Al escribir esta expresión de gratitud a Dios por la Christian Science siento hondamente que vengo a pagar una deuda que debía haber saldado desde hace mucho tiempo. Mis padres se interesaron en esta Ciencia cuando yo tenía unos doce años de edad, y hasta que cumplí unos dieciocho disfruté el privilegio glorioso de asistir a una Escuela Dominical de la Christian Science.
Cuando niño, presencié muchas pruebas del poder de la Christian Science para curarme tanto a mí como a otros de la familia. Pero a la edad de dieciocho años comencé a desviarme de la Ciencia. No que yo dudara jamás que la revelación de Mary Baker Eddy sea la verdad final respecto a Dios y el hombre, sino que me dejé mesmerizar por la falsa creencia de que una existencia independiente de la creación espiritual de Dios podía brindarme satisfacción y gozo. Pensé: “Voy a gozar de los placeres de la materia ahora mientras soy joven, y ya más tarde volveré a estudiar la Christian Science.”
Por supuesto que no encontré con tal creencia placer real ni duradero, y cuando de tiempo en tiempo tropezaba con algún problema perturbador, volvía a la Christian Science y encontraba invariablemente la solución. Y sin embargo, ya satisfecha mi necesidad del momento, retrogradaba a las viejas creencias.
Finalmente se hicieron necesarias una serie de sacudidas para que despertara yo de ese sueño y para mostrarme que a fin de vivir bien diariamente es absolutamente esencial un estudio concienzudo de esta Ciencia y su aplicación. El primer paso en mi despertar vino con un trance que experimenté en la última guerra mundial.
Hacía yo un recorrido de reconocimiento por el frente de nuestras lineas cuando vine a ser el blanco de los disparos de unos tanques del enemigo. Una de las granadas altamente explosivas que arrojaron cayó en el suelo a unos treinta centímetros de donde estaba yo parado. Al estallar, la explosión sacudió el terreno tan fuertemente que me lanzó por el aire arrojándome a una zanja. Todo se me obscureció, y estaba a punto de quedar inconsciente cuando una voz parecía decirme: “Esto es lo que es morir; estás muriendo.”
Pero inmediatamente vino en mi auxilio la verdad que había aprendido cuando niño en la Escuela Dominical de la Christian Science, como otra voz que decía: “No, no estás muriendo. No puedes morirte. Dios es Vida, por lo cual la Vida es indestructible.” A ese pensamiento me aferré y mi temor se desvaneció. Comencé entonces a ver claro. Ví dos soldados que bajaban por la zanja y pude clamar pidiendo auxilio.
Mientras me conducían a la ambulancia yo seguía afirmando en silencio la verdad que yo era hijo de Dios y no podía peder mi vida como no podía perder a Dios. Ya en la ambulancia, trataron de aplicarme plasma. Más tarde, al verme el médico técnico que me había atendido, se sorprendió de hallarme vivo. Me dijo que no habían podido aplicarme el plasma porque mis venas ya se habían debilitado al grado de comenzar a impedir la circulación de la sangre. Me explicó que cuando me colocaron en el automóvil de la ambulancia el cirujano había dicho que yo estaba en agonía y que fallecería antes de llegar a la ambulancia. Cinco meses después volví a ocupar mi puesto en el ejército.
Yo agradecí profundamente esta prueba del poder de Dios para curar, mas no había despertado por completo. Me dejé influir por la pretensión de que no era práctico estudiar seriamente la Christian Science mientras siguiera combatiendo en la guerra. Pero a mi regreso a los Estados Unidos compré una Biblia y un ejemplar de Ciencia y Salud por Mrs. Eddy así como el Cuaderno Trimestral de la Christian Science y comencé a estudiar la Lección-Sermón desde entonces. A veces todavía reincidía en las viejas creencias, pero cada vez me desilusionaban más los supuestos placeres materiales.
Por fin una desavenencia en la familia causada por antagonismo contra la Christian Science me forzó a comprender que debía ponerme firme y volverme a Dios sin reserva alguna. Al hacerlo así, encontré que las viejas creencias empezaron a esfumarse hasta perderse en la nada de que prodecían. Del hábito de fumar que había tenido por unos catorce años sané instantáneamente; vencí también el hábito de tomar licor en reuniones sociales y muchos defectos de carácter han sido descubiertos y curados.
Agradezco a Dios hondamente las muchas bendiciones que hemos recibido mediante la Christian Science, ser miembro de La Iglesia Madre y de una iglesia filial, y todas las actividades de la Causa de la Christian Science tan sabiamente establecidas por nuestra querida Guía, Mary Baker Eddy.— Fort Leavenworth, Kansas, E.U.A.
