Hace cosa de unos doce años, estando yo a punto de morir, una amiga recomendó a mi esposo que probara la Christian Science para salvarme. La enfermedad de que yo padecía había sido diagnosticada como reumatismo del corazón y anemia. El médico recomendó que me llevaran a un hospital cercano. Confesó que él nada podía hacer por mí, pero que el cuidado, el descanso y el verme libre de las preocupaciones del hogar me eran muy necesarios. Permanecí en el hospital varias semanas, pero seguí empeorando y poniéndome más débil cada día. El buen médico le dijo a mi esposo que si quería probar cualquier otro médico o sistema curativo que no dejara de hacerlo, pues él ya no podía hacer más; agregó que no creía que yo pudiera vivir mucho tiempo.
Fué entonces que mi amiga habló con mi esposo, y decidieron acudir a una practicista de la Christian Science. Mi esposo volvió al hospital contento y consolado, diciéndome: “Ahora sí que te vas a curar; he pedido que te den un tratamiento verdadero.” Para que él supiera que yo le comprendía, pronuncié el nombre de mi amiga. Ella nunca me había hablado de su religión, y yo no sabía lo que significaba un tratamiento de la Christian Science.
Mi amiga le dijo a mi esposo que yo debería mantener en el pensamiento la verdad siguiente: “Dios es mi Vida, Dios es mi fortaleza, Dios es Todoen-todo.” A medida que meditaba esta declaración, percibí la verdad y me dije a mi misma: “Es claro que sí, Dios es la Vida de todos, y esa Vida es la mía. Yo no necesito morir — tengo trabajo que hacer.” Y con la comprensión de esta verdad me puse cada día más fuerte, y al poco tiempo me permitieron volver a mi casa.
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