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Ha llegado el tiempo

Del número de octubre de 1953 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


No puede aplazarse el bien. La fuente de todo bien es Dios, y Dios siempre está manifestándose; a la hora en que acudimos a El expectativamente, lo hallamos listo para bendecirnos. El tullido a quien Jesús sanó a la orilla del estanque de Betesda había estado esperando treinta y ocho años un alivio que jamás llegó. Pero su experiencia se transformó súbitamente de quejumbrosa lástima de sí mismo a júbilo cuando escuchó el mandato del Maestro: “Levántate, toma tu lecho, y anda” (Juan 5:8). Exteriormente, la escena no había cambiado. Todavía estaba allí el estanque con su mística sombra; todavía estaba allí la “multitud de enfermos;” los cinco pórticos estaban allí todavía. ¿Qué pues había sucedido para producir la curación? Esto únicamente: Había venido Cristo. La penetrante mirada espiritual del Maestro no concedía ni pasado ni presente ni futuro al triste cuadro que ofrecían los sentidos físicos. Y una intuición dispuesta a responder despertó en el corazón de uno de los enfermos a lo menos. Había llegado el tiempo para la curación, porque el tiempo para la salud y el vigor es siempre ahora.

Las enseñanzas de la Christian ScienceNombre que Mary Baker Eddy dió a su descubrimiento (pronunciado Crischan Sáiens). La traducción literal de estas dos palabras es “Ciencia Cristiana”. están escritas en tiempo presente. Para darse uno cuenta de ello no tiene más que leer cualquier página de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mary Baker Eddy. Todo estudiante de esta divina Ciencia necesita velar alertamente a fin de cerciorarse de que amolda sus conclusiones conforme a esto. El mismo comienzo del Prefacio de Ciencia y Salud dice (pág. vii): “Para los que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones.” Las ilusiones del tiempo y del espacio, fuegos fatuos de los sentidos, nos llaman inacabablemente con rútilas promesas hacia metas que nunca alcanzaremos. Ha llegado el tiempo de aceptar el bien como un hecho actual, en el mismo lugar en que estemos ahora.

Poco después de haber comenzado a estudiar la Christian Science, un vecino me suplicó curara de cierta afección a un miembro de su familia. Yo me dejé impresionar tontamente por los supuestos antecedentes patológicos del caso. El paciente había sufrido la afección por mucho tiempo, y aunque no la creían peligrosa, se juzgaban raros los casos de su curación médica. Comencé a dar tratamientos al paciente con toda la sinceridad y vehemencia de que yo era capaz, y continué haciéndolo así a intervalos que se extendieron por tres años sin que se percibiera ninguna mejoría. Fué hasta entonces cuando me di cuenta del error que me venía ofuscando: Descubrí que yo aceptaba a ciegas la sugestión de que aquí había un mortal enfermo al que la Christian Science probablemente no curaría pronto, si es que lo curaba. Inmediatamente que me fué revelada esta equivocación se desvaneció el cuadro erróneo del hombre. A lo cual siguió una curación instantánea y completa.

Eso me trajo, en la manera inolvidable del Amor, una importante lección en la Christian Science. La amada Descubridora y Fundadora de esta Ciencia sintetiza tal lección en estas bellas palabras de Ciencia y Salud (pág. 55): “El tiempo para la reaparición de la cura divina es a través de todos los tiempos; y quienquiera que coloque su todo terrenal sobre el altar de la Ciencia divina, beberá ahora de la copa del Cristo y será dotado del espíritu y del poder de la curación cristiana.”

Las humanas creencias convencionales, incluso la del pecado, la enfermedad y la muerte, no concuerdan con los hechos de la Ciencia. El paciente que acude a un practicista de la Christian Science solicitando su ayuda, lo hace buscando librarse de alguna de esas creencias convencionales. A él puede parecerle que un cuerpo enfermo requiere atención. En realidad lo que necesita es librarse de su temor de la enfermedad, elevándose a una percepción más clara de la verdadera entidad espiritual del hombre. Para elevarse así no hay mejor tiempo que hoy. La inacabable e invariable actividad del Cristo, la Verdad, es lo que realiza esto.

