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El refrigerio matutino

Del número de octubre de 1947 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La comunión que los Científicos Cristianos conmemoran en los cultos celebrados en las iglesias filiales dos veces al año, es un acontecimiento de gran regocijo. En este acto de conmemoración ellos no dependen de los sentidos materiales para encontrar inspiración, sino de la misma fuente del Cristo, la Verdad, donde beben el agua viva a que se refirió Jesús, cuando le habló a la mujer samaritana de la fuente de agua viva que brotaba "para vida eterna" (Juan, 4:14).

En la Biblia se hace constancia de las muchas fiestas religiosas de los Hebreos. Estas se conocían como las fiestas de las Enramadas, de Pentecostés, y, más importante de todas, la de la Pascua, que había sido instituída por Moisés. Al celebrar esta fiesta con sus doce discípulos, la noche antes de la crucifixión, Jesús le dió un nombre y significado nuevos. Los cristianos la llaman la última cena de nuestro Señor. En su nuevo significado, el acto de comer panes ázimos simbolizaba que los discípulos estaban participando del cuerpo del Cristo, o sea, del ejemplo vivo que Jesús presentaba al mundo entero. El vino que bebían significaba la sangre del Nuevo Pacto, del cual tienen que participar todos los que siguen el camino del Cristo y que hacen frente a la resistencia opuesta por el mundo a la Verdad y el Amor. Esta fué la copa que Jesús agotó hasta las heces.

Pero lo que conmemoran los Científicos Cristianos no es ninguna de estas fiestas antiguas de los Hebreos, sino el refrigerio matutino, el desayuno espiritual, que Jesús preparó para sus discípulos después que hubo resucitado de la tumba.

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