¡Novedad de vida! La Biblia la promete y el mundo la ansía. La exótica figura del viejo explorador español Ponce de León que esperaba hallar la fuente de la juventud perenne en las playas del Nuevo Mundo, simboliza la búsqueda interminable de la humanidad, búsqueda que nunca se ha saciado porque ha seguido un derrotero erróneo. Para los sentidos materiales que disciernen sólo su propia sensación efímera de la substancia, todo se desvanece y acaba; la misma vida es fútil y fugaz. Pero para el sentido espiritual con que Dios nos ha dotado y que percibe cuanto es real, el Espíritu es substancia y perdurabilidad, y el Espíritu es la Vida.
La promisión de la Christian Science
El nombre dado por Mary Baker Eddy a su descubrimiento (pronunciado Críschan Sáiens) y que, traducido literalmente, es la “Ciencia Cristiana”. de que la Vida está siempre en punto de plenitud y perfección, no es mero ensueño utópico sino la revelación de una estupenda realidad espiritual, un hecho perpetuamente actual y en acción ininterrumpida, un hecho que toda la pseudo-evidencia de los sentidos materiales es incapaz de desmentir o de invertir. “La Vida es el eterno Yo soy, el Ser que era, y es, y será, que no puede ser borrado por nada,” escribe Mary Baker Eddy en la página 290 de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras.”
Puesto que la Vida es Dios, el único YO SOY, existe de por sí y es completa en sí. Su sustento no lo deriva de nada fuera de ella misma, sino que lleva en sí sus propios recursos inconmensurables de cuanto necesita; por lo mismo, nunca puede experimentar agotamiento ni mal nutrición en forma alguna. La Vida no contiene nada susceptible de desvanecimiento o debilitamiento, deterioro o decadencia, ser presa del dolor o ceder ante la muerte. La Vida es acción perpetua que no sabe de estancamiento ni de cesación, que no está sujeta a fluctuación o exceso. No depende de ningún procedimiento físico o fisiológico para mantener su pureza e incolumidad, su armonía y salud. La corriente vitalicia radica en la pulsante existencia de la Vida misma, y es rica, inadulterada e incontaminada, incorruptible y sin que necesite reabastecimiento por medios artificiales fuera de ella misma. Así lo percibía el salmista, pues escribió: “Contigo [Dios] está el manantial de la vida; en tu luz veremos luz” (Salmo 36:9). La Vida no tiene contrario; no puede menguar, volverse impotente o perder su vigor más de lo que Dios pudiera dejar de ser Dios. En todas sus formas de expresión, la Vida está completa y entera. Ni un solo elemento le falta de lo que es esencial para su integridad. Cada una de sus expresiones manifiesta la plenitud de Vida en vitalidad y vigor, en animación y exuberancia.
El eterno YO SOY, o sea la Vida, es una individualidad infinita que se identifica interminablemente en formas de belleza y donaire, de gracia y agilidad. Pero la Vida no está en lo que forma; el Ego no se divide en partes; las ideas que concibe no son fragmentarias ni fugaces. Formas de Vida son formas de Mente. Nunca salen de la Mente ni se extravían fuera de la esfera de la Vida. Ellas expresan la hermosura del Alma en la gloria consciente del ser. Ni la vejez ni los accidentes tocan la Vida o las formas que la reflejan. La Vida es tan incapaz de reflejarse en deformidad, senectud o marchitez como Dios, el bien infinito, de expresarse en el mal.
La Vida no está sujeta a medidas mortales. A despecho del sueño o espejismo de la mortalidad, la Vida y cuanto la identifica es perfecto e inmortal, inalterado e inalterable. Nada en la Vida expresa inmadurez ni está incompleto. Nada hay tardío o falto de desarrollo. Nada se mide por los años que registra el calendario. La Vida es irrepresable e indestructible. No se perpetúa a través de las generaciones humanas en procesión. No tiene idiosincrasias ni defectos qué transmitir o qué encubrir. No hay ley condenatoria que imponga penas en la Vida. La ley de la Vida es la ley del Amor; el poder de la Vida es el poder del Amor. “La Vida es el eterno Yo soy, el Ser que era, y es, y será, que no puede ser borrado por nada.” Esta es la Vida tuya y mía, la única Vida que hay; y mediante la Christian Science experimentamos sus beneficios.
Luego entonces, novedad de vida no significa la renovación de lo que se ha desvanecido o desgastado, envejecido o vuelto defectuoso, sino la ejemplificación de lo que por su propia naturaleza permanece para siempre, porque la Vida se renueva sempiternamente gracias a los recursos inagotables que lleva dentro de sí misma. La novedad de Vida no es la aparición de algo hasta entonces desconocido ni la rehabilitación de algo que se ha desgastado, sino su perpetua autoexpresión en punto de perfección.
Cristo Jesús proclamó el objeto de su prepotente misión así: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). La abundancia del Amor que lo animaba, lo capacitaba para impartir abundancia de Vida. Nada había que fuera demasiado difícil para ser transformado por la abundancia del Amor que él sentía; nada tan avanzado que él no pudiera restaurar mediante su trascendental consciencia de la Vida. El espejismo de los sentidos físicos nunca pudo engañarlo ni por un instante. El sabía que sólo lo que es cierto respecto a Dios es cierto respecto al hombre, y así lo probó en la liberación de la humanidad ejemplificada en sus obras.
Siguiéndole de cerca, el apóstol Pablo dijo: “De aquí adelante a nadie conocemos según la carne: y aun si a Cristo conocimos según la carne, empero ahora ya no le conocemos. De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (II Cor. 5:16, 17).
La Christian Science nos capacita para que no conozcamos “a nadie según la carne.” Ella demuestra la identidad verdadera a semejanza de Dios. A la luz de esta Ciencia todas las cosas son hechas nuevas — vistas en su gloria prístina, reflejando la plenitud, siempre-presencia y continuidad de la Vida. Refiriéndose a la revelación de la realidad según se describe en el primer capítulo del Génesis, Mrs. Eddy escribe en Ciencia y Salud (pág. 520): “Los numerales de la infinidad, llamados siete días, jamás podrán computarse de acuerdo con el calendario del tiempo. Estos días aparecerán según desaparezca la mortalidad, y revelarán la eternidad, la renovación de la Vida, en que toda conciencia del error desaparece para siempre y el pensamiento acepta el divino cálculo infinito.”