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“En la casa de mi Padre”

Del número de octubre de 1953 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Christian Science ha venido a esta era a fin de habilitarnos para entender y utilizar las grandes verdades de la Biblia. Nos ayuda a probar que las preciosas promesas que ella contiene son aplicables a todas las fases de la experiencia humana. Nuestra querida Guía, Mary Baker Eddy, nos ayuda a entender cómo utilizar estas verdades cuando declara esclarecientemente en la primera página de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras:” “La oración que reforma al pecador y sana al enfermo es una fe absoluta en que para Dios todas las cosas son posibles,— un entendimiento espiritual de El, un amor abnegado.”

Tarde o temprano todo ser humano siente el anhelo de un hogar más completo y armonioso y una comprensión más clara de lo que constituye casa. Pero en estos últimos años han escaseado las habitaciones necesarias para satisfacer la creciente demanda. La mente mortal, que es la supuesta antípoda de la divina Mente infinita, Dios, alega que ésto se debe a la segunda guerra mundial que por varios años causó la interrupción de la construcción de casas en cantidad normal. Lo que el entendimiento humando sugiere como razones a veces suenan admisibles cuando el que así las toma no ha vislumbrado a Dios como Padre y Madre del hombre, el eterno proveedor de una morada segura para cada uno de Sus hijos.

Cuando nuestro Maestro estaba a punto de dejar a sus discípulos y sentía que necesitaban con especialidad comodidad y seguridad en cuanto a hogar, les dijo (Juan 14:2): “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si no fuera así, yo os lo hubiera dicho;” y conviene tener presente que antes de prometerles eso les amonestaba a que no se turbara su corazón, que creyeran sus palabras de verdad como creían también en Dios, el bien infinito. En otras palabras, el cumplimiento de su promesa dependía de que entendieran y tuvieran una fe durable en la verdad que les enseñaba. Para una Científica, la interpretación que da Mrs. Eddy a las palabras finales del Salmo 23 da la clave de lo que dijo el Maestro en sus palabras antedichas (Ciencia y Salud, pág. 578): “Y en la casa [la consciencia] del [amor] moraré para siempre.”

Por supuesto que es increíble que pueda faltar algo de bueno en el Amor que es otro modo de nombrar a Dios, dado que el Amor incluye todo lo que uno pueda necesitar o desear. Incluye todo lo que evoca la idea del hogar en su sentido más verdadero: amor, paciencia, humildad, paz, sana compañía, abundancia, integridad, belleza, armonía, orden, sabiduría, bondad, comprensión, etcétera. Pero hay que estar consciente de la presencia del Amor, sabiendo que en realidad no hay otro lugar en que morar. Entonces comenzaremos a percibir que estas verdades relativas a la casa, vividas y amadas, acallarán las sugerencias de los sentidos materiales con sus dudas, temores y sugestiones de carencia y nos harán ganar una convicción de que en realidad ya estamos en casa, y siempre hemos estado en nuestro hogar verdadero. Nos damos cuenta de que ningún mortal nos puede dar tal casa, ni quitárnosla, ni privarnos de ella. Nos la da el Amor divino, y él únicamente.

Sabiendo que a los discípulos les esperaba una gran tarea y que tenían que demostrar en forma práctica las verdades que les enseñaba, a saber: que Dios es omnipotente, omnipresente y omnisciente, Jesús no les dejó solamente la seguridad de que había muchas mansiones en la consciencia del Amor, sino que les dijo tierna y comprensivamente, consolándolos: Yo [el Cristo] “voy a prepararos el lugar. Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo: para que donde yo estoy, vosotros también estéis.” Siempre estaba consciente Jesús de su unión con el Amor, por lo cual sabía que moraba en el Amor, no en la materia.

En su definición de “Cristo,” dice Mrs. Eddy que es “la divina manifestación de Dios, que viene a la carne para destruir el error encarnado” (Ciencia y Salud, pág. 583). En vista de lo cual, ¿no procuraba Jesús aclarar a los que le seguían entonces como ahora, que el Cristo que él comprendía y vivía tan admirablemente, siempre estaría con ellos e iría delante de ellos a dondequiera que ellos fueran? Jesús sabía también que dondequiera que se albergue al Cristo en la consciencia humana, allí habría siempre un lugar — una morada cierta y segura, completamente adecuada — en que vivir y probar estas verdades.

