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¡Ya veo!

Del número de enero de 1949 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En su libro de texto “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras”, Mary Baker Eddy, Descubridora y Fundadora de la Christian Science, relaciona la curación con la luz. Estos dos términos, luz y curación, son virtualmente sinónimos, porque Mrs. Eddy en este caso no se refiere a la luz solar sino a la luz de la percepción, o el entendimiento, espiritual. Cuando se habla de ver la luz, esto generalmente implica que la verdad respecto a alguna situación ha sido revelada. Y cuando la verdad acerca de alguna condición discordante se hace evidente, a la luz de la Christian Science, sobreviene la curación. Estudiando esta Ciencia, encontramos que el entendimiento espiritual trae consigo la curación — la curación que resulta al percibirse la verdad espiritual referente a cualquier situación. Esto está de acuerdo con la definición de luz que hace Pablo, al decir (Efes., 5:13) “La luz es la que lo aclara todo.” Y cuando la luz nos lo aclara todo, decimos: “¡Ya veo!”

El estudiante de óptica tiene que tomar, como base de sus estudios, un curso en física sobre la luz, ya que la luz forma la base de la solución de todo problema en óptica que se le pueda presentar. La luz es en efecto una parte esencial de cada problema en el estudio de la óptica. El estudio del libro de texto de la Christian Science demuestra que su autora estaba muy bien enterada de las teorías acerca de la óptica, pues en varios casos ella emplea el fenómeno de la óptica para ilustrar alguna verdad espiritual. Esto se puede verificar haciendo un estudio de sus obras, buscando, por medio de las Concordancias, todo lo que versa sobre las palabras “cámara obscura” (camera), “distancia focal” (focal distance), “imagen invertida” (inverted image), “cristalino” (lens), “la retina” (retina), y otras muchas.

Es interesante notar que a pesar de los conocimientos de la óptica que ella poseía, nuestra Guía no concedía finalidad ni realidad a las tal llamadas leyes de la óptica. Si acudimos a su obra Ciencia y Salud (págs. 503–511), veremos que ella descubrió que la naturaleza y el origen verdaderos de la luz son enteramente espirituales, y que sus conclusiones referentes a la óptica se basan sobre el punto de vista de aquella luz que, según lo explica en la página 510: “es un símbolo de la Mente, de la Vida, la Verdad y el Amor, y no una propiedad vivificante de la materia.”

Al tratar de lo que se conoce como problemas de óptica, o enfermedades de la vista, la única conclusión a que podemos llegar, a la luz de la Christian Science, es que los órganos visuales llamados “ojos” tienen muy poco que ver con el problema. Jesús, que poseía más conocimientos verdaderamente científicos que ningún otro hombre que haya pisado esta tierra, nos dió a entender que en realidad no vemos con los ojos físicos, al decir (Marcos, 8:18): “¿Teniendo ojos, no veis?” Mrs. Eddy aclara este punto, en un artículo titulado “La materia no existe”, que aparece en la página 31 de su obra Unity of Good. En lo que concierne la vista, ella señala que la creencia de la humanidad es que se ve la materia por medio de la materia, pero que esto es imposible porque la materia de por sí es incapaz de ver. Aquello que parece capacitar a la materia para ver es lo que la Christian Science denomina la mente mortal, esto es, la mente humana o carnal, que Pablo calificó de “enemistad contra Dios”; en otras palabras, una contradicción de la Mente divina. ¡Cuán contradictorias son las teorías mortales que declaran que aunque la así llamada mente humana es superior a la materia, no obstante depende completamente de ella para la facultad de ver, y que ambas a su vez dependen de un tercer elemento material, llamado la luz!

