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“Incansables adoradores”

Del número de enero de 1949 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En la página 220 de su obra “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras”, Mary Baker Eddy escribe: “Las violetas alzan sus ojos azules para saludar el comienzo de la primavera. Las hojas dan palmadas como incansables adoradores de la naturaleza.” Bellos símiles semejantes a estos podrían hallarse a cada paso.

Cuando el ruiseñor vuelve a su morada de verano huyendo del clima invernal, no pregunta cual es el camino ni consulta horario alguno. Cuando los primeros indicios de la primavera despiertan a montes y praderas, la naturaleza no espera otro aviso. Y cuando, al aproximarse la época del desove, el salmón se traslada a las desembocaduras de los grandes ríos, lo hace instintivamente. Año tras año encuentra su camino y llega siempre a los mismos ríos como en obediencia a una dirección infalible. En el universo astral, los planetas se mueven dentro de sus respectivas esferas. Los vastos e indefinidos campos de las nebulosas asombran a la mente humana por lo majestuoso del espacio. Su grandeza es indescriptible. Desde lo infinitesimal hasta lo infinito se percibe la reflejada inteligencia de Dios, el Espíritu, la Mente. La naturaleza es un predicador muy elocuente, un incansable adorador, que se conoce por sus hechos más que por sus palabras. Benjamín Franklin una vez escribió: “Nadie predica mejor que la hormiga, y ella no dice nada.”

Pero ¿qué diremos de las fuerzas destructivas de la naturaleza? ¿Forman ellas parte de la reflejada inteligencia de la Mente divina? ¿Cómo es posible reconciliar la doctrina de ojo por ojo, diente por diente, con las benéficas influencias del Amor divino? ¿Por qué será que un animal persigue implacablemente a otro? ¿Por qué es que las llamadas fuerzas de la naturaleza causan estragos a la humanidad y la destruyen?

La Christian Science contesta estas preguntas terminantemente. En la página 78 de su obra Ciencia y Salud, Mrs. Eddy escribe: “La flor que se marchita, el capullo que se atizona, el roble retorcido, la bestia feroz,— tanto como las discordancias de la enfermedad, el pecado y la muerte,— son contranaturales. Son las falsedades de los sentidos, las desviaciones mudables de la mente mortal; no son las realidades eternas de la Mente.” Estas declaraciones tan desafiantes reclaman la atención de todo Científico Cristiano, y claro está, de todo amante de la naturaleza.

Concerniente a la naturaleza, ¿cuántas cosas estaremos aceptando que no tienen fundamento en la Verdad? El universo espiritual creado por Dios, el Espíritu, no contiene elemento alguno que sea desbaratador o destructivo. ¿Estamos aceptando esta proposición como un hecho fundamental? Isaías concibió el estado milenario como lleno de concordancia y paz: “Y habitará el lobo con el cordero, y el leopardo sesteará junto con el cabrito; también el becerro y el leoncillo y el cebón andarán juntos; y un niñito los conducirá” (Isa., 11:6).

Agricultores y cultivadores de frutas, astrónomos y marinos, en fin, todos aquellos que trabajan con la naturaleza, han de encontrar un gran campo de investigaciones y demostraciones en el estudio y la práctica de la Christian Science. Los elementos destructivos, ya se presenten como enfermedades del ganado, plagas en las plantas, o devastadoras tempestades, pueden ser enfrentados y dominados mediante el trabajo mental consagrado. Ya no es menester resignarse temerosa o complacientemente a las amenazas de sequías o inundaciones.

Si la mente mortal nos amenaza con la destrucción de una cosecha, la marchitez de la bella florescencia, o el acercamiento de un huracán destructor, ¿es que habremos de cruzar los brazos y aceptar sus mandatos? ¿No sería mucho más científico y sensato refutar estas sugestiones del mal con la misma vehemencia con que negaríamos una epidemia de alguna enfermedad física?

¿No tenemos el derecho de saber que el árbol o la hierba sugiere la existencia de una idea en la Mente, Dios, y que como idea de Dios no incluye elemento material o destructivo alguno? ¿Y no tenemos la autoridad de Cristo Jesús, el eximio cristiano, para calmar la tempestad y encontrar nuestra provisión en la boca del pescado, en la afluencia del Amor divino? ¿No nos será posible entender, como él lo entendió, que en realidad vivimos en un universo del Espíritu, donde no existe la vacuidad del sentido material para desorganizar, desplazar o trastornar el perfecto equilibrio del Principio divino, el Amor?

El Científico Cristiano no debiera permitir que ningún mal se produzca en su granja, en su jardín, o en alta mar, sin desafiarlo con su trabajo metafísico. La compatibilidad espiritual es tan necesaria afuera en la estancia, como lo es dentro del hogar. El Científico Cristiano vigilante jamás ha de admitir que ninguna condición errónea está fuera del alcance de la Verdad. Más bien debiera recordar constantemente la promesa inspiradora del ángel Gabriel: “Pues con Dios ninguna cosa será imposible.” (Lucas, 1:37. Según la versión inglesa de la Biblia.)

La Christian Science es aplicable a todo problema, bien sea grande o pequeño. La pronta corrección del pensamiento erróneo y el reemplazo de la creencia material con la idea espiritual son dos requisitos de los más esenciales. Es muy posible que al principio los progresos del estudiante se hagan con pasos vacilantes. Pero llegará el día en que ha de alcanzar, a través del entendimiento espiritual, una demostración superior, y entonces no necesitará elevar los pensamientos para contemplar a Dios, sino que, desde Dios, contemplará el universo. De este período escribe Mrs. Eddy en la página 125 de su obra Ciencia y Salud: “El marino tendrá dominio sobre la atmósfera y las honduras del océano, sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo. El astrónomo ya no tendrá necesidad de levantar su vista hacia las estrellas,— mirará desde ellas, contemplando el universo; y el floricultor encontrará su flor antes que la semilla.”

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