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En el tiempo de la florescencia

Del número de octubre de 1947 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando contemplamos el esplendor de la florescencia, los corazones espontáneamente se nos llenan de alegría, pues en ese momento es muy fácil creer en el bien y en la felicidad. Mas, aun cuando las ramas de los árboles están desnudas y el color verde de la hierba se ha tornado a carmelita, en ese mismo momento, aunque oculto a la vista, ya se va produciendo el gran milagro que más tarde lo transformará todo en cascadas florales de color rosa pálido, blanco y carmín. Cada hoja existe en un estado de perfección, aun antes de aparecer en el árbol como la esmeralda trasparente. ¿Y a qué causa obedece este desenvolvimiento? Pues, a los cálidos rayos del sol.

Meditando sobre estas cosas, cierto día un estudiante de la Christian Science recordó lo que nuestra Guía, Mary Baker Eddy, dice en la página 331 de Miscellaneous Writings (Escritos Misceláneos), a saber: "Morando así en la Verdad, el calor y la luz de la oración, la alabanza y la comprensión madurarán los frutos del Espíritu, y la bondad hallará su libertad y grandeza primaveral." Nuestra Guía percibió que los seres humanos a menudo parecen asemejar a los árboles desnudos del invierno, con rasgos desagradables y deformes, que tienden a producir en nosotros cierta actitud de desprecio. Sin embargo, debajo de la tosca superficie encontramos belleza, gracia y ternura. Uno de nuestros himnos lo expresa admirablemente en las siguientes palabras: "Me cerca la belleza del Amor."

¿Qué es lo que hace florecer el árbol de nuestras esperanzas y deseos? Es el "calor y la luz de la oración, la alabanza y la comprensión—en una palabra, el amor. Nuestro prójimo necesita de nuestras oraciones. El tiene que ser visto a la luz pura de la visión espiritual. ¿No fué la visión pura del Maestro la que bendecía a todo aquél que se le acercaba? En su obra "Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras" (págs. 476–477), Mrs. Eddy dice: "Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto, que aparecía a él allí mismo donde a los mortales aparecía el hombre mortal y pecador. En ese hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios y este concepto correcto del hombre curaba al enfermo."

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