¿No tendremos pues razón para descartar esta teoría contradictoria acerca de la vista, y buscar la base inalterable o indestructible de la verdadera visión? La creencia mortal en los defectos de la vista o las enfermedades de los ojos, en nada afecta la verdadera vista del hombre, porque la verdad es que el hombre es imagen, reflejo, siempre unido a su fuente divina, Dios. La luz y sus rayos pueden ser comparados con la Mente y sus ideas. Por tanto, en realidad no necesitamos los rayos de la luz solar para ver; tampoco depende la verdadera visión del enfoque correcto de estos rayos por el cristalino, ni de las distintas acciones musculares del ojo humano, porque “los rayos de la Verdad infinita, cuando se concentran en el foco de ideas, traen la luz instantáneamente, mientras que mil años de doctrinas humanas, hipótesis y vagas conjeturas no emiten tal fulgor” (Ciencia y Salud, pág. 504).

La Mente lo es Todo; por tanto nada hay fuera de la Mente que pueda percibir o ser percibido. Fuera de la Mente infinita no existe nada que se pueda proyectar o expresar. Como lo ha expresado Mrs. Eddy (ib., pág. 126): “El pensamiento humano nunca ha proyectado la más mínima parte del ser verdadero.” El hombre, la idea de la Mente, es la representación de todas las ideas correctas. El incluye la visión, la percepción, y el poder para expresarlas. El hombre es la idea compuesta de la Mente infinita y expresa la infinita plenitud de Dios. Por lo tanto cualquier creencia de desórdenes físicos, acción defectuosa, pecado, o enfermedad es falsa, porque alega que existe algo aparte de la expresión del Principio infinito, y que debido a que la Mente lo ve todo, tiene necesariamente que ver la imperfección. Pero como la Mente sólo ve lo que ella expresa dentro de sí misma, es evidente que la enfermedad, o las discordancias de cualquier índole son inexistentes, incapaces de ser vistas o expresadas. Es una sugestión falsa la que dice que la visión pueda ser material o defectuosa.

Es la Mente lo que ve, y el hombre es la expresión de la Mente que todo lo ve, la manifestación individualizada de la percepción de esta Mente. El hombre, como idea compuesta, incluye dentro de sí mismo la facultad de ver. Esta jamás la recibe de afuera. Como Científicos Cristianos, estamos aprendiendo a ver y a reclamar nuestra verdadera identidad. Pabló declaró (II. Cor., 5:7): “Andamos por fe, y no por vista.” El hombre ve, en su calidad de reflejo de la Mente, la Vida, la Verdad y el Amor. Con este concepto de la visión, cuidemos que nuestras imágenes sean perfectas y claras imágenes de la Verdad, dejando de ver las imperfecciones, que jamás fueron creadas por el Amor. Esto es lo que solemos hacer cuando dependemos del sentido material de la vista y nos vemos rodeados de gente que parecen tener alguna imperfección — cojos, enfermos, depravados, displicentes, y demás. Era el concepto correcto que Jesús tenía del hombre lo que curaba al enfermo. Mantengamos nosotros este concepto correcto, considerando todas las cosas desde el punto de vista espiritual, en lugar del material; entonces nuestros ojos no nos podrán dictar acerca de lo que estamos viendo o lo que no estamos viendo.

Una vez conocí a una niña que para el sentido material parecía presentar una condición de embotamiento mental sumamente agudo, junto con una imperfección óptica que insinuaba que le era imposible ver. Unos cuantos años más tarde esta misma muchacha, después de estar bajo el cuidado de unos Científicos Cristianos, presentaba un cuadro completamente distinto. Era muy lista, encantadora, excepcionalmente inteligente y podía ver claramente aun desde lejos; además sobresalía en el dibujo, la pintura, y otros trabajos delicados. Pero en aquel entonces sus ojos estaban en las mismas condiciones que cuando la había visto anteriormente, sin dar señales algunas de funcionar de una manera natural. Literalmente estaba viendo sin hacer uso de los ojos. Lo natural hubiera sido que eventualmente los ojos también volviesen a su estado normal, y efectivamente unos cuantos meses después se pudo averiguar que los ojos de esta niña estaban funcionando cada vez más normalmente. Se había probado que los órganos físicos cumplían sus funciones naturales, como consecuencia de la percepción espiritual de la niña acerca de la verdadera visión.

