Cuando se nos enfrenta algún problema de enfermedad, confusión, escasez o carencia, u otra dificultad, ¿vemos en ello el gozo de solucionarlo? Dios, el bien, es Todo en todo, y demostrar ésto es el regocijo culminante de la vida. Haciendo frente a lo que parezca contradecir la realidad de que Dios y Su bondad es lo único que existe con la comprensión de que El es la Mente que todo lo incluye, probamos que la aparente contradicción es simplemente un error de los sentidos materiales. Una vez desenmascarado y refutado, el error pierde su mentido poder sobre el hombre mortal y desaparece. En otras palabras, queda resuelto el problema. Cuando se percibe que el hombre es la idea espiritual de la Mente única, deja de obsesionarnos el temor del fracaso, el yerro o el desastre. En cambio, cada recodo en el camino de la vida nos brinda nueva oportunidad. En verdad que el mundo rutila más luz para quien experimenta el gozo de vencer sus dificultades.
En la Christian Science se entiende que la cruz representa la carga que parece agobiar a quien se ocupa de demostrar la irrealidad ilusoria de los sentidos materiales mediante la comprensión de que Dios y Su bondad constituyen cuanto existe. A veces quizá parezca que es muy pesada la carga, porque la verdad con que tropieza el error es la que pone de manifiesto esa irrealidad y otras muchas que forman gran parte de lo que es caro para el modo de sentir de los humanos. Los placeres físicos, el ficticio sentido de responsabilidad personal, el orgullo de conceptuarse un hombre de experiencia, el solaz de conservar y prolongar lo establecido por las tradiciones, la supuesta satisfacción de saber distinguir y clasificar a los demás según el criterio de uno mismo, el deseo de ser reconocido como humanamente infalible — estos son unos cuantos de los pesos terrenales que hacen que la cruz parezca onerosa. Y hay que deshacernos de ellos a efecto de purificar nuestros pensamientos para que podamos descubrir y destruir el error. Si el entendimiento mortal alega que la cruz es pesada debido a pensamientos ajenos a uno mismo, no tenemos más que atender a las palabras compasivas del que se enfrentó con el mal mundanal y lo venció: “¡Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados! ... Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí; porque soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave, y ligera mi carga” (Mateo 11:28–30).
La cruz nunca puede abrumarnos si amamos como Jesús amó. El alma agobiada no necesita más que la humildad y mansedumbre que todo lo deja por Cristo. Mary Baker Eddy revela en su poesía “Cristo, mi refugio,” el cambio que ocurre inevitablemente cuando el que busca la Verdad deja de apetecer los goces de los sentidos materiales, reemplazándolos por el júbilo de reflejar el Espíritu, Dios. Dice en parte (Poems, pág. 12):
“Beso la cruz, despierto a hallar
más claro día.
Sobre el oleaje mundanal
a Cristo ví,
y en comunión espiritual
me habla de sí.
Así me afirma la Verdad,
Roca de amor,
contra la cual la tempestad
pierde el furor.”
¿Quién no ha anhelado presenciar un día más claro en el que el mundo aparezca más luciente, ver el encrespado mar de los conceptos mortales aplacado por el tierno amor de Cristo, y afirmarse talmente sobre la roca de la Verdad que nada perturbe ni eche a perder el gozo de su ser? Aquí se nos revela cómo conseguir tan deseada paz: besando la cruz y despertando.
Ese despertamiento lo experimentó una mañana cierto joven alumno de la Escuela Dominical de la Christian Science. La noche anterior había sufrido una dolorosa afección de la garganta. En seguida se puso a reconocer y declarar mentalmente la irrealidad de la materia y del dolor y a entender la perfección del hombre real creado por Dios. Pero al amanecer seguía sufriendo más que nunca. Sin embargo, lejos de desanimarse, sentía un vehemente deseo de comprender mejor su relación con Dios. Tan vehemente era su deseo, que recobrar su bienestar físico quedó relegado a lo relativamente sin importancia. Comenzó por repetir el Padrenuestro con la interpretación espiritual que da Mrs. Eddy en las páginas 16 y 17 de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras.” En ese instante de veras que habló la Verdad, pues le parecía que era Dios mismo quien profería lo que las palabras indicaban. Cada palabra parecía radiante de significado y de poder. Con lágrimas de gozosa gratitud, el joven se levantó completamente sano.
