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Algo que hacer

Del número de abril de 1953 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La consecución del gobierno espiritual de uno mismo siempre ha de ser uno de los principales objetivos de todo estudiante formal de la Christian Science. “Reflejando el gobierno de Dios, el hombre se gobierna a sí mismo,” declara la reverenda Fundadora de esta Ciencia, Mary Baker Eddy, en la página 125 de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras.” El hallazgo del gobierno de uno mismo implica un procedimiento que redime. La Biblia y las obras de nuestra Guía están repletas de instrucciones, paso a paso, para lograr esta meta, y a medida que estudiamos tan magistrales cartas de navegar que nos guían a ese anhelado orden en el que cada cual decide sus propios actos, nos damos cuenta de que siempre hay algo que nos toca hacer a fin de conseguir el procedimiento correspondiente.

El explorador que va en busca de un valle hermoso y fértil puede topar súbitamente con un claro en el desierto desde el cual divisa la tierra de promisión de sus anhelos después de tanto caminar al azar tan afanosa como inútilmente. Por fin se ve recompensado con la certidumbre de la realización inminente, y se siente libre para coordinar sus planes con su expectativa. Pero debe continuar abriéndose paso a la meta que ya contempla, cruzando finalmente el umbral de la tierra en flor, para luego esforzarse diligentemente por descubrir a plenitud sus internas riquezas.

No hay esfuerzo que valga en el que para tener éxito no sean indispensables la disciplina y dominio de uno mismo, cualidades que siempre requieren empeño deliberado, inteligente y resuelto de parte del interesado. Esto no lo altera el hecho de ser la Christian Science lo que se estudia y se procura demostrar. En realidad se vuelve más imperioso y vital, y el Científico Cristiano que procura obedientemente llevar a cabo su propia salvación sabe que siempre tiene que hacer algo muy definitivo y positivo a ese respecto, recordando que Pablo declara (Filipenses 2:13): “Dios es el que obra en vosotros, así el querer como el obrar ... su buena voluntad.”

A veces, cuando algún afligido y perplejo viene a nosotros en busca de certeza, suele decirnos en son de queja: “¡Oh! ¿Qué haré yo?” No es vana anomalía, sino admirable coincidencia de verdad espiritual lo que nos hace contestar consolándolo: “Nada vas a hacer de tí mismo, ¡y sin embargo, mucho vas a hacer!” Lo cual significa sencillamente que nuestro amigo encontrará su paz y progreso al comprender que el Amor divino lo hace todo en realidad de verdad, y que al reflejar descansadamente el hombre ese impulso y poder divinos, lo bendice con la habilidad y los recursos necesarios para que produzca abundantemente. Es natural y comprensible que Jesús haya dicho en cierto ocasión (Juan 5:30): “No puedo yo de mí mismo hacer nada,” y sin embargo en otra ocasión (Juan 9:4): “Es menester que yo haga las obras de aquel que me envió.”

De lo que sí podemos estar seguros es de que mientras no logremos el estado de perfección en que predomina la comprensión y el dominio espirituales, no podremos desatender ni dejar de seguir en los pasos de nuestro Maestro y los de nuestra Guía, afirmando gloriosamente la realidad del ser espiritual aquí y ahora — el gobierno de la Mente por toda la eternidad y la infinitud — y al mismo tiempo negando con precisión y metódicamente la mentira que es el mal hasta que su irrealidad quede debidamente probada en nuestra comprensión y en nuestra experiencia individuales.

Ni la habilidad para afirmar el bien ni la capacidad para rechazar el mal son nuestras. Nosotros sólo reflejamos la habilidad para discernir y declarar las verdades espirituales del ser. Y reflejamos asimismo la aptitud para descubrir, repeler y aniquilar las falsedades de las creencias mortales. En ambos casos se precisa el esfuerzo mental, puesto que el hecho de que la Mente y sus ideas es todo lo que existe, constituye por sí solo la negación de cualquier apariencia en contrario. Es perentorio que nos esforcemos conscientemente por probar ésto.

