Los hijos de los hombres se dan a vagar por sendas extrañas y tortuosas afanándose por encontrar la felicidad. Como Ponce de León, el explorador español, recorrió los escuetos matorrales de la Florida en busca de la mitológica fuente de la juventud, los mortales exploran los matorrales de la materialidad buscando el manantial del gozo.
Siglos atrás David, el melódico salmista de Israel, descubrió que esta fuente del gozo es completamente espiritual y que su origen único es el Amor divino. Dijo él (Salmo 16:11): “Me harás conocer el sendero de la vida: en tu presencia está la plenitud de gozo; a tu diestra se hallan delicias eternamente.”
En su búsqueda de la felicidad, los hombres no tardan en aprender que ningunas circunstancias materiales, ni amigos personales, ni posesiones se la pueden dar ni tampoco la falta de esas cosas privarlos de ella. Pero a veces sólo después de sufrir incesantes desengaños y temor innecesario se muestra dispuesta la humanidad a aprender esta gran realidad que revela la Christian Science de que el gozo es espiritual y que el hombre, reflejo de su Padre y Madre, Dios, ya posee la felicidad en toda su plenitud.
El hombre real, que incorpora todas las ideas verdaderas como la idea compuesta o multiforme del Espíritu que es, incluye todo el bien. Nada le falta ni hace falta, sino que desenvuelve y expresa perpetuamente la gozosa integridad autónoma del Amor. Reconocer y entender esta verdad es probarla en la experiencia humana.
En el principio, “vió Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era muy bueno” (Gén. 1:31). Nada necesita añadirse a esta creación perfecta, ni puede jamás quitarse nada de su grandeza y belleza. Nosotros discernimos esta belleza a medida que nos apartamos de los sentidos materiales y elevamos la mirada para contemplar la obra de Dios.
Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Christian Science, nos dice en su libro de texto, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 272): “El Principio divino del universo tiene que interpretar el universo.”
¿Qué interpretación da Dios al universo; será de pobreza, enfermedad y pecado? ¿De infelicidad y temor? No, El no crea tales cosas ni se da cuenta de ellas. Son el testimonio de la materia o de los sentidos materiales, lo contrario de la realidad.
Un punto de vista personal o material nos privaría de nuestro gozo, porque su concepto deformado o falseado de la creación siempre tiene algo qué rectificar, alguna paja qué quitar del ojo del prójimo, o algo que causa desdicha y desengaño. Pero ¿hay realmente algo malo o defectuoso en la creación de Dios, en lo que El declaró “que era muy bueno?” ¿No es todo eso embrollos de nuestra propia cosecha, las pajas que uno mismo se forja?
Nuestro Maestro, Cristo Jesús, se rehusó a creer que el mal era real. El rechazó el argumento de que el pecado, la enfermedad o cualquier otra falta de armonía podía privar al hombre de su gozo. Ejemplificando el esplendor del ser verdadero, él enseñó que el bien es uno, indivisible, y que lo abarca todo, y dijo (Juan 15:11): “Estas cosas os he dicho, para que quede mi gozo en vosotros, y vuestro gozo sea completo.” La Christian Science reinstituye la enseñanza del Maestro afirmando con el profeta (Isaías 12:3): “Con regocijo sacaréis agua de las fuentes de salvación.” Viene probando, como Jesús, que la creación perfecta de Dios está aquí y que Su hombre es gozoso y libre.
Puede haber ocasiones en las que olvidemos esta creación muy buena y creamos que nos falta algo esencial para nuestra felicidad y bienestar. Pero el hombre, reflejo de su Principio divino, no puede experimentar más carencia de la que Dios mismo pudiera darse cuenta.
Talvez hemos estado viendo un ambiente feo y falto de armonía. ¿Lo hizo Dios? No. Entonces tenemos autoridad divina, no para huir de él, sino para verlo transformado mediante nuestra comprensión del hecho espiritual de que allí mismo está presente la hermosura del Amor. Hallaremos por todas partes algo de qué regocijarnos cuando comencemos a verlo todo como la Mente única, el bien infinito, nos hace ver. Darse uno cuenta de la omnipresencia del Amor, reflejar la consciencia o modo de conocer de la Mente divina, es encontrar resueltos todos nuestros problemas.
La mente del infante está libre de temor zozobrante. No hay ansiedad que turbe su expectativa del bien; se halla feliz en la confianza del bien actual. También a nosotros nos es dable elevarnos por sobre la inquietud del pensar afanoso y probar que lo bueno es lo único real. Así lo corrobora la experiencia de cierta madre joven que concurrió por primera vez a una conferencia sobre Christian Science. Al regresar, ya avanzada la noche, de la ciudad cercana en la que se dictó la conferencia, antes de llegar a su casa encontró a alguien que le dijo que su bebé sufría lo que parecía ser una grave enfermedad contraída durante su ausencia.
