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El ser bien dispuesto

Del número de octubre de 1947 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


"Si fuereis bien dispuestos y obedientes, de lo mejor de la tierra comeréis", dijo el profeta Isaías (Isa., 1:19). Esta declaración no es solamente una promesa, sino que expone la ley de Dios, la cual ordena el cumplimiento de todo lo bueno.

La buena voluntad y la obediencia—¡qué virtudes tan maravillosas son estas! No se pueden separar, pues el hecho es que sin la obediencia no puede haber buena voluntad, y sin la buena voluntad no puede haber obediencia genuina. La buena voluntad que se funda en la fidelidad al Principio, se posesiona de fuerzas espirituales, produciendo un estado mental receptivo, es decir, una cualidad o condición del pensamiento que reconoce la operación de la ley divina y sus diversas manifestaciones en la experiencia humana, y que conduce a la mansedumbre y el poder.

Mas la sumisión que no se funda en la fidelidad al Principio y que por lo tanto no obedece a la ley, no constituye buena voluntad sino más bien debilidad, instrumento del mal. Basándose en la buena voluntad genuina, la obediencia denota la operación del Principio divino, y como base fundamental de la obediencia, la buena voluntad indica la espontaneidad del Amor. Refiriéndose a las siguientes palabras de Jesús: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos", en la página 17 de su obra titulada Message to The Mother Church for 1902 (Mensaje a La Iglesia Madre para el año 1902), Mary Baker Eddy nos dice: "El [Jesús] sabía que la obediencia es la prueba del amor; que uno obedece con gusto cuando la obediencia le trae felicidad." La verdadera buena voluntad es la disposición a obedecer al instante. Es el Principio y no la persona lo que exige nuestra obediencia, y el Principio divino es el Amor, expresado espontáneamente y no por obligación.

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