El estudiante de la Christian Science que se deje llevar al acaso por la corriente de la vida diaria, satisfecho de haber descubierto la asequibilidad de la verdad del ser creyendo complacidamente que ya nada le toca hacer, no ha crecido metafísicamente lo suficiente para su propio bienestar. Porque sí que le corresponde hacer algo: debe vivir la verdad en práctica demostración. Tal vez se contente con llamar a un practicista cuando incurre en alguna condición discordante, y luego se pregunta por qué, cuando sana de tal discordancia “sin hacer nada” de su parte, le sobreviene algún otro trastorno que lo haga volver a ver a un practicista. Puede ser que hasta encuentre que en las visitas que siga haciendo al practicista ya ni logra el alivio tan pronto como en las primeras consultas. Eso es inevitable, porque no se puede ser Científico Cristiano sin llevar a cabo la tarea que a él mismo le corresponde como obrero consecuente, mental y espiritualmente. Zigzaguear al azar creyéndose casualmente seguro de que todo va bien, no basta. Nada puede nunca bastar sino que adoptemos seria y resueltamente la persistente declaración de que Dios es todo y que el mal no es nada y la utilicemos realísticamente en el campo de batalla de nuestra propia regeneración y salvación.

La espiritualización entera de la consciencia individual es la meta final de todo obrero formal en la viña de la Christian Science, y ésto implica un procedimiento cotidiano en el que uno se desprende habitualmente del hombre viejo de los falsos conceptos materiales y se reviste del hombre nuevo de comprensión espiritual y realidad divina. ¿Cómo proceder en esta tarea de quitarnos lo viejo y revestirnos de nuevo, de nacer otra vez mediante la regeneración espiritualmente mental? Persistiendo incesantemente en vigilar nuestro modo de pensar, en afirmar lo real y negar lo irreal. Es buen examen de sí mismo que el Científico Cristiano se pregunte: “¿Qué tan seguido niego enérgicamente las sugestiones del error que tratan de penetrar en mi consciencia?” ¿Nos enfrentamos habitualmente a las agresiones mentales de las creencias erróneas con la declaración inmediata: “Eso es mentira?” ¿o con alguna otra denegación así de inequívoca o intransigente? ¿o dejamos que tales falsedades crucen el umbral de nuestra mentalidad para sorprendernos después de que nuestras declaraciones del bien en general no parezcan suficientes de por sí para hacernos inmunes? Nuestro Maestro afirmaba vigorosamente que el Espíritu es todo cuanto existe y también con energía y a veces audiblemente rechazaba como nada las específicas sugestiones erróneas.

Un estudiante de música puede escuchar apreciativamente la ejecución de alguna obra magistral de música, pero tiene que esforzarse mediante práctica diligente si ha de ejecutar perfectamente él mismo la composición dada. Un estudiante de matematicas conoce la asequibilidad de grandes y profundos métodos de cálculos pero sólo en su propia práctica, en su aptitud para rechazar conclusiones erróneas y en su demostración de reglas y conclusiones exactas halla verdadera satisfacción y progreso.

La necesidad de orar y velar consecuentemente al practicar y demostrar la Christian Science no significa de ninguna manera que la senda está erizada de hoyas en que atrapar y que al estudiante no se le reserva más que cruz que cargar y martirio. Nada más lejos de la verdad. Las reglas de esta práctica son en provecho del estudiante, no meramente para que se cumpla con ellas, pues tienen por objeto guiarlo hacia la paz y la seguridad verdaderamente duraderas.

“La Verdad está revelada. Sólo es menester practicarla,” declara nuestra Guía (Ciencia y Salud, pág. 174). El Científico Cristiano sincero se goza hoy en disfrutar del privilegio de proseguir en esta práctica sagrada — en la exigencia inestimablemente recompensadora y sostenida por Dios, de que todavía hay algo que hacer.

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