Refiriendose al libro de texto de la Christian Science, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras,” dice su autora Mary Baker Eddy (pág. 559): “Leed este libro desde el comienzo hasta el fin. Estudiadlo, meditadlo.” Es sumamente importante meditar y aquilatar las grandes verdades que contiene el libro de texto de la Christian Science. Muchos lo leen, un buen número de ellos lo estudia, pero ¿cuántos lo aquilatan en el sentido lato de este vocablo?
Reflexionar sobre las verdades que contiene, y expresarlas, es más importante aún que leerlo y estudiarlo. La letra de la Christian Science ya es ampliamente conocida, pero para curar mediante la Christian Science es preciso ganar el espíritu. La vía recta hacia esa meta consiste en meditar hondamente la verdad en todas sus fases. Experimentando profunda y muy sentidamente esta verdad, nos la apropiamos, o la hacemos nuestra.
Nada hay de superficial ni de petulante en los pensamientos de quien se ha abierto paso rasgando la costra del materialismo. Estupendas verdades referentes a Dios y al hombre esperan que las reconozcamos. Estas verdades exponen la idea cierta de la Ciencia, la teología y la medicina. Nos revelan nuestra naturaleza original como completamente buena. Establecen nuestra seguridad en la inalterable incolumidad del Alma.
Meditando las cosas de Dios, entramos en ese bendito estado que Cristo Jesús llamó el nuevo nacimiento y del cual dijo a Nicodemo, el príncipe dudoso (Juan 3:7): “No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer otra vez.” Haciendo nuestras las verdades de la Christian Science — leyéndolas, estudiándolas y aquilatándolas,— reconocemos que la existencia es espiritual, con toda ley regente en el Espíritu.
Cuando los pastores fueron a rendir su homenaje al niñito Jesús y los magos viajaron desde regiones lejanas para poner sus dones a los pies del recién nacido, los pastores “divulgaron la noticia que se les había dado acerca de este niñito.” “María empero,” se nos dice (Luc. 2:19), “guardaba todas estas cosas, confiriéndolas [aquilatándolas] en su corazón.” El afecto que ella profesaba al niño Jesús no era simplemente amor de madre hacia su nene, sino que debe haber incluido una convicción cada vez más profunda de que había acontecido un suceso espiritual y que el niño tenía un destino espiritual.
Los Científicos Cristianos se dan cuenta de que su libro de texto revela al Cristo por tan largo tiempo incomprensible a los humanos. En esta nueva era la revelación viene, no como un nene, sino en la forma que prometió Cristo Jesús cuando dijo (Juan 14:16): “Y yo rogaré al Padre, el cual os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre.”
El niño Jesús creció hasta llegar a hombre, revelando y practicando la curación cristiana, fué crucificado, y resucitó de entre los muertos. Por otra parte, el Consolador no está sujeto a nacimiento ni a la muerte. No está localizado ni nacionalizado. Mora en los corazones de los que meditan en él, y mora de continuo. Hablando del Consolador que prometió el Maestro, escribe Mrs. Eddy (Ciencia y Salud, pág. 55): “Este Consolador, según yo lo entiendo, es la Ciencia Divina.”
Hay que reflexionar profundamente sobre la Ciencia Divina y practicarla consistentemente. Por ejemplo, se nos prescribe que cerremos nuestras puertas al error y que las abramos a la Verdad. Si algún pensamiento erróneo aparece en la puerta de nuestra consciencia clamando que lo admitamos, debemos negarle la entrada y rehusarnos a escucharlo u hospedarlo.
Debemos tener siempre presente la necesidad de obedecer a Dios, la unidad que existe entre Dios y el hombre, y la bienaventuranza del amor espiritual. Por lo mismo, debemos estudiar y aquilatar la Ciencia divina trayendo al Cristo nuestra ofrenda a fin de que recibamos nuestro galardón en términos de curación y regeneración. En este orden de ideas, los pastores modernos y los magos de hoy en día son los que, habiendo reconocido el advenimiento de la Verdad según la Christian Science, están dispuestos a abandonar sus tesoros terrenales y creencias materiales para allegarse al gran Salvador ofrendándole los costosos dones de un carácter purificado.
El advenimiento de la Ciencia Divina apenas comienza. Aunque es completo su descubrimiento por Mary Baker Eddy y ya está establecida, el estudio y aplicación de esta Ciencia en la práctica son inmaturos, por lo general, aun tratándose de los estudiantes más aventajados. Precisa que la estudiemos, que la meditemos, la aquilatemos, la vivamos y la practiquemos. La lección que más urge aprender es la del amor. En la proporción en que los hombres y las mujeres amen las magnas verdades de la Ciencia divina y de su Descubridora, Mrs. Eddy, en esa proporción sabrán aquilatarla y practicarla con éxito. No era un afecto a medias el que María y José profesaban al recién nacido de Bethlehem. Y a él se allegaron los pastores y los magos para adorarlo y ofrendarle costosos dones.
Hoy somos nosotros los que nos allegamos al Consolador, la Ciencia divina. Nuestros dones son mentales y espirituales — joyas del carácter, los metales preciosos de nuestros deseos acrisolados, el perfume de la consagración y el aceite del gozo. Un estudio a la ligera de la Ciencia divina no promueve la Causa de la Verdad más de lo que lo hubiera promovido la mirada casual de un transeúnte que por mera curiosidad volteara hacia el pesebrecuna de Bethlehem.
Los que reflexionan sobre la Ciencia divina son las Marías y los pastores y los magos de hoy. Los devotos Científicos Cristianos fomentan el desarrollo de la curación cristiana recién advenida, observando con solicitud sus pasos hacia adelante. Ellos velan por la organización y, sobre todo, se dedican activamente a su labor curativa.