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El hombre incorpóreo

Del número de enero de 1949 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Jesús se describió a sí mismo como habiendo existido antes que Abraham (Juan, 8:58), se refería al Cristo, a su entidad incorpórea y espiritual, la imagen divina que coexiste con Dios, como Su eterna manifestación. Este era el Cristo que el Maestro nos aseguró estaría con nosotros para siempre. La Christian Science ilumina esta declaración al revelarnos la verdadera individualidad del hombre como la emanación incorpórea de un Dios incorpóreo, o sea el Espíritu. Es tan imposible que el hombre, la imagen de Dios, esté amarrado a la materia o a sus extrañas vicisitudes, que lo sería que así lo estuviere su Hacedor.

Mary Baker Eddy ha rechazado la errónea creencia teológica de que el hombre es un ser corpóreo. Y para dilucidar su tesis escribe en su obra “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 13): “Debido a la ignorancia humana del Principio divino, o sea el Amor, el Padre de todos es representado como un creador corpóreo; de ahí que los hombres se consideren a sí mismos como meramente corpóreos, ignorando al hombre como la imagen o el reflejo de Dios, así como la existencia incorpórea y eterna del hombre. El mundo del error ignora el mundo de la Verdad,— está ciego para la realidad de la existencia del hombre,— porque el mundo de la sensación no percibe la vida en el Alma, no en el cuerpo.”

La falsa teología enseña a los hombres que tienen que morir para poder alcanzar un estado espiritual e incorpóreo, pero la Christian Science declara que el estado en que estamos ahora es el normal, y que la carne es una ilusión mortal y no la base de la vida. Cuando Cristo Jesús se refirió a sí mismo como el “Hijo de Dios” (Juan, 10:36), hablaba de su propia entidad incorpórea y espiritual, y su entendimiento científico de este hecho espiritual le aportó evidencias de la herencia que le pertenecía como Hijo, o sea las cualidades del Cristo que le daban poder para disipar el error.

La Christian Science revela que todo ser, en su absoluta realidad, es el hijo amado de Dios, y es así como uno debe mirarse. La verdadera individualidad del hombre que nunca nace y nunca muere, sólo comprende elementos mentales divinos, tales como la conciencia verdadera, la inteligencia, el entendimiento, la impecabilidad, la alegría, la pureza, la nobleza y la inocencia, elementos que son independientes de la materia, y que jamás se ven incorporados a ella.

Estos componentes del ser derivados de Dios, son los que constituyen la substancia duradera y eterna de la entidad inmortal, incorpórea y real de cada uno de nosotros. Ya no es menester que vivamos condenados a considerarnos como viles pecadores, morando en un cuerpo frágil material. La buena salud, prosperidad y felicidad que notamos en la mayoría de aquellos que se denominan Científicos Cristianos obedece al hecho de que estas personas han llegado a comprender hasta cierto punto, que no viven en cuerpos carnales, sino que su entero ser procede de la Mente divina.

Cuando el Maestro dijo (Juan, 6:63): “Es el espíritu el que da vida, la carne de nada aprovecha: las palabras que yo os he hablado espíritu y vida son”, indicaba claramente que “la carne”, o sea la personalidad corpórea en nada contribuye al verdadero ser, porque el Espíritu, Dios, es la única fuente de la vida. En su obra titulada Ciencia y Salud (págs. 91, 92), Mrs. Eddy enumera cinco postulados erróneos que parecen obscurecer las verdades espirituales del ser. Refiriéndose al cuarto de ellos, dice: “El cuarto postulado erróneo es, que la materia es inteligente, y que el hombre tiene un cuerpo material que forma parte de él.” La Christian Science evalúa correctamente el cuerpo material como una ilusión, y descubre los arteros métodos del mal hipotético, que lo induciría a uno a fijar los pensamientos sobre el cuerpo, agobiándole con los asuntos e intereses que le son propios.

La Christian Science, nacida del Amor y para siempre expresándolo, es compasiva y de gran ayuda en todo momento. No descuida la personalidad corpórea ni tampoco la abusa, sino más bien demuestra las eternas y amantes leyes de Dios en lo que se refiere a Su provisión, protección y gobierno.

El hombre espiritual e incorpóreo, que la Ciencia revela, no busca salvación alguna, porque es mantenido para siempre como la idea perfecta y amada de la Mente. Pero el tal llamado ser humano debe buscar la manera de liberarse de la ilusión de la carne y de toda la materia.

El aferrarse a la falsa personalidad mortal, con las esperanzas de hallar en ella vida y satisfacción, mientras se atenta negar solamente las creencias que nos resultan molestas, es un error que pretende estorbar la eficacia del tratamiento de la Christian Science. La entidad mortal, que se engendra y sostiene a sí misma, con sus limitaciones, dolores y mortalidad, debe ser sacrificada de un todo, por tratarse de una completa falsedad, y así ceder enteramente al hecho de la totalidad de Dios y la perfección de Su universo incorpóreo y espiritual.

En su tierna compasión, Cristo Jesús sin duda deseaba libertar a la humanidad de la tan intrusa ilusión de la personalidad corpórea. Paso a paso él pudo demostrar su propia entidad espiritual, sacrificando la individualidad corpórea que al parecer era suya. Durante su carrera terrenal él representó el trecho de la tal llamada vida humana, no como un período que corre desde el nacimiento hasta la muerte, sino como uno que se extiende desde el aparente nacimiento hasta la ascensión. Por su propia demostración, el Maestro enseñó que la ascensión por sobre el concepto mortal de la existencia será lograda por cada individuo a medida que el Cristo, su propia naturaleza real y verdadera, empiece a tomar posesión de la conciencia humana, y así excluir toda creencia material.

Conforme el Maestro resolvía los problemas de la existencia tal como se le presentaban, iba ascendiendo progresivamente. Por ejemplo, su propia resurrección requería una más elevada comprensión espiritual de la Vida de la que empleó para despertar a otros de la muerte. Después de su resurrección, a medida que su conciencia se iba llenando del Espíritu, su aparente personalidad corpórea se hacía menos concreta para los sentidos corporales. Fué así que pudo reunirse con sus discípulos aun cuando las puertas estuvieran cerradas. Finalmente, después de cuarenta días, no lo pudieron ver más.

En su artículo titulado “Pond and Purpose” (Miscellaneous Writings, pág. 205), Mrs. Eddy dice: “El bautismo del Espíritu, o la inmersión final de la conciencia humana dentro del océano infinito del Amor, es la última escena del sentido corpóreo. Este acto omnipotente baja el telón sobre la última escena del hombre material y la mortalidad. Después de esto la entidad o conciencia del hombre sólo reflejará el Espíritu, el bien, cuyo ser visible es invisible para los sentidos corporales: el ojo jamás lo ha visto, puesto que es la expresión individual de la substancia y conciencia del Espíritu, desligada de la carne, denominada en la metafísica cristiana, el hombre ideal — para siempre imbuído de la vida eterna, la santidad, el cielo.” Más adelante agrega: “Las embarazosas moléculas mortales, llamadas hombre, desaparecen como un sueño; pero el hombre, nacido del Sempiterno, vive para siempre, bendecido y coronado por Dios.”

El Maestro demostró plenamente su entidad inmortal e incorpórea, y su personalidad carnal desapareció con la ascensión. El había vencido el mundo. Nosotros tenemos que hacer lo mismo. La falsa conciencia llamada “carne” la descartamos individualmente a medida que comprendemos que nuestra individualidad verdadera e incorpórea continúa para siempre, inseparable de su creador incorpóreo, el Espíritu. La gran misión de la Christian Science es la demostración de este hecho divino.

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