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El gobierno de las iglesias

Del número de octubre de 1951 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Con gran sensatez decretó Mary Baker Eddy, Descubridora y Fundadora de la Christian Science, que el gobierno de todas sus iglesias debe ser democrático. Escribe en The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany (págs. 246, 247): “La Carta Magna de la Christian Science significa mucho; multum in parvo: todos en uno y uno en todos. Sostiene los inalienables derechos universales de los hombres. Esencialmente democrática, su gobierno se administra por el consentimiento común de los gobernados en el que y por el cual el hombre gobernado por su creador es el hombre que se gobierno de por sí.” Tan importante consideraba Mrs. Eddy el párrafo de que extractamos ésto que, accediendo a una súplica, dió su consentimiento para que se incluyera en los estatutos de las iglesias filiales como parte del preámbulo (ibid., págs. 254, 255).

Cuando quiera que un caudillo personal subsista sin reparo u objeción en alguna Iglesia Científica de Cristo, Sociedad u otro grupo de Científicos Cristianos, ese organismo se contrapone a lo que Mrs. Eddy desea y aconseja. Antes de quejarse de que alguien domine en su congregación, los miembros que a eso se sientan inclinados harían bien en tomar en cuenta su propia responsabilidad al respecto. Del mismo modo que un hipnotista no puede ejercer su arte sin sujetos que se presten a ser hipnotizados, nadie puede dominar personalmente sin el consentimiento de los dominados.

Mrs. Eddy dice que el gobierno de la Iglesia Científica de Cristo debe administrarse “por el consentimiento de los gobernados,” no por persona alguna ni por una minoría. Por lo tanto, bajo esta forma democrática de gobierno la congregación en general, nunca un sujeto, determina el curso de la iglesia. Porque ésta se compone de sus miembros. Lo cual no significa que los miembros conjuntamente puedan desempeñar todas las funciones de la iglesia. Es un cuerpo demasiado complejo o conglomerado para prestarse a eso. En vista de ello, elige una junta directiva que se encargue de los asuntos en general de acuerdo con los estatutos. Esa junta a la vez nombra de entre los miembros aquellos que han de integrar los diversos comités a los cuales se encomiendan las actividades de la iglesia.

La congregación delega en esta junta cierto grado de autoridad sin el cual no podría funcionar. Pero la junta queda siempre responsable de lo que haga ante la congregación. Así los miembros conservan su soberanía, como la iglesia que son. En caso necesario, tienen la facultad de alterar o repeler lo que dictamine la junta. Y en ese caso la junta haría bien en agradecer el acuerdo de la congregación, puesto que la protege contra el mal paso o la medida quizá prematura que estaba por tomar.

Los miembros ejercitan sus derechos soberanos en las sesiones de negocios de la iglesia — de ahí la importancia de estas sesiones en las que la congregación ha de decidir cómo resolver los problemas que se le deparen. Quien presida en dichas reuniones deberá conceder equitativamente el uso de la palabra a los que lo soliciten, e invitarlos a que expresen libremente su opinión o a que discutan plenamente el asunto dado, cuando a ésto hubiere lugar. El que presida deberá ser imparcial, pero al igual que cada miembro, deberá orar con fervor para que se le muestre cuál decisión u opinión es la más acertada. La junta deberá proporcionar a todos los miembros cuanta información sea necesaria para que puedan decidir debidamente el asunto por discutirse. Ha dado buenos resultados, y suele ser obligatorio conforme a los estatutos, que cuando una iglesia convoque a sesión de negocios mande a los convocados una agenda o memorandum de los asuntos que van a tratarse, a efecto de que asistan bien preparados mediante oración previa.

Es pertinente que recaigan en la congregación globalmente la responsabilidad final y la de decidir los asuntos capitales, porque cada miembro por separado debe encomendarse directamente a Dios, el Principio, la Mente divina, para que lo guíe. En el pasaje supradicho referente a “la Carta Magna de la Christian Science,” Mrs. Eddy habla de los inalienables derechos de los hombres, ya que el ejercicio de los mismos tiene que ver directamente con la forma democrática del gobierno de la iglesia. Ella los define más específicamente en el libro de texto de la Christian Science, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras,” indicando (pág. 106): “Dios ha dotado al hombre con derechos inalienables, entre los cuales se encuentran el gobierno propio, la razón y la conciencia.”

