Cuando los mortales se ven confrontados con aflicciones, ya sean físicas o morales, por lo general las atribuyen a causas o circunstancias extrañas, y acuden a otras personas o a métodos curativos ajenos a ellos mismos.
La mayoría de los hombres experimentan cierto placer, a la manera de Caín, al echar la culpa de sus desdichas a cualquier otra persona o cosa fuera de ellos mismos. Sin embargo—y por más que tratemos de evadirlo—el hecho es que, al abrigar un concepto erróneo acerca de nuestra entidad, nos imponemos a nosotros mismos todos los males que de ahí provengan. A la inversa, según vayamos comprendiendo la verdadera naturaleza armoniosa del hombre, se nos va disipando el concepto falso del yo material, con todas sus desdichas, y es así que logramos sobreponernos a todos nuestros males. Las sombras no se pueden adherir a los rayos solares. De igual manera, las aflicciones no pueden prenderse al hombre creado por Dios.
En el libro de texto de la Christian Science, "Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras" (pág. 588), Mary Baker Eddy define la palabra "infierno", en parte, como sigue: "La agonía que uno se impone a sí mismo". Todavía existen personas que creen que el infierno es un lugar acerca del cual ellos no han tenido nada que ver. Lo conceptúan como un paraje sumamente caluroso, producido por un demonio personal, pero asequible a aquellos que no disfrutan del favor de Dios.
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