Habiendo transcurrido ya nueve años de esta vida de salud, feliz y exuberante de quien en verdad ha nacido de nuevo, me siento constreñida a expresar siquiera sea un poco de mi profunda gratitud por la Christian ScienceEl nombre dado por Mary Baker Eddy a su descubrimiento (pronunciado Críschan Sáiens) y que, traducido literalmente, es la “Ciencia Cristiana”..
Me hallaba yo en una situación en la que pasaba dieciocho horas al día en una recámara a obscuras y en silencio absoluto cuando me sometí a un examen físico en una clínica de fama. La diagnosis fué: una papera interior, un tumor, un susurro cardíaco, grave conglomerado de tejidos en el pulmón izquierdo, acentuada deficiencia del hierro, una condición asmática, colapso casi completo del sistema del gran simpático, y una fractura en al parte inferior de la espina dorsal a resultas de un golpe cuando niña. Luego otro examen radiográfico reveló que esa fractura había ocasionado el dislocamiento de otras vértebras y que el flúido cartilaginoso y el espinal habían casi desaparecido de tres vértebras, haciendo que una de ellas oprimiera constantemente el nervio que va a las piernas. El dolor incesante era casi insoportable. Dos de los doctores no me dieron ninguna esperanza, pero un cirujano osteópata muy conocido me dió una vislumbre de esperanza, a la cual me prendí. A la más insignificante provocación — como al levantarme de una silla o dar un paso desigual — se me dislocaba una articulación de la cadera con pérdida del equilibrio en una o ambas piernas. Me precavieron que nunca me agachara. Una cadera estaba del largo y medio de la otra y una pierna más corta que la otra. Tenía que usar calzado ortopédico para reajustar mi equilibrio. De allí me llevaron a un hospital y me encasquetaron un enyesado. Pero la rutina del hospital resultó demasiado onerosa para mis nervios debilitados y me condujeron a mi casa, colocándome en una cama tipo hospital construida expresamente para el caso, con mis piernas suspendidas en el aire, una de las cuales a veces soportaba un peso de ocho libras.
Una prima mía que vivía en una ciudad lejana empezó a mandarme impresos de la Christian Science. Los artículos del Sentinel me alegraban, pero me sentía satisfecha con mi religión de entonces y no deseaba cambiarla. A instancias muy reiteradas de mi prima obtuve de una sala de lectura de la Christian Science un ejemplar de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mary Baker Eddy. Antes de que acabara de leer el primer capítulo, comprendí que eso era algo que había venido buscando toda mi vida. Cada día pude leer más de lo que había leído el día anterior, y en seis semanas ya había leído todo el texto. En seguida mandé a traer el libro de Sibyl Wilbur titulado The Life of Mary Baker Eddy (La Vida de Mary Baker Eddy), porque deseaba saber más de ella. Durante esas seis semanas desaparecieron todos los síntomas de los males antedichos con excepción del de la espina dorsal y el de la cadera, y eché a un lado mis anteojos de lectura por no necesitarlos ya. Así las cosas, me sacaron del enyesado y el doctor se admiró de mi mejoría. En vista de que me sentía tan sana y de que deseaba levantarme para atender a mis obligaciones que había desatendido tanto, sin duda que hice más de lo que era prudente entonces, porque en breve volví a la cama y al enyesado, con las pesas en suspenso, enfrentándome además la advertencia de que nunca tratara de ponerme en pie sin bragueros de acero.
Yo había aceptado con agradecimiento las otras curaciones, pero mi caso incluía los huesos, y no sabía yo cómo había que curarlos.
Llamé en seguida a una practicista y le pregunté si la Christian Science podría sanar esa condición. Me aseguró que sí, y citó de Ciencia y Salud (pág. 423): “Los huesos sólo tienen la substancia del pensamiento que los forma.” Desde ese instante no me cupo ni la menor duda de que la cirugía mental necesaria para el caso la suministraría la Christian Science. Cuando entendí mejor lo que leía, percibí el significado de esta afirmación en la página 508 del mismo texto: “La única inteligencia o substancia de un pensamiento, una semilla o una flor es Dios, su creador.” Cuatro días después de haber llamado a la practicista, me quitaron el enyesado y dejé la cama, saliendo a andar por el patio, apoyándome mentalmente en la verdad proclamada en la página 495, líneas 23–27 de Ciencia y Salud. En treinta días reanudé mi vida normal y activa, salí gobernando nuestro automóvil, y hasta cavé en el jardin. ¡Podía agacharme también! Mis caderas reasumieron su forma normal, mis piernas se volvieron del mismo largor, y mi peso había recuperado cuarenta libras. La curación ha sido permanente, y los años de mi vida subsecuente han sido de mucha actividad y ocupación.
Esta curación ha inducido a mi esposo y a nuestros tres hijos a hacerse entusiastas estudiantes de la Christian Science, dando por resultado que hemos sido abundantemente bendecidos. En nuestra familia hemos presenciado curaciones de pulmonía, influenza, dermatisis, diviesos, fiebre escarlatina y del vicio de fumar. Una concusión cerebral que sufrió una noche uno de nuestros hijos, quedó curada por completo a la mañana siguiente y el niño siguió jugando como siempre.
Estoy muy agradecida por todas estas pruebas del cuidado solícito de Dios, pero agradezco indeciblemente más la creciente comprensión espiritual que proviene de la Mente omnipotente, omnipresente y omnisciente. Doy gracias a Dios por Mrs. Eddy y su vida y por Cristo Jesús, nuestro Enseñador del camino. Porque soy miembro de La Iglesia Madre y por todos sus medios de promoción de la Causa de la Christian Science, por nuestros consagrados practicistas, por la instrucción facultativa que he recibido, y por el privilegio de servir en una iglesia filial estoy profundamente agradecida.—Dallas, Texas, E.U.A.