Cuando tratemos de establecer un concepto correcto del hogar, ¿no sería cuerdo meditar en estas grandes lecciones? Es seguro que hay que saber que lo que Jesús enseñó a sus discípulos es tan aplicable a los que sigan hoy al Cristo, la Verdad, como cuando él vivía entre los hombres.

Si tenemos una fe que comprende a Dios, el bien, y a cada instante mantenemos nuestra mente llena de Verdad y de Amor, en todo tiempo estaremos conscientes de nuestra morada verdadera. ¿Que, no podemos pues confiar en la promesa de que Cristo en verdad va adelante de nosotros y que nos prepara un lugar para cada uno, y que nos lo revelará? Así, si nos aferramos con firmeza y comprensión al hecho científico de que la Mente divina domina toda la situación, podemos esperar que se manifieste en nuestro caso que “donde yo [el Cristo, la Verdad] estoy,” nosotros también estemos. Cuando la Mente divina nos guíe al lugar que el Amor ha preparado para nosotros, estaremos en un ambiente de armonía.

Hace varios años que la que ésto escribe tuvo el feliz privilegio de presenciar el cumplimiento de estas promesas cuando unos parientes muy queridos experimentaron la demostración correspondiente. Se les había notificado que tenían que desocupar el lugar en que vivían y no podían encontrar una casa adecuada por más que la buscaban. Siete u ocho meses después recibieron el aviso final en el que se les daba un plazo de diez días. Entonces fué cuando un miembro de la familia se puso a atender seriamente al asunto de acuerdo con la Ciencia, con ayuda de otros de la familia y de un practicista, decidiendo esa miembro dedicar buena parte de su tiempo cada día a ganar un concepto más claro de la casa y a poner en práctica lo que fuera aprendiendo.

Los versículos del Evangelio según Juan ya mencionados persistían en venir a mientes al buscar ella citas, por lo cual comenzó a analizarlos palabra por palabra con ayuda de los diccionarios de concordancias de la Biblia y de todas las obras de Mrs. Eddy. Se convenció talmente de la verdad absoluta de esas promesas y percibió con tal claridad todo lo que implican para toda la humanidad, que nada pudo hacer que vacilara su confianza en que se realizarían.

Transcurrieron varios días sin ningún indicio visible de que algo se lograba. Dos días antes de que expirara el plazo, el desaliento y la sugestión de fracaso trataron de posesionarse de la mente de uno de los miembros de la familia, pero tales errores fueron rechazados instantáneamente. Ellos se apegaron firmemente a las promesas de Jesús y sostuvieron que con seguridad se realizarían si todos las creían a pie juntillas. Ese mismo día la misma de la familia a la que trató de tentar el desaliento sintió el impulso de preguntar a una amiga si sabía de algún apartamento que se alquilara. La respuesta fué afirmativa; sabía de un apartamento que acababa de desocuparse.

Aunque había limitaciones y obstáculos de por medio, al anochecer del penúltimo día el Amor los había desvanecido por completo. Al día siguiente, la sabiduría los había guiado en todas las fases de la mudanza tan perfectamente que cuando llegó la noche toda la familia se halla cómodamente instalada en su nueva casa. La armonía que llenaba el ambiente de su nuevo hogar superaba tanto a la de la residencia anterior que los beneficiados no podían más que murmurar con humildad y gratitud: “¡Padre, te damos gracias!” Aquí sí que de veras el Amor había puesto de manifiesto su obra completa, porque el amor y la compañía que necesitaba tanto uno de la familia también se le proporcionó en la nueva casa.

En verdad que el Cristo ha preparado un lugar para cada uno de nosotros. Reclamémoslo, seguros de que las creencias materiales no pueden cegarnos a la actuación del Principio divino que es Amor. La Mente nos revela perennemente el concepto correcto del hogar. Nuestra tarea consiste en reflejar diario las cualidades de Dios que deseemos manifieste el hogar nuestro, dejando el resto a lo que El disponga.

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