Mrs. Eddy define al Cristo en una oración breve y sencilla (Ciencia y Salud, pág. 583): “Cristo: La divina manifestación de Dios, que viene a la carne para destruir el error encarnado.” El Cristo “viene.” Otra vez en tiempo presente. El Cristo “viene a la carne.” No hay que pasar por alto las necesidades humanas ni los fenómenos enfermos y pecadores. El Cristo no viene con otro fin que el de redimir y restaurar; no puede producir nada menos que la destrucción del error. La Christian Science revela a la humanidad el Principio divino que existe y se cumple de por sí. No hay nada que pueda añadirse a lo completo de esta revelación, ni nada que se le pueda quitar a su poder. El Principio se expresa a sí mismo en la comprensión espiritual, que rechaza todo lo que pretenda contradecir su realidad. Siendo infinito por naturaleza, no hay que buscarlo en el sentido personal o finito de las cosas. Los mortales tienen que buscar fuera de la escructura falsa de sus temores y limitaciones a fin de percibir vislumbres del Cristo. Por débiles que parezcan, tales vislumbres bastan para mostrar el camino. La curación se logra tan luego se vea que ha llegado el tiempo para que aparezca Cristo.

Entre los cristianos primitivos había muchos que esperaban ansiosamente que Cristo Jesús volviera a estar corporalmente presente. No se habían desprendido de la humana creencia convencional de que el bien ha de aparecer en forma física y personal dentro del estrecho margen del tiempo y del espacio. El resultado de tan obscura perspectiva era y ha sido desde entonces el abatimiento y la decepción. El apóstol Pedro percibió ese error y se puso a corregir tan estéril concepto del Cristo. En su segunda epístola habla de los “escarnecedores” que decían (3:4): “¿Dónde está su prometido advenimiento? ¡pues desde que durmieron los padres, todas las cosas continúan como han sido desde el principio de la creación!” Y prosigue luego a reafirmar a sus lectores con su explicación espiritual de la manifestación divina: “Porque voluntariamente se olvidan de esto: que había cielos de antiguo tiempo. .. por la palabra de Dios.” En verdad que Cristo nunca nos ha dejado. “Por la palabra de Dios,” por obra del Principio infinito, todo lo que es bueno, todo lo que es real permanece eternamente intacto y es nuestro eternamente.

Los tonos altos y los bajos tonos de la gracia de Dios hallan algún eco en cada corazón humano. Aquietan el miedo angustiado de que la curación y la salvación vienen únicamente a los escogidos, mientras que los otros quedan condenados a pecar, sufrir y perecer. Ha llegado el tiempo en el que, mediante la Christian Science, todos puedan hallar su entidad verdadera en la incesante presencia del Cristo, la Verdad, y darse cuenta de su contacto salutífero. La resignación al infortunio, la rebelión contra circunstancias adversas, el remordimiento por los yerros del pasado, las malas inclinaciones heredadas o adquiridas no pueden apartarnos del amor de Dios. Pero para demostrar ésto hay trabajo que nos corresponde hacer. El mensaje del Cristo no varía nunca; es el mismo para todos. Dice sencillamente: “Sana.” Ha llegado el tiempo en que podamos responder: “Estoy sano.” Si parece haber renuencia a responder así, cederá cuando oremos reclamando con firmeza nuestra calidad de hijos del Principio divino del ser del hombre, o sea del Amor.

Las horas de espera no es necesario que sean horas malgastadas. Cada momento de estar espiritualmente conscientes y esforzándonos, Dios lo inspira. Encierra en sí, por reflexión, el poder para crecer, florecer y fructificar. No tenemos que pugnar carreras con la enfermedad que amenaza llevarnos a la muerte, ni con la provisión que parece agotarse, ni con la sombra de achaques que proyecta el transcurso de los años. Ha llegado el tiempo en que regocijarnos de que Dios no se aparta ni por un momento de Su manifestación; de que el hombre es hoy, como lo ha sido siempre, el amado de su Padre-Madre, la única Vida y substancia. Tal regocijo da testimonio de nuestra fidelidad a las enseñanzas de nuestra amada Guía. Es el sacramento que purifica nuestras vidas y nos eleva a la comprensión de que el hombre está a una con el bien infinito.

