto no proceden de Dios, la Mente única, carecen por completo de ley y por lo tanto no tienen poder alguno; y cuando así las vemos y consideramos, no pueden desviar ni tomar posesión de nuestros hijos, los que, de otra suerte, se mostrarían cariñosos y obedientes. Si un sentido de separación pareciera surgir entre dos esposos, de mucho provecho les resultarán los sabios consejos de Mrs. Eddy sobre el particular (véase su obra Miscellaneous Writings, pág. 287, líneas 22 al 30; pág. 297, líneas 16 al 23, y pág. 298, líneas 9 al 12).
La misión de la Christian Science es promover la unidad y la armonía, y no destruirlas. A fin de salvar un hogar de la ruina, a veces sucede que uno de los consortes perdona al otro, yendo con él la segunda, o aun la tercera o cuarta milla, mientras éste no pueda resistir la influencia de atracciones hipnóticas. En muchos casos, este amor inegoísta y paciente ha obtenido la victoria y conservado el hogar. Si se diera el caso de no lograrse una unión feliz y duradera, no se podrá culpar al Científico Cristiano que, al tratar de obedecer las instrucciones de su Guía, haya perdonado "hasta setenta veces siete" (Mateo, 18:22).
En nuestras relaciones dentro del organismo de la iglesia, la mayor obligación que tenemos en esta época de continuos trastornos, es defendernos contra el argumento de separación, con tanto cuidado como lo hicieron los soldados de la primera guerra mundial, cuando el enemigo les amenazaba con los gases venenosos. ¿No es el lema de todos aquellos que se pueden denominar anticristos siempre el mismo: "Divide y vencerás?" Los Científicos Cristianos no pueden repetir demasiadas veces las verdades tales como se anuncian en el antiguo y bien conocido himno, que se encuentra en la página 264 del Himnario de la Christian Science, y una de cuyas estrofas lee como sigue:
Cual marcial milicia
los cristianos van,
sendas de justicia
ellos seguirán.
Llenos de pujanza,
sólo un ser formad,
uno en la esperanza
y en la caridad.
A las primeras señales de una desventurada división, ya sea en el hogar, en la iglesia, o en el país que uno habite, pongámonos a la alerta y reconozcámoslo como el gas venenoso del magnetismo animal, el que puede ser neutralizado y anulado con la comprensión de que el hombre siempre está unido al bien infinito y que por lo tanto nada que sea desemejante a Dios tiene poder sobre él. Protegidos por estas verdades, no le damos entrada a la sugestión hipnótica que quisiera hacernos creer que el mal, la discordancia, es cosa real que existe en el reino de la Verdad. Además, vemos a los hijos de Dios unidos a su Principio divino y por consiguiente nunca en desacuerdo entre sí.
En verdad que es bueno que habiten los hermanos juntos en armonía, y bien lo expresa el sabio Marcus Aurelios, al decir: "Hemos nacido para cooperar." Acariciemos el precioso concepto de la unidad del hombre con su Hacedor y la consiguiente unión indisoluble que existe entre todos los hombres. Con cuánta belleza se resume todo esto en la oración que el Maestro ofreció por sus discípulos en las siguientes palabras (Juan, 17:22): "La gloria que me has dado a mí, yo se la he dado a ellos: para que ellos sean uno, así como nosotros somos uno."
