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Cuestión de honradez y justicia

Del número de octubre de 1953 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Honradez y la justicia caracterizan al que busca y halla la Christian Science,” dice Mary Baker Eddy en su libro The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany (pág. 4). Con muchas otras normas de conducta así de explícitas Mrs. Eddy dirige a sus adeptos por la senda de la rectitud cristiana. Ella percibía que el poder para curar y la habilidad para recibir la curación exigen elementos mentales cristianos, y que desobedecer la ley divina del bien es perder el derecho a la bendición de Dios. Esto la indujo a establecer cierta ética respecto a lo que habían de cobrar como honorarios profesionales los practicistas cuyos nombres figuran en el directorio publicado en The Christian Science Journal y a quienes les prescribe el Manual de La Iglesia Madre que no sigan ninguna otra vocación (véase la Sección 9 del Art. XXV).

Hablando de los medios de subsistencia de los que dedican todo su tiempo a Dios en el ejercicio de esta profesión, dice Mrs. Eddy (Rudimentos de la Ciencia Divina, pág. 14): “Deben darle todos sus servicios, y no deber ‘nada a nadie.’ Para hacerlo así, en la actualidad deben cobrar honorarios adecuados por sus servicios, y luego ganarlos a consciencia, practicando estrictamente la Ciencia divina, y sanando a los enfermos.” Y en un artículo titulado “El Obrero y su Salario” en Miscellany (págs. 214–216), Mrs. Eddy vuelve a hablar de que es justo que el practicista cobre honorarios equitativos por sus servicios que curan. En este pasaje cita ella, en apoyo de sus instrucciones, las palabras de Cristo Jesús (Lucas 10:7): “El obrero digno es de su salario.”

Lucas menciona tres ocasiones en las que el Maestro dió instrucciones a sus discípulos en cuanto a sus medios de subsistencia. Una en la que envió a los doce a que predicaran el reino de Dios, y que sanaran a los enfermos 9:1–6); luego el caso mencionado en el capítulo siguiente, cuando envió a otros setenta a que le prepararan el camino; y finalmente, cuando estaba a punto de entrar en el huerto del Getsemaní. Es evidente que Cristo Jesús vió que el sanador cristiano no podía depender de la precaria misericordia de la humanidad para su sostenimiento cuando el error pretendía rebelarse contra la Verdad, pues en el último caso cambió sus instrucciones anteriores de que no llevaran alforja ni dinero ni pan, ordenándoles esa otra vez que mejor se proveyeran de lo necesario para su sustento. Dijo: “El que tenga alforja, tómela, y también su dinero” (Lucas 22:36, según versión inglesa).

Puesto que la actividad curativa de la Christian Science es más valiosa que todos los tesoros materiales, los que la practican con fidelidad y profesionalmente deben sentirse facultados para cobrar una suma equitativa por sus servicios. Y en vista de que ha subido el costo de la subsistencia, hasta duplicarse en algunos lugares, ciertamente que es ético que cobren más por sus tratamientos. Por otra parte, conviene recordar que la práctica de la Christian Science es un sagrado ministerio religioso y no una ocupación comercial. Su objeto es sacar a luz al hombre hecho a semejanza de Dios, caracterizado por la salud e integridad y por su estimación justa del bien. Todavía son de tomarse en cuenta cuidadosamente estos puntos en los países en que los practicistas tengan que depender de dádivas voluntarias de sus pacientes.

Quien se dedique a este servicio impelido por la avaricia y el egoísmo, careciendo de la ternura que “atempera el viento que azota a la oveja trasquilada,” apenas está habilitado para curar por medios espirituales a los que sufren. El practicista encuentra a menudo necesario ajustar sus honorarios a la comprensión que tenga el paciente y a su actual demostración de la provisión; y hacer eso es practicar el espíritu curativo del Cristo.

