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“Beso la cruz, despierto ...”

Del número de octubre de 1951 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando se nos enfrenta algún problema de enfermedad, confusión, escasez o carencia, u otra dificultad, ¿vemos en ello el gozo de solucionarlo? Dios, el bien, es Todo en todo, y demostrar ésto es el regocijo culminante de la vida. Haciendo frente a lo que parezca contradecir la realidad de que Dios y Su bondad es lo único que existe con la comprensión de que El es la Mente que todo lo incluye, probamos que la aparente contradicción es simplemente un error de los sentidos materiales. Una vez desenmascarado y refutado, el error pierde su mentido poder sobre el hombre mortal y desaparece. En otras palabras, queda resuelto el problema. Cuando se percibe que el hombre es la idea espiritual de la Mente única, deja de obsesionarnos el temor del fracaso, el yerro o el desastre. En cambio, cada recodo en el camino de la vida nos brinda nueva oportunidad. En verdad que el mundo rutila más luz para quien experimenta el gozo de vencer sus dificultades.

En la Christian Science se entiende que la cruz representa la carga que parece agobiar a quien se ocupa de demostrar la irrealidad ilusoria de los sentidos materiales mediante la comprensión de que Dios y Su bondad constituyen cuanto existe. A veces quizá parezca que es muy pesada la carga, porque la verdad con que tropieza el error es la que pone de manifiesto esa irrealidad y otras muchas que forman gran parte de lo que es caro para el modo de sentir de los humanos. Los placeres físicos, el ficticio sentido de responsabilidad personal, el orgullo de conceptuarse un hombre de experiencia, el solaz de conservar y prolongar lo establecido por las tradiciones, la supuesta satisfacción de saber distinguir y clasificar a los demás según el criterio de uno mismo, el deseo de ser reconocido como humanamente infalible — estos son unos cuantos de los pesos terrenales que hacen que la cruz parezca onerosa. Y hay que deshacernos de ellos a efecto de purificar nuestros pensamientos para que podamos descubrir y destruir el error. Si el entendimiento mortal alega que la cruz es pesada debido a pensamientos ajenos a uno mismo, no tenemos más que atender a las palabras compasivas del que se enfrentó con el mal mundanal y lo venció: “¡Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados! ... Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí; porque soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave, y ligera mi carga” (Mateo 11:28–30).

La cruz nunca puede abrumarnos si amamos como Jesús amó. El alma agobiada no necesita más que la humildad y mansedumbre que todo lo deja por Cristo. Mary Baker Eddy revela en su poesía “Cristo, mi refugio,” el cambio que ocurre inevitablemente cuando el que busca la Verdad deja de apetecer los goces de los sentidos materiales, reemplazándolos por el júbilo de reflejar el Espíritu, Dios. Dice en parte (Poems, pág. 12):

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