Para resguardar nuestros vacilantes pasos de las hoyas cubiertas de la malicia, la ignorancia y el temor, nuestra amada Guía fundó su Iglesia y nos dió el Manual de La Iglesia Madre. Esta es la Iglesia que se yergue, segura e impertérrita, sobre los cimientos inamovibles de la curación demostrada. La curación según la Christian Science da prueba de la presencia del Cristo. Nuestro crecimiento en la comprensión espiritual nos acerca siempre más a la Iglesia sin alejarnos de ella nunca. Haremos bien si vigilamos de cerca nuestros pensamientos, rehusándonos a dar cabida a sugestiones que tiendan a extraviarnos del redil que nos resguarda. Asistir con regularidad a los servicios religiosos; apoyar solícitamente y sin criticar a la Iglesia en todas sus actividades; estudiar diario diligentemente la Lección-Sermón en el Cuaderno Trimestral de la Christian Science; amar con gratitud a nuestra Guía; responder alertamente a toda oportunidad de ayudar a los demás — estas son las señales indicadoras del camino que no debemos descuidar. Si somos fieles a las exigencias espirituales de esta Iglesia, ni las asechanzas mundanales ni la egoísta complacencia de uno mismo nos engatusarán deceptivamente.

Ha llegado el tiempo en que comprender que la Christian Science efectivamente nos libra de las creencias supersticiosas que tratan de impedir nuestro progreso. La bondad, la pureza y la honradez son las ventanas por las que Cristo, la luz del mundo, se adentra en nuestras vidas. Está en la naturaleza del Cristo adentrarse así, y en la del hombre darle la bienvenida. Juan, el discípulo amado, no tuvo más que ver el sepulcro vacío para que la gloria de la resurrección despuntara en toda su plenitud en su mente siempre a la expectativa. “Vió y creyó,” dice el Evangelio de su nombre (Juan 20:8). Otro de los discípulos prefirió esperar hasta ver palpablemente la evidencia física del triunfo del Maestro sobre la tumba. También para él apareció el Cristo resucitado en forma tal que convenciera a su dudoso corazón, pero después de esperar ocho días. Hoy, como entonces, la divina manifestación está presta para todos por igual. A fin de mostrarse no pide más que nos rindamos, cediendo al sentido espiritual.

El hombre no vive en el magnetismo animal ni por él. No responde al mesmérico halago de los sentidos físicos. Ha llegado el tiempo en que nos mantengamos firmes cuando malévolas tentaciones clamen por que las aceptemos. La rectitud en acción va más al fondo de lo que va una sumisión a la letra del Decálogo por mera obligación. Es la esencia misma del hombre real que se impone de por sí por mandato divino y abunda en intuiciones espirituales que nos dicen todo lo que necesitamos saber. La voluntad humana nos tienta con su ofuscante influjo a que desatendamos tales intuiciones, pero el Cristo redentor siempre está listo para rescatar la anhelosa esperanza de los de limpio corazón. Nunca se ha dicho la última palabra mientras Cristo no venga.

“Ahora somos hijos de Dios” (I Juan 3:2). La única razón de ser del hombre es reflejar la verdad que constituye el ser. Conviene que analicemos concienzudamente los móviles que suelen inducirnos a vacilar en declarar nuestra posición como Científicos Cristianos. Siempre se está a salvo cuando se es Científico Cristiano. Ser Científico Cristiano es impugnar las pretensiones de la materia y de los sentidos materiales con nuestra comprensión de que Dios es todo. La comprensión espiritual nos capacita para morar triunfalmente al lado de Dios, el bien infinito. Este es el lugar santo en el que la salud, la libertad y la armonía están siempre presentes y son nuestras siempre. Ha llegado el tiempo.

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