Había besado la cruz, aunque en pequeño grado. Vió en ésto una ocasión de aprender más respecto a la unión que existe entre el hombre y Dios, y la aprovechó de todo corazón. Entonces Cristo, la idea verdadera de Dios, vino hacia él y le habló, afirmándolo en la roca inamovible de la Verdad, pues no sólo recuperó su salud, sino que toda su vida empezó a transformarse. Ya había probado el gozo de demostrar que Dios mantiene al hombre en salud y armonía. Con tal despertamiento se inició su progreso hacia fuera de los límites de la materia, y ha continuado sin interrupción desde entonces. Cesó su afán de proseguir por el fácil sendero de la vida mundana, encontrando en su lugar el regocijo de probar que el mal no es nada porque Dios es Todo en cuanto de bueno existe.
¿No es ésta la respuesta a la pregunta que a menudo oímos de cómo impedir que la juventud se aparte de la verdad, vagando al acaso? Escuchando la voz de Dios, podemos ayudarles a que descubran que hay más gozo en demostrar prácticamente que Dios todo lo abarca y constituye en Su bondad que en los placeres que sugieren los pensamientos materiales. ¿No sería sensato reflexionar a fondo respecto a lo que a menudo hacemos complacientemente por que los jóvenes sigan dejándose llevar por la corriente de la frivolidad? ¿No es todo eso, por más bien intencionado que parezca, un o preito à materialidade e nos desligar o mais possível de tudo o que possa nos emaranhar em seu mesmerismo. Ao estabelecermos na consciência, por meio do senso espiritual, uma apreciação verdadeira da realidade, descobrimos que o que é necessário para a nossa experiência humana se manifesta naturalmente como a harmoniosa manifestação exterior da compreensão exata.
Crer que o homem e o universo são a criação material de Deus, Espírito, é dar crédito à falsa criação descrita no segundo capítulo do Génesis, de onde tem saído para o genero humano toda a discórdia e a escravidão à moléstia, pecado e morte. Se depositarmos estas falsas crenças no altar da Ciência divina, perceberemos a criação verdadeira como narrada no capítulo primeiro do Génesis e espiritualmente interpretada no “Science and Health.” A compreensão de que o homem e o universo são espirituais é evidenciada na transformação das vidas individuais, de onde são varridos o cepticismo e os conceitos materiais.
Está escrito à página 335 do “Miscellaneous Writings” (Escritos Miscelâneos), obra de Mrs. Eddy, que alguem perguntou à autora: “Acha que eu deveria me retirar de uma casa em fogo, ou permanecer nela?” Mrs. Eddy respondeu: “Eu já teria Você fora dela, e ciente da estar fora.” Que tesouro de sabedoria contem essa notável resposta! Estar consciente da verdadeira individualidade como inatingível por chamas, moléstia ou qualquer outra aflição é compreender que onde vive o homem é o céu, ou harmonia, inteiramente fora do alcance da discórdia mortal; é compreender o seu direito por nascimento como filho de Deus. Assim atentos à realidade, por mais agressivo e persistente que se apresente o quadro material, podemos saber que não é real.
“O tempo oportuno para a reaparição da cura divina é através de todos os tempos,” escreve Mrs. Eddy no “Science and Health” (pág. 55); “e quem quer que deite o seu todo terrenal no altar da Ciência divina beberá agora o cálice de Cristo, e será dotado do espírito e do poder da cura cristã.” Curar pela compreensão espiritual graças à Ciência divina não é uma forma sombria nem tormentosa, mas sim um alegre desenrolar da glória que espera a todos os que desejam renunciar como irreal a criação falsa e aclamar como realidade Deus e o Seu reflexo, o homem e o universo.