Cuando los mortales se ven confrontados con aflicciones, ya sean físicas o morales, por lo general las atribuyen a causas o circunstancias extrañas, y acuden a otras personas o a métodos curativos ajenos a ellos mismos.
La mayoría de los hombres experimentan cierto placer, a la manera de Caín, al echar la culpa de sus desdichas a cualquier otra persona o cosa fuera de ellos mismos. Sin embargo—y por más que tratemos de evadirlo—el hecho es que, al abrigar un concepto erróneo acerca de nuestra entidad, nos imponemos a nosotros mismos todos los males que de ahí provengan. A la inversa, según vayamos comprendiendo la verdadera naturaleza armoniosa del hombre, se nos va disipando el concepto falso del yo material, con todas sus desdichas, y es así que logramos sobreponernos a todos nuestros males. Las sombras no se pueden adherir a los rayos solares. De igual manera, las aflicciones no pueden prenderse al hombre creado por Dios.
En el libro de texto de la Christian Science, "Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras" (pág. 588), Mary Baker Eddy define la palabra "infierno", en parte, como sigue: "La agonía que uno se impone a sí mismo". Todavía existen personas que creen que el infierno es un lugar acerca del cual ellos no han tenido nada que ver. Lo conceptúan como un paraje sumamente caluroso, producido por un demonio personal, pero asequible a aquellos que no disfrutan del favor de Dios.
Mrs. Eddy, por el contrario, expone que el infierno es una condición mental y que por lo tanto somos nosotros los responsables por cualquier tormento infernal que soportemos. Con las siguientes esclarecidas palabras, Mrs. Eddy nos indica la manera de evitar este miasma: "El pensamiento humano tiene que libertarse de la materialidad y esclavitud que se ha impuesto a sí mismo" (Ciencia y Salud, pág. 191). Los pensamientos tienen que libertarse de los tormentos del infierno que, sin querer, se han impuesto a sí mismos. Nos ocasionamos sufrimientos infernales, aceptando la mentira de que somos lo que el pensamiento negativo material dice acerca de nosotros. Esta mentalidad material negativa sostiene que el hombre se compone de un cuerpo físico con una mente material; que es el producto de la generación física y que está sujeto a las enfermedades, el pecado y la muerte. La mente material reclama para sí el poder de crear, gobernar, afligir y destruir a este hombre material, y trata de sostener sus pretensiones por medio del testimonio de los sentidos materiales.
Tomemos una simple ilustración. La mente mortal le sugiere a cierto señor una acción pecaminosa. Este se resiste ligeramente, pero al fin cede a la voz tentadora, cree que el asunto le podrá producir algún placer y a poco se encuentra cediendo al mesmerismo de pensamientos erróneos que le incitan a ejecutar un acto pecaminoso. En fin, se presta a hacer el papel de un pecador, que con gusto cumple las exigencias del mal. Cree a pie juntillas en las coqueterías del mal, con sus argumentos de que las cosas materiales producen placer y satisfacción.
Este señor se presta a cometer la acción pecaminosa. A poco le viene la tentación de repetir la falta y por fin sucumbe, quizás no sólo una o dos veces, sino a menudo, llegando a apagar el sentido moral y produciéndose en él un estado mental incapaz de percibir su verdadero ser. Como resultado de todo esto le viene una grave enfermedad. A este punto nos preguntamos: ¿No fué él mismo quien incurrió en estas experiencias desagradables? Creemos que sí, si no con intención, entonces por la ignorancia.
Ahora bien, si por extrema necesidad el citado señor se decidiera abandonar su concepto equivocado acerca de su origen y naturaleza y aceptara el concepto verdadero espiritual de Dios y del hombre como Su hijo—como muchos otros han hecho—entonces podrá encontrar la manera de salir del pantano en que se ha metido por su propia voluntad. Si está dispuesto a combatir con firmeza las sugestiones y conclusiones de esta mente material negativa, basándose en que Dios, el bien, es la única causa o Mente verdadera, y que el hombre es siempre el representante impecable de esta Mente, o la idea espiritual sustentada por Dios, entonces ha empezado como es debido a libertarse del mal. Y esto tiene igual aplicación, ya se trate de la tentación de rendirse a la enfermedad, el fracaso o la desdicha.
En las enseñanzas de la Christian Science, así como en las verdades espirituales de la Biblia, todo aquel que busque puede hallar el antídoto para los muchos falsos temores y conceptos equivocados inherentes al yo material. Puede, asimismo, deshacerse de la red en que haya caído y empezar a darse cuenta de que el falso concepto material acerca de lo que constituye la causa y el efecto jamás ha reemplazado ni puesto en peligro a Dios y Su universo—la causa y el efecto verdaderos—que es donde radica eternamente su propia vida.
El verá que tan pronto como su comprensión de la verdadera idea espiritual de Dios, de la creación y del hombre, borre su concepto equivocado, se libertará de todas las aflicciones que hayan resultado de sus creencias falsas, ya se trate del temor, de los impulsos de pecar, de desordenes físicos o de pérdidas materiales. Dios y Su ley las elimina a todas. Aunque no pueda deshacerse de todo error mortal en un solo instante, el estudiante empieza en seguida a probar, por medio de un mejor entendimiento de su relación con Dios y del dominio que Dios tiene sobre sus pensamientos y su vida, su superioridad innata sobre el temor, el fracaso, el pecado y la enfermedad.
A medida que él afirme con confianza que es hijo del Espíritu, o la Mente, es decir, de la Deidad, y aprenda a acallar las sugestiones agresivas y negativas con los hechos espirituales, entonces empieza a darse cuenta del dominio natural que posee sobre la mentira del error—el concepto material acerca de Dios y el hombre. Así llega a saber que el poder de Dios está operando en él y para él, para poner de manifiesto, mediante su propio entendimiento, la salud, la santidad, el valor y la armonía que prueban que Dios es, ahora mismo, la única Mente, Vida, Alma, la única substancia verdadera del hombre. Es el Padre, la Mente, que obra en nosotros por medio de Sus ideas regeneradoras, para rescatarnos de las agonías que nosotros mismos nos ocasionamos. En una de sus epístolas el apóstol Pablo ha dicho: "No que seamos de nosotros mismos suficientes para reputar cosa alguna como procedente de nosotros mismos; sino que nuestra suficiencia es de Dios" (II. Cor., 3:5). Si nos sorprendemos al encontrar que nos imponemos a nosotros mismos nuestros sufrimientos, debiéramos regocijarnos al descubrir que, por medio de la luz que Dios nos ha dado, todos estos sufrimientos pueden ser vencidos.