En la Sección 22 del Art. VIII del Manual de la Iglesia Mrs. Eddy especifica ciertos requisitos éticos relativos al practicista y al paciente, prohibiendo a los miembros de la iglesia que entablen demanda, en circunstancias perdonables, a fin de cobrar lo que se les deba por tratamientos dados. Y luego dice: “Asimismo debe rebajar el importe de las consultas en casos crónicos de recuperación y en los que no haya logrado la cura. Un Científico Cristiano es humanitario, benévolo, longánimo, dispuesto a perdonar y a vencer con el bien el mal.” En este estatuto vemos reflejado el amor de nuestra Guía por la honradez y la justicia y ese sentimiento humanitario que da a su presentación de la Ciencia divina su cordialidad cristiana y su poder para curar.

Mrs. Eddy se regocijaba de ver la práctica de la Christian Science establecida con toda la dignidad de una profesión curativa y granjeándose constantemente el reconocimiento y la protección de las leyes en diferentes estados y países. En el año de 1909 dijo que los honorarios que cobraran los practicistas debían ser los mismos que cobraran los más reputados médicos de la misma comunidad (véase su libro Miscellany, pág. 237). En estos últimos años, los honorarios que cobran los doctores han subido en proporciones más altas a veces de lo que fuera de esperarse, particularmente los de los especialistas. Tales honorarios apenas pueden compararse con los de los Científicos Cristianos porque los servicios correspondientes a menudo no son comparables. El médico suele ver al paciente sólo una que otra vez, mientras que el Científico da con frecuencia un tratamiento diario sin volver a ver al paciente, hasta que sane. Esto indica que, al ceñirnos al consejo de nuestra Guía, importa más considerar la justicia y la honradez que la interpretación literal de sus palabras.

Conviene no perder de vista el trabajo intenso y concienzudo que se requiere en la preparación de los practicistas de la Christian Science, así como la consagración que exije su ministerio curativo. Abnegación, amor, espiritualización del pensamiento, purificación del carácter son constantes demandas perentorias. El practicista debe medir su modo de vivir conforme al ideal que promulgó el Maestro (Juan 15:13): “Nadie tiene amor más grande que este: que ponga uno su vida por sus amigos.”

Preguntóse una vez a un practicista si se haría cargo de un paciente como obra de caridad o de limosna, y contestó: “No, pero puedo curarlo de su pobreza.” Cuando a un paciente le parezca que sus medios de vida son exiguos, le conviene introspeccionarse para cerciorarse de que está dispuesto a pagar de buena voluntad lo que pueda. Su reconocimiento de que un servicio espiritual vale algo, hace que entre en acción el bien en su experiencia humana. Además, el paciente dispuesto a pagar lo que pueda tiene más probabilidad de sanar que el ingrato. La ingratitud y el egoísmo que lo impelen a no estar dispuesto a desprenderse de lo material, no hacen más que exponer el materialismo que se le prende en su modo de pensar, impidiendo su curación. Muestran la sujeción en que pretenden tenerlo los sentidos materiales con su creencia en que la materia es substancia. Mientras que la gratitud, la justicia y la honradez evidencian que aparece el hombre creado por Dios, el hombre que expresa salud y armonía eternamente.

La metafísica cristiana se concierne con el desenvolvimiento de los atributos de la Mente divina, y la práctica de la Christian Science demuestra ese desenvolvimiento, ejemplificando el carácter divino en la experiencia de los que la practican. A medida que practicista y paciente manifiesten ambos el caudal de bondad que es natural en el hombre, a medida que expresen amor y gozo y veracidad, sus corazones rebosarán de gratitud por el hecho de que Dios es Todo y que el hombre es perfecto. Y eso pondrá de manifiesto la abundancia del Amor que fluye en todas sus ideas. La sabiduría se encarga de hacer todo reajuste necesario. Así la honradez ha de vencer el egoísmo y la justicia ha de ser la ley que eleve el gran servicio de la curación cristiana a más encumbradas alturas de la perfección.

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