La unidad del bien es una doctrina fundamental de la Christian Science. La unidad de Dios y el hombre constituye la realidad básica de la vida espiritual. Las naciones consisten de agrupaciones de seres humanos que forman núcleos a fin de gobernarse para su propio beneficio. De ahí que los esfuerzos por apoyar la organización de las Naciones Unidas tropiecen desde el principio con la creencia humana de intereses separados. Pero la unidad es el orden espiritual y divino, al cual lo humano tiene que dar paso. Ya que sólo existe un Dios, no puede haber más que una sola manifestación de Dios, a saber, la fraternidad de los hombres, y esta es la única nación que Dios conoce. Cómo sacar a luz esta gloriosa verdad es el gran problema de la existencia humana.
Como Científicos Cristianos, nosotros sabemos que este problema no se resolverá meramente por medio de las instituciones humanas, por excelentes que sean en equidad, justicia y buenos propósitos. No hay duda de que estas cualidades promueven un mejoramiento en las relaciones humanas y adelantan el orden social. Empero para que pueda haber una unidad de acción constante y permanente, todo tiene que descansar sobre el entendimiento de la realidad espiritual, que nos revela nuestra unidad en Dios.
Todo Científico Cristiano, aun más, toda persona racional, sin duda desea un universo de paz y armonía. En su obra “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 1) nuestra bien amada Guía, Mary Baker Eddy, dice: “El deseo es oración.” ¿Cómo podrá ese deseo convertirse en acción? ¿Cómo habrá de encaminarse esa acción para sacar a luz la unidad de los hombres y las naciones? La realidad es revelada por los pensamientos rectos.
Es por consiguiente obligación de todo Científico Cristiano librar su pensamiento de duda, temor, prejuicio y partidarismo, y adherirse devotamente a la proposición de que la Mente divina gobierna en absoluto a todas sus ideas. Debería asimismo vigilar su pensamiento a fin de no dejarse influir por la falsa propaganda o la opinión popular. Debiera tener presente que las malas creencias no pueden ser transferidas de una mente mortal a otra, poniendo en peligro el ideal de la unidad, que es la base de la organización de las Naciones Unidas.
Durante la reciente guerra, la victoria sobre aquellos que atentaban la dominación mundial se logró por medio del esfuerzo colectivo. No cabe duda alguna de que las oraciones de los justos contribuyeron grandemente al triunfo. Obligadas por las apremiantes necesidades del momento, las indignas tendencias humanas fueron subyugadas, lográndose la unidad necesaria para el esfuerzo bélico.
El enemigo común, la mente mortal, no logró su intento en aquel entonces. Ahora quisiera sembrar la avaricia, el temor y los celos, que tratarían de brotar en las mentes de los que antes eran aliados, y gobernar sus planes de acción. Surgen las peculiaridades propias de cada pueblo, para impedir los esfuerzos hacia la unidad de acción. Recálcanse asimismo las divergencias en el campo económico.
Los argumentos maliciosos tratarían de separar a los hombres y a las naciones, invirtiendo el bien que se ha logrado. ¿Cuál debiera ser la actitud de los Científicos Cristianos? ¿Se lamentarán, retorciéndose las manos, o se levantarán para destruir el enemigo y probar que la maldad no puede triunfar?
Como uno que se ha sentido desalentado ante la actual situación mundial, el que escribe este artículo ha tenido que hacer grandes esfuerzos para elevarse por encima de la aparente confusión y amenaza del desastre. Ha tenido que declarar repetida y vehementemente la verdad acerca de la unidad de Dios y el hombre, meditando sobre ello con devoción. La misma declaración de la verdad, en razón de estar basada en la Verdad divina, tiene el poder dinámico necesario para hacer que esa verdad se manifieste a la conciencia humana. Así como no hay poder en la tierra que pueda evitar que dos y dos sumen cuatro, tampoco hay fuerza humana que pueda evitar que la idea correcta de Dios y el hombre produzca paz y armonía en la tierra.
En los divergentes puntos de vista que actualmente surgen en las conferencias internacionales, las tiranías dictatoriales — políticas, religiosas y económicas — quisieran esclavizar a la humanidad. Todas las naciones están infectas, hasta cierta punto, con una o más de estas fases de la mente mortal. Los Científicos Cristianos debieran obedecer el mandato de su Guía de no personalizar el mal; tampoco deberían “nacionalizarlo”. Tienen que favorecer la Verdad libertadora para todos. Deben reconocer que el despotismo eclesiástico y el deseo de dominar económica y políticamente no tienen poder, porque solamente la ley divina gobierna al hombre. No deben condenar a nación alguna, de la misma manera que no lo harían tratándose de un individuo a quien esperan curar.
Para Dios las nociones humanas acerca de la nacionalidad son de poco momento. Como lo expresa el profeta Isaías: “Todas las naciones son una nada delante de él; menos que la nonada y la vacuidad misma le son reputadas” (Isa., 40:17). Con visión profética, en un artículo titulado “Exhortación” (Christian Science versus Pantheism, pág. 13), nuestra amada Guía declara: “Tarde o temprano todos Le conoceremos, reconoceremos la gran verdad de que el Espíritu es infinito, y encontraremos la vida en El en quien ‘vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser’— vida en la Vida, todo en Todo. Entonces los pueblos, naciones y lenguas tendrán, en las palabras de San Pablo, ‘un mismo Dios y Padre de todos, el cual es sobre todas las cosas, y por medio de todas las cosas, y en todos vosotros.’ (Efesios, 4.6.)”