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Novedad de vida

Del número de octubre de 1951 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¡Novedad de vida! La Biblia la promete y el mundo la ansía. La exótica figura del viejo explorador español Ponce de León que esperaba hallar la fuente de la juventud perenne en las playas del Nuevo Mundo, simboliza la búsqueda interminable de la humanidad, búsqueda que nunca se ha saciado porque ha seguido un derrotero erróneo. Para los sentidos materiales que disciernen sólo su propia sensación efímera de la substancia, todo se desvanece y acaba; la misma vida es fútil y fugaz. Pero para el sentido espiritual con que Dios nos ha dotado y que percibe cuanto es real, el Espíritu es substancia y perdurabilidad, y el Espíritu es la Vida.

La promisión de la Christian Science
El nombre dado por Mary Baker Eddy a su descubrimiento (pronunciado Críschan Sáiens) y que, traducido literalmente, es la “Ciencia Cristiana”. de que la Vida está siempre en punto de plenitud y perfección, no es mero ensueño utópico sino la revelación de una estupenda realidad espiritual, un hecho perpetuamente actual y en acción ininterrumpida, un hecho que toda la pseudo-evidencia de los sentidos materiales es incapaz de desmentir o de invertir. “La Vida es el eterno Yo soy, el Ser que era, y es, y será, que no puede ser borrado por nada,” escribe Mary Baker Eddy en la página 290 de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras.”

Puesto que la Vida es Dios, el único YO SOY, existe de por sí y es completa en sí. Su sustento no lo deriva de nada fuera de ella misma, sino que lleva en sí sus propios recursos inconmensurables de cuanto necesita; por lo mismo, nunca puede experimentar agotamiento ni mal nutrición en forma alguna. La Vida no contiene nada susceptible de desvanecimiento o debilitamiento, deterioro o decadencia, ser presa del dolor o ceder ante la muerte. La Vida es acción perpetua que no sabe de estancamiento ni de cesación, que no está sujeta a fluctuación o exceso. No depende de ningún procedimiento físico o fisiológico para mantener su pureza e incolumidad, su armonía y salud. La corriente vitalicia radica en la pulsante existencia de la Vida misma, y es rica, inadulterada e incontaminada, incorruptible y sin que necesite reabastecimiento por medios artificiales fuera de ella misma. Así lo percibía el salmista, pues escribió: “Contigo [Dios] está el manantial de la vida; en tu luz veremos luz” (Salmo 36:9). La Vida no tiene contrario; no puede menguar, volverse impotente o perder su vigor más de lo que Dios pudiera dejar de ser Dios. En todas sus formas de expresión, la Vida está completa y entera. Ni un solo elemento le falta de lo que es esencial para su integridad. Cada una de sus expresiones manifiesta la plenitud de Vida en vitalidad y vigor, en animación y exuberancia.

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