Al llegar a su hogar, la joven madre tomó tranquilamente al nene y, colocándolo a su lado en la cama, elevó su pensamiento en gratitud y reconocimiento gozoso de la verdad que enseña la Christian Science de que el bien tan sólo es real. Se puso a reflexionar en las palabras que escuchó del conferencista de que Dios es todo y lo abarca todo, y de Su amor siempre presente y asequible.
Pocos minutos después madre e hijo dormían. Al despertar a la mañana siguiente el niño estaba perfectamente bien, con gran sorpresa del resto de la familia que no eran Científicos Cristianos. Este gozoso reconocimiento y aceptación de la presencia de Dios trajo en sus alas la salud.
La felicidad es tan natural al hombre como el perfume al lirio de los valles. Toda expresión de regocijo puro, desde el mínimo sentimiento de contentamiento hasta el más excelso gozo espiritual, es reconocimiento y aceptación de la presencia eterna del Amor. Ser feliz es estar agradecido; la ingratitud carece de gozo. El regocijo es cualidad divina que la Mente refleja, y su expresión humana es la gratitud. Luego haríamos bien en desconfiar de que sean legítimas la gratitud y la bondad ayunas de felicidad.
Si sentimos el impulso de preguntar: ¿cómo puedo ser feliz cuando este problema no encuentra solución? Recordemos que lo que soluciona los problemas no conoce problemas qué resolver. Lo que disipa toda dificultad no sabe de discordancias de los sentidos personales, como la luz no sabe de tinieblas; de ahí su capacidad para desvanecerlas.
“Si Dios es el bien infinito, nada conoce que no sea bueno; si algo de más conociera, no sería infinito. La Mente infinita nada conoce fuera de sí misma. Para el bien, el mal nunca está presente, porque el mal es distinto estado de consciencia. Dios no precavió contra el mal, sino contra conocer el mal. El mora en la luz; y en la luz El ve luz, y no puede ver obscuridad” (Miscellaneous Writings por Mrs. Eddy, pág. 367).
Un estado de consciencia lleno de gozo resiste y vence la adversidad, como la luz disipa las tinieblas. Tal estado mental no necesita luchar para vencer el error, porque trasciende o se eleva más allá del error.
Observaba quien ésto escribe un día de verano a cierto reyezuelo pequeño cuyo nido estaba amenazado por otra ave más grande. El denodado reyezuelo combatía al invasor, pero cesaba a cortos intervalos para remontarse a la rama de un árbol próximo, desde la cual desahogaba su corazón cantando alegremente, para luego volver a la defensa de su propiedad. Esto se repitió hasta que su atormentador salió derrotado.
Aprendamos esa lección de nuestro penígero amiguillo. Al esforzarnos por vencer el error, detengámonos a pausas suficientes para entonar un cántico de júbilo. Entonces veremos que el error queda reducido a la nada que realmente es.
Dice Pablo (Gál. 5:22, 23): “el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza: contra tales cosas no hay ley.” En esta clasificación, sólo el amor supera al gozo. “Contra tales cosas no hay ley,” o sea, no hay creencia falsa que pase como ley material para encadenar al hombre a la discordancia o al sufrimiento — no hay más ley que la del Amor omnipresente. Esta ley del Amor asegura la redención y libertad del hombre. La inspiración y la espontaneidad son el fruto del gozo, el retoño del corazón feliz.
Los mismos cielos nos cantarán y los árboles de la tierra aplaudirán cuando por fin descubramos la fuente de la felicidad y hallemos que el gozo es divinamente natural, nuestro innato privilegio como hijos de Dios.
En una poesía intitulada “Pippa pasa,” Roberto Browning pone en boca de una muchacha obrera de fábrica que disfruta de su día de fiesta anual estas palabras:
Eres mi único día que gozo encierra,
cual dejo celestial que Dios envía,
para leudar lo que sin tí sería
durante todo el año, pura tierra.
Su canción de regocijo contribuye a animar a cuantos la muchacha encuentra a su paso.
También nosotros, con un canto de gozo en nuestro corazón, el gozo que es del hombre como la expresión misma de Dios, el Amor divino, podemos quitar o aligerar la carga de muchos agobiados, ayudando así a que todos los que se hallen a nuestro paso sientan el contacto salutífero del Amor. Tengamos siempre presentes las palabras escritas por Mrs. Eddy en Ciencia y Salud (pág. 514): “La Mente, gozosa en su fortaleza, mora en el reino de la Mente. Las ideas infinitas de la Mente corren y se recrean. En humildad escalan las alturas de la santidad.”