Durante las sesiones de negocios, se insta a todos los miembros presentes a que utilicen los derechos que Dios les da. La razón es una facultad que al aplicarse a los problemas de la iglesia contrarresta la influencia ofuscante de la emoción o del partidarismo. Para el efecto, el miembro haría bien en percatarse de antemano de los hechos dados, inquiriendo si fuere preciso, y aquilatándolos. Debe cerciorarse de si puede apoyar concienzudamente la proposición por discutirse. Jamás debe supeditar su conciencia a la de otro. Puede consultar el Manual de la Iglesia y los estatutos de la filial para saber lo que hay que hacer. Esto es ejercitar su derecho de independencia de pensamiento — su derecho, en una palabra, de gobernarse por sí mismo.

Mrs. Eddy no da este succinto enunciado de los derechos que Dios concede, dejando allí el asunto, sino que continúa (ibid.): “En realidad el hombre goza de gobierno propio sólo cuando es dirigido correctamente y gobernado por su Hacedor, la Verdad y el Amor divinos.” En consecuencia, la demostración de la verdadera autonomía individual nunca manifiesta obstinación ni retraimiento, sino que hace que todos manifiesten la Verdad y el Amor.

Es sumamente significativo que estos preceptos de nuestra Guia en cuanto a los derechos del hombre y la naturaleza del gobierno de uno mismo se encuentran en el capítulo titulado “El Magnetismo Animal desenmascarado.” Porque es el magnetismo animal lo que trata de privar al miembro de la iglesia de sus derechos divinamente conferidos. Hay personas y agrupaciones que han experimentado el funesto resultado de renunciar a estos derechos, y Mrs. Eddy quiere evitar a sus iglesias semejante experiencia que siempre ha de acabar por obligarlos a que desanden lo andado a fin de regresar al camino recto — el camino del gobierno democrático. Es bueno recordar que, al hablar de los derechos del hombre, Mrs. Eddy indica que proceden de Dios y que son inalienables. Sabiendo que no puede privarse al hombre real del gobierno que de Dios deriva, el miembro de la iglesia demuestra sus derechos individuales del “gobierno propio, la razón y la conciencia.” Cuando cada miembro integrante de la congregación ponga en práctica este gobierno de uno mismo, la Mente única reinará en vez de su falsificación la colectividad hipnótica producida por una parte por la “fuerza de voluntad” propia y por la otra la apatía o las emociones.

Las sesiones de negocios de una iglesia ofrecen admirable ocasión para educarse y adiestrarse en el gobierno democrático. Cuando la mayoría aprueba una proposición, la minoría debería apoyarla lealmente. Por otra parte, la majoría debería tomar en cuenta fraternalmente los puntos de vista de la minoría. Si la razón está de parte de la minoría, ésta puede estar segura de que a la postre el Principio divino lo pondrá en claro. Pero si resultare equivocada, ¡cuánto mejor que la iglesia se imponga por mayoría! Nunca debe permitirse que los pareceres opuestos perturben las relaciones humanas. Al terminar la junta de negocios, cada miembro debería irse a su casa en sana paz con todos.

Cabe aquí una palabra respecto al lugar que Mrs. Eddy ocupa como nuestra Guía. El movimiento de la Christian Science se lo ha conferido por unanimidad y merecidamente como su Fundadora. Podemos estar seguros de que cuanto esta gran mujer ha hecho por sus iglesias, lo ha hecho impulsada por el profundo y tierno afecto que les profesa, fundándose en la maravillosa revelación profética que Dios le inspiró. Aun así, con gran humildad ella misma ha ordenado a sus adeptos: “Obedeced estrictamente las leyes supremas, y seguid a vuestra Guía únicamente en cuanto ella siga a Cristo” (Message to The Mother Church for 1901, pág. 34). Es evidente que ella consideraba esta amonestación de suma importancia, pues la repitió en su mensaje del año siguiente a la Iglesia.

Ejercitando sus derechos inalienables que Dios le confiere, el miembro de la iglesia reflejará mejor las cualidades divinas que guían rectamente a la humanidad, y así quedará cada vez más inmune a la influencia del caudillaje humano tan propenso a errar, y a la dominación personal. Entonces cada cual aportará su propia contribución en pensamiento, palabra y acción a las reuniones de negocios de la iglesia y a las de sus comités, respetando al mismo tiempo las contribuciones de los demás. Una de las prendas que distinguen a los pueblos demócratas a carta cabal es su reconocimiento de los derechos individuales, capacitando así a los ciudadanos a que se vean y traten de igual a igual. Esta franca equidad de asociación proviene directamente de la enseñanza de Jesús de que el hombre es hijo de Dios y no un asalariado o jornalero. De esa manera, en toda actividad de la iglesia cada quien siempre alerta, independiente y devotamente puede ejemplificar cada vez más las cualidades regias y sacerdotales que caracterizan al hombre gobernado por Dios. ¿No afirma Juan (Apocalipsis 1:6) que Cristo “nos ha constituído reyes y sacerdotes para el Dios y Padre suyo”?

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