Con dicha profunda doy testimonio del poder de la Christian Science para curar. No hay problema, por grande que sea, ni situación demasiado complicada, ni enfermedad demasiado grave que no pueda curarlos la comprensión de Dios según lo enseña la Christian Science.
Mi madre comenzó a estudiarla poco después de que yo naciera. Era la única estudiante de esta religión en el remoto pueblo del occidente al que nos fuimos a radicar, por lo cual tenía que habérselas constantemente con opuestas opiniones y prejuicios propios de un pueblo de criterio retardado, no dispuesto a tolerar tales “necedades.”
Yo me acuerdo de varías curaciones importantes de que fuí objeto en mi niñez. Fuí rescatada de lo que parecía muerte segura a la que me llevaba una fiebre escarlatina, cuando mi madre veló toda la noche conmigo en sus brazos, orando y leyendo “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mary Baker Eddy. Mi hermana menor fué puesta en cuarentena porque tenía viruelas, de las que sanó gracias a la comprensión de la Christian Science que poseía mi madre. Ella trató la creencia del contagio tan primorosamente que nadie en la familia sufrió ni temía tal enfermedad, y las cacarañas del rostro y del cuerpo de mi hermana desaparecieron completamente.
Cuando jovenzuela, me caí de una barra alta para gimnasia, fracturándome ambas muñecas al tratar de amortiguar el golpe al dar contra el suelo. Recuerdo muy bien cómo anduve una milla hacia mi casa acompañada de una amiguita, desmayándome a veces por el dolor que me punzaba por todos mis dos brazos. Mi madre me acostó en mi cama sin hacer con mis muñecas más que posarlas en una almohada, no obstante que estaban gravemente torcidas y deformadas. El dolor cesó en una hora aproximadamente mientras ella me leía Ciencia y Salud. Yo me dormí, pero ella continuó el tratamiento toda la noche. Los huesos de mis muñecas se encasaron por sí solos y en pocos días ya podía usar las muñecas. En otros pocos días sané enteramente en todos sentidos y prontó olvidé el accidente.
Pasé mi juventud casi completamente feliz, resolviendo mi madre todos mis Problemas de importancia secundaria con su paciencia y comprensión, o con la ayuda amable de una practicista cuando el caso lo requería. Pero con el tiempo llegué a entender que tarde o temprano la Verdad nos compele a resolver nuestros propios problemas. Yo no tuve ninguno de real importancia sino hasta después de haber salido de la universidad una vez graduada, con mi título respectivo y con un temor latente del cáncer y de lobanillos. Me lo infundieron las clases de higiene que prescribía mi curso de estudios. Más tarde descubrí una de tales hinchazones sin dolor en mi boca, y aunque me dí tratamiento a mí misma en la Christian Science por varias semanas, crecía el lobanillo y también mi temor a pesar de que ya entonces me ayudaba una practicista. De súbito comprendí que esta era prueba exclusivamente mía sin que nadie me pudiera ayudar porque mi propia sinceridad y fe en la Ciencia tenían que someterse a esa prueba insubstituiblemente. Entonces renuncié el puesto que ocupaba, dejé de concurrir por las noches a la escuela de jurisprudencia y me aislé en mi apartamento leyendo Ciencia y Salud casi toda una semana. El lobanillo, que había crecido al grado que apenas podía yo hablar o tragar, comenzó luego a decrecer. Al día siguiente, mientras leía cierto pasaje del libro de texto, desapareció por completo. Había empezado como insidiosa sugestión, el temor lo había nutrido, y por fin se desvaneció cuando comprendí que no era más que una creencia de la mente mortal. Y con él se fué mi temor que lo había ocasionado.
Entre otras bendiciones que debo a la Ciencia y por las que me siento hondamente agradecida, se cuentan las demostraciones en muchas ocasiones de lo que constituye la provisión, los puestos que he tenido y a los que fuí guiada al buscarlos, el desenredo de humanas relaciones embrolladas y desventuradas, protección durante viajes por avión en los que peligraba nuestra seguridad, mi rescate cuando estaba a punto de ahogarme, habérseme librado de mi afán de vivir galana vida con sus correspondientes placeres materiales, y numerosas curaciones físicas. Hoy puedo por fin decir con certeza que mi meta es servir a Dios y llevar a cabo únicamente Su propósito divino en cuanto me atañe. Me siento cada vez más agradecida a Mrs. Eddy, nuestra amada Guía, por todas las actividades de nuestra Causa y por haber recibido yo instrucción facultativa en la Ciencia.— México, D. F., México.