Los mortales a veces creen que la edad produce ciertas dificultades en el foco del ojo, debido a un cambio sufrido en el sistema muscular. Si hacemos frente a esta creencia sin temor, veremos cuán ridícula es. La vista verdadera no depende de los músculos ni de ningún otro elemento material; tampoco depende de cuanto tiempo hemos estado creyendo en la existencia material, es decir, en un mundo material. Lo que se cree referente al deterioro de la vista es exactamente lo contrario de lo que lógicamente debiéramos esperar. Sería más razonable aseverar que a medida que los hombres y las mujeres progresen en entendimiento espiritual, su vista debería aguzarse, y así en efecto sucede.

Propiamente hablando, la tal llamada vista defectuosa no tiene nada que ver con la “edad” del individuo, sino más bien con la creencia general sobre el correr del tiempo. El problema de los anteojos para leer no comienza a cierta edad avanzada; empieza el día del nacimiento. Todos nuestros problemas humanos se basan en la creencia de que nacimos en cierta fecha, que vivimos en un mundo material durante cierto tiempo y que después morimos. Se cuenta que una vez Jesús dijo: “He venido para destruir las obras del nacimiento.”

Cuando comprendamos claramente que el hombre jamás nació, sino que siempre es la manifestación de la Vida, y que por consiguiente no está sujeto a la creencia del transcurso del tiempo, podremos vencer natural y manifiestamente, tal como lo hizo Jesús, las diversas creencias que arguyen que el hombre tiene que morir. Lo único que puede morir es la creencia de que el hombre ha vivido en la materia o que ha sido sujeto a cualquiera de sus pretensiones. Jamás ha habido un momento en que una manzana no hubiera caído al suelo si se le dejara caer. Pero es sólo dentro de un tiempo relativamente corto en la historia del mundo que este hecho llevara a Newton a descubrir la ley de gravedad, aunque las manzanas siempre han estado sujetas a esta ley.

Así resulta con la verdadera facultad de la vista. Nunca ha habido un momento en que el hombre no haya estado en posesión de la perfecta e ininterrumpida facultad de la vista. Que el hombre pueda ser miope, o que no le sea posible percibir la gloriosa infinitud del universo espiritual que él habita, esto nunca ha sido cierto y jamás lo será. Tampoco es cierto, ni jamás lo ha sido, que el hombre tenga que dejar de ser présbita para poder percibir las glorias del Alma que le están tan cercas. La percepción de este hecho espiritualiza el pensamiento y deja penetrar la luz de la Verdad.

Si algunas personas creen que pueden encontrar una ayuda temporal con el uso de anteojos, podemos sentirnos agradecidos de que tal uso a lo sumo no es más que una forma de creencia humana acompañando a otra; una creencia en el uso de los lentes para ayudar la creencia de la vista material. Los ojos físicos y los lentes de vidrio nada tienen que ver con la verdadera visión, que es enteramente espiritual, y los anteojos no hacen mayor daño ni sirven de mayor beneficio de lo que la creencia de uno permita. La verdadera visión no depende del uso de los ojos; tampoco depende del uso de los anteojos, de las lociones, ni de otras ayudas materiales; ni pueden estas cosas estorbar la vista. Cualquier acción que se suponga resultar del uso de ayudas materiales, sólo puede llevarse a cabo en el reino de las creencias, jamás en la Verdad.

¡Con cuánta autoridad y calma podemos reclamar que ahora mismo el hombre está libre de todo defecto de la vista o de la falta de visión! La verdadera visión consiste en expresar las cualidades de la Mente — amor, alegría, ecuanimidad, veracidad, gratitud, obediencia, y otras parecidas. Contra tales no hay leyes ópticas que valgan. Como lo expresa el Maestro (Mateo, 5:8): “Bienaventurados los de limpio corazón; porque ellos verán a Dios”— quedarán identificados con las imágenes formadas por la Mente infinita, el Amor.

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