La provisión tan tierna que nuestro Padre-Madre Dios hace por Sus hijos es ejemplificada en la escuela dominical de la Christian Science. Nosotros bien sabemos que los planes humanos o meros esfuerzos personales no pueden ni promover ni impedir el desarrollo de esta actividad inspirada por Dios, pero el afectuoso reconocimiento de su origen divino ha de revelar a cada uno de nosotros los medios por los cuales podemos ayudar a fortalecer y apoyar la obra de nuestra escuela dominical.
Las siguientes palabras de un himno de nuestra Guía (Himnario, N°. 253), encuentran eco en los corazones de los miembros de la iglesia de la Christian Science:
“Padre, donde Tus hijos están,
quiero yo estar.”
Quizás estas palabras promuevan en alguien el deseo de enseñar en la escuela dominical, y que de ello se obtenga mucha alegría y un gran crecimiento espiritual, pero también es posible que se manifiesten a través de un trabajo mental más consagrado de parte de todos nosotros para la protección y el progreso de esta actividad tan importante de la iglesia. No hay duda de que nuestras escuelas dominicales necesitan este apoyo consagrado. Es preciso reconocer que la instrucción religiosa y científica de nuestra juventud es el movimiento juvenil más importante en el mundo hoy día.
Siempre escuchamos con placer y gratitud los informes del superintendente de la escuela dominical en las reuniones periódicas de nuestras iglesias. Nos deleita enterarnos del crecimiento espiritual de los niños y de sus diversas demostraciones individuales en la Christian Science. Apreciamos mucho asimismo los testimonios ofrecidos en las reuniones de los miércoles y en nuestros periódicos, por padres que expresan su sincera gratitud por lo que sus niños están aprendiendo en la escuela dominical, pero ¿será esto suficiente? ¿Acaba con ello nuestra responsabilidad? No, pues deberíamos incluir a la escuela dominical, tal como a los cultos, en nuestras devotas oraciones, percibiendo cada vez más claramente que el espíritu de Cristo está presente para alimentar, sanar e inspirar a cada uno de los alumnos. Una de las oraciones más bellas y comprensivas de esta naturaleza se encuentra en el poema de Mrs. Eddy titulado: “Para los niños de las escuelas dominicales”, en la página 43 de su libro de poemas. Todo miembro de la iglesia sacará mucho provecho leyendo a menudo este poema, pues revela el amor que sentía nuestra Guía por los niños y su anhelo de verles desarrollar continuamente en la Ciencia.
Viviendo diariamente nuestra religión, podemos ayudar a nuestras escuelas dominicales de una manera muy vital. Los niños aprenden mucho observando a las personas mayores, y todos tenemos una responsabilidad muy grande a este respecto. “Las crías del rebaño” son nuestra responsabilidad, y si nosotros mismos no aplicamos la Christian Science sinceramente y con integridad en nuestras relaciones con ellos, de manera que se sientan atraídos hacia esta Ciencia, no nos debiéramos extrañar si su interés decae y se ponen indiferentes a la Verdad, o quizás aun la resistan activamente. Todos podemos recordar cuanto nos inspiró en nuestros primeros pasos el buen ejemplo de un pariente o amigo afectuoso y leal; por tanto haremos bien en reconocer con toda honradez que algunos jóvenes estudiantes de esta Ciencia se han alejado temporalmente de ella en razón de lo que han calificado de inconsecuencia o aun hipocresía en alguna persona que profesaba ser Científico Cristiano. La atracción que esta Ciencia práctica y sanadora tiene para los demás no consiste en lo que digamos respecto a ella, sino en que la pongamos sencillamente en práctica, por el amor que le tenemos.
Cierta mañana se le pidió a un maestro de la escuela dominical que se hiciera cargo de una clase en la cual se le presentaron dos muchachos de más o menos doce años de edad. Mientras se preparaban para empezar la lección, vió el maestro que el más grande de los dos le hacía señas al otro, y éste dijo: “Nosotros somos escépticos”, a lo cual el maestro sonriendo contestó: “Eso es muy interesante, ya que usted está hablando justamente con la persona más apropiada, pues nadie fué más escéptico que yo antes de que empecé a estudiar y practicar con seriedad la Christian Science.” Luego tuvieron una conversación muy provechosa en la cual se corrigieron varios conceptos equivocados. Aunque el incidente resulta un poco gracioso, posiblemente tenga también un aspecto serio, puesto que el declarado escepticismo de esos dos muchachos puede haber sido causado por alguien que profesaba esta Ciencia y que no la practicaba. Nuestro Maestro dijo (Marcos, 10:14): “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo estorbéis”— no se lo estorbéis de palabra o de hecho, no sea que le robe al Cristo de su vitalidad y atracción para ellos.
