"Si fuereis bien dispuestos y obedientes, de lo mejor de la tierra comeréis", dijo el profeta Isaías (Isa., 1:19). Esta declaración no es solamente una promesa, sino que expone la ley de Dios, la cual ordena el cumplimiento de todo lo bueno.
La buena voluntad y la obediencia—¡qué virtudes tan maravillosas son estas! No se pueden separar, pues el hecho es que sin la obediencia no puede haber buena voluntad, y sin la buena voluntad no puede haber obediencia genuina. La buena voluntad que se funda en la fidelidad al Principio, se posesiona de fuerzas espirituales, produciendo un estado mental receptivo, es decir, una cualidad o condición del pensamiento que reconoce la operación de la ley divina y sus diversas manifestaciones en la experiencia humana, y que conduce a la mansedumbre y el poder.
Mas la sumisión que no se funda en la fidelidad al Principio y que por lo tanto no obedece a la ley, no constituye buena voluntad sino más bien debilidad, instrumento del mal. Basándose en la buena voluntad genuina, la obediencia denota la operación del Principio divino, y como base fundamental de la obediencia, la buena voluntad indica la espontaneidad del Amor. Refiriéndose a las siguientes palabras de Jesús: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos", en la página 17 de su obra titulada Message to The Mother Church for 1902 (Mensaje a La Iglesia Madre para el año 1902), Mary Baker Eddy nos dice: "El [Jesús] sabía que la obediencia es la prueba del amor; que uno obedece con gusto cuando la obediencia le trae felicidad." La verdadera buena voluntad es la disposición a obedecer al instante. Es el Principio y no la persona lo que exige nuestra obediencia, y el Principio divino es el Amor, expresado espontáneamente y no por obligación.
En el libro de texto de la Christian Science, "Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras" (págs. 323, 324), Mrs. Eddy dice: "El deseo de llegar a ser como niños pequeños y dejar lo viejo por lo nuevo, dispone el pensamiento para recibir la idea avanzada. Alegría al abandonar las falsas señales del camino y regocijo de verlas desaparecer,—he aquí la actitud que contribuye a adelantar la armonía final." La buena voluntad, en su significado más elevado, incluye el completo abandono del orgullo, del temor y la incertidumbre, de la hipocresía y la insinceridad, del egoísmo y la avaricia. Implica, por otro lado, aquella humildad indispensable de una pequeña criatura, que no se aferra al pasado.
La buena voluntad se deriva del reconocimiento cabal de la acción infalible de la ley de Dios, y nos conduce a la percepción del hombre que Dios ha creado, el cual no posee pasado material alguno, ni teme el porvenir; que no tiene otro origen más que Dios, ninguna otra vida sino Dios, y ningún otro ser que el que refleja a Dios en toda Su perfección y gloria. La buena voluntad verdadera se alegra de poder dejar las falsas señales del camino, y no solamente las abandona sino que las borra por completo. ¡En el reino de los cielos no entran peregrinos llevando cicatrices de combate! ¿No nos dijo el Maestro: "El que no recibiere el reino de Dios como un niño, no entrará en él"? (Lucas, 18:17.)
La buena voluntad que siempre acompaña la obediencia, y que come "lo mejor de la tierra", requiere la renuncia al ánimo voluntarioso. La posible ganancia o pérdida no le interesa. Nos hace adoptar una actitud más espiritual, llevándonos a una elevación del pensamiento que hace que exclamemos con exaltada abnegación: "No sea hecha mi voluntad, sino la tuya" (Lucas, 22:42), reconociendo cabalmente que la voluntad de Dios es del todo buena. El Dios que todo lo ordena es en efecto el bien que todo lo cumple, pues la suficiencia absoluta del Amor se refleja en las capacidades infinitas del hombre.
Para los erróneos sentidos humanos, la vida parece estar cambiando continuamente, mas el bien que es decretado por Dios jamás cambia. El pensamiento humano por lo regular ofrece resistencia y vacilación. Encuentra dificultad en tomar decisiones, y los cambios parecen amenazarle por todos lados. Este es el momento preciso en que el estudiante de la Christian Science, apacible y sereno, le cierra la puerta al sentido personal y deja que la voluntad divina sea reflejada en él. Para la Mente única e infinita, que es la Mente del hombre, no existen la inexperiencia, las labores penosas, ni los esfuerzos vanos. Ninguna creencia de defectos personales puede retardar el fruto de la verdadera buena voluntad; la indiferencia impasible no tiene poder para impedir su desarrollo, ni puede la timidez obscurecer la plenitud de la Mente.
La buena voluntad nos capacita para comprender que es la Mente divina la que lleva a cabo nuestras obras; que las actividades de la Mente y la continuidad del bien no pueden ser afectadas por la crítica destructiva, el mesmerismo propio, la envidia, los celos, las rivalidades ni el odio. La expresión espontánea de la Mente, jamás puede ser estorbada por los pensamientos que se fijan de continuo—aunque inadvertidamente—en uno mismo. La tarea que nos pone el Amor no es ingrata, sino más bien una feliz ocasión para ser útil. La Mente divina, en su gloriosa seguridad propia, por siempre se está proclamando como sigue: YO SOY EL QUE SOY; es decir, Yo soy el Amor que señala la tarea; Yo suministro la capacidad, la inspiración y la inteligencia que se requiere para ejecutarla; Yo doy la gracia y la bondad que la acepta y la sostiene. Ninguna cisma que provenga de las malas interpretaciones o las desavenencias, puede destruir la unidad de la revelación, porque la Mente que todo lo da, también crea la capacidad para recibir sus dones, de acuerdo con la ley del Amor divino, el que se expresa a sí mismo. El hombre creado a la semejanza de Dios jamás puede separarse del bien.
La buena voluntad no es una exigencia personal; significa mucho más que la mera conformidad humana. Mejor se describe con las palabras exquisitas empleadas por nuestra amada Guía, al escribirle a una rama de La Iglesia Madre en los siguientes términos (The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany [La Primera Iglesia Científica de Cristo y Miscelánea] pág. 194): "Las tiernas palabras grabadas en vuestro grandioso edificio simbolizan la desaparición de la personalidad humana ante la luz divina, y su transformación al esplendor de Su semejanza."
"Si fuereis bien dispuestos y obedientes, de lo mejor de la tierra comeréis." ¡Lo mejor de la tierra! La buena voluntad y la obediencia que constituyen la prueba del reflejo del Amor divino, ayudan al pensamiento a percibir y aceptar los inagotables dones del Amor. Los frutos del Amor constituyen la demonstración de la Ciencia divina, cuya demonstración se manifiesta en las curas que se hacen y en la regeneración que se obtiene, hechos que, a su vez, conducen a la armonía y la paz universal.