Las palabras de Mrs. Eddy en su himno titulado “La oración vespertina de la madre” (Himnario, N°. 207):
“Amor, que al ave Su cuidado da,
conserva de mi niño el progresar”
son la oración constante de toda afectuosa madre que es adepta de la Christian Science, así como las siguientes palabras de nuestra Guía (Himnario, N°. 304):
“Di Pastor, ... como a Tu rebaño yo
puedo apacentar”
expresan el sincero deseo de todo maestro consagrado de la escuela dominical de la Christian Science. Estas oraciones se cumplen de muchas maneras a medida que los padres y maestros acuden a Dios, el Padre y Maestro divino y único, en busca de inspiración y orientación.
La comprensiva ayuda de parte de la madre (o del padre), al ver que sus hijos preparen sus asignaturas y estudien la Lección Bíblica, sin duda constituye una manera muy práctica de expresar cooperación. La ayuda aportada a los más pequeños, en “las primeras lecciones” prescritas en la Sección 3, Artículo XX, del Manual de la Iglesia, ha de servir de una valiosa lección, ya primaria o de repaso, en los Mandamientos y en las Beatitudes, para todos aquellos que, por ser padres, creen que para ellos los días de la escuela dominical ya han quedado atrás. Y desde luego, el ejemplo que ponen los mayores en la familia, en cuanto al estudio de las Lecciones Bíblicas y la gozosa lectura de nuestros periódicos, es inapreciable.
Los niños están aprendiendo — y nosotros también — a demostrar su unidad con la Verdad y el Amor. Tratando de la demostración que hizo Jesús de la unidad del hombre con Dios, en el capítulo de nuestro libro de texto titulado “La Expiación y la Eucaristía” (pág. 18), Mrs. Eddy dice: “El hizo bien la obra de la vida, no sólo en justicia a sí mismo, sino por misericordia a los mortales,— para enseñarles a hacer la suya, pero no para hacerla por ellos ni para relevarlos siquiera de una sola responsabilidad.” Este es un punto muy importante a recordarse en la enseñanza y el cuidado de los niños. A la edad más temprana posible podemos empezar a enseñarles a estudiar y trabajar en la Ciencia por su propia cuenta; pero si al contrario trabajamos constantemente por ellos, en realidad no les estamos ayudando a promover su crecimiento. A medida que ellos expresan mayor individualidad e independencia espiritual, en sus estudios y en su aplicación de la Christian Science, su progreso será seguro.
Otra ayuda muy práctica consiste en alentar a los niños para que asistan a la escuela dominical regular y puntualmente, y confiar que así lo harán. Esto quizá requiera cierto abnegado esfuerzo por vencer la tentación de dormir hasta muy tarde los domingos por la mañana, y la madre también tendrá que resistir una benévola pero equivocada inclinación de no despertar a Sally y Jack a tiempo para vestirse e ir a la escuela dominical, porque la noche anterior estuvieron de fiesta y se acostaron tarde.
Otra acción bondadosa de parte de los padres que sean Científicos Cristianos, es la de llegar a conocer al maestro que dicta la clase a que asistan sus niños, a fin de averiguar de una manera muy prudente en qué sentido le pueden ayudar en la preparación de los niños. Es verdad que en nuestro movimiento no tenemos una Asociación de Padres y Maestros a pesar de que algunas iglesias filiales están hallando la manera por la cual padres y maestros pueden trabajar juntos, pero esto puede más bien hacerse por medios concebidos individual y afectuosamente por padres agradecidos y alertas
Hay madres con tantos deseos de ver a sus hijos aprovechar la escuela dominical, que los obligan a matricularse antes de tiempo. Esto puede dar por resultado llantos y lamentaciones que se podrían haber evitado expresando un poco más juicio y menos celo. Una joven madre muy sensata, al informársele que su niñita podría empezar a asistir a la escuela dominical tan pronto como fuera capaz de quedarse quietita, la hizo sentar en su casa en una sillita unos pocos minutos todos los días, mientras le hablaba de Dios, y le enseñaba los siete sinónimos de Dios y aun el primer (y felizmente tan corto) mandamiento. Todos los días iba aumentando el tiempo del ensayo, hasta que la pequeña se quedaba sentada lo más contenta durante varios minutos al día. Cuando por fin fué matriculada en la escuela dominical, a muy temprana edad, resultó ser una alumna obediente y receptiva, siendo un placer para todos los que la rodeaban. También supe, hace poco tiempo, de otra niñita que, cuando su padre le preguntó qué era lo que había aprendido el primer día de asistir a la escuela dominical, contestó con orgullo: “Aprendí a sentarme quieta.”
A la verdad que nuestra escuela dominical es la provisión que el Amor divino ha hecho para sus polluelos — y a veces hasta el primer suave empuje que los lanza del nido hogareño, pues es este el rincón alegre donde los pequeños empiezan a probar las alas y a encontrar el camino ascendente. Aquí aprenden a eludir “el lazo del cazador” (Salmos, 91:3), para luego poder desplegar sus alas en las actividades de la iglesia a que pertenecen. Que todos aprendan que, según lo ha escrito nuestra querida Guía en su obra Miscellaneous Writings (pág. 213): “La Christian Science le da a uno alas fuertes y una base firme.”