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Oración eficaz por la paz

Del número de abril de 1953 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Es justo y razonable que los hombres de toda fe y nación oren por la paz. En la proporción en que oren comprensivamente, limpiando sus corazones de todo rencor y cumpliendo con sus obligaciones de ciudadanos, habrá paz permanente entre las naciones. De mes en mes que ya llegan a años, el mundo ha venido viviendo en un estado de crisis prolongada. Es incuestionable que el gran anhelo de paz que abriga la humanidad ha tenido mucho que ver con la conservación de la paz durante este período de turbulencia.

Mary Baker Eddy escribe en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 1): “El deseo es oración; y nada se puede perder por confiar nuestros deseos a Dios, para que puedan ser modelados y elevados antes de que tomen forma en palabras y en acciones.” Esto es cierto en cuanto al deseo de que haya paz. Si queremos buscar paz como Dios manda, no hemos de desear mero reposo y comodidad en una satisfacción material, ni la falsa paz de transigencia que resulta de ceder al mal. Antes bien buscaremos esa dinámica actividad del bien a cuyo influjo avanza el mundo a un concepto más elevado de la justicia y más amplia expresión de la buena voluntad.

La Cristiandad en general ora pidiendo paz, rogando a Dios conceda paz a Su pueblo. El Científico Cristiano aprende a orar con oración de afirmación, basada en la comprensión de que Dios de hecho da paz al hombre, de que siempre se la da al pueblo de Su creación, a los hijos del Espíritu.

Es apropiado orar (Mateo 6:10): “Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” Es igualmente apropiado orar como Mrs. Eddy ha interpretado este pasaje escritural (Ciencia y Salud, pág. 17): “Capacítanos para saber que — así en la tierra como en el cielo — Dios es omnipotente, supremo.”

Convencidos como estamos de que sólo Dios es el creador del universo espiritual, de todo lo que existe en realidad, y de que no hay otro poder fuera del Suyo, podemos y debemos afirmar mentalmente e insistir en que “el Señor Dios Todopoderoso” reina en el cielo y en la tierra, en que la paternidad de Dios implica la hermandad de los hombres, y en que los hombres y las mujeres de toda nación y raza tienen que reconocer esta verdad benigna. Declarar tales hechos espirituales teniendo presente que son efectivas nuestras razones para saberlos es contribuir fuertemente a evitar que estalle otra guerra mundial y a orar por que las desavenencias entre las naciones se allanen pacíficamente, y a que se establezca el reconocimiento final de que sólo la Verdad triunfa.

Al estudiante del Cristianismo que piense fundamentándose en estas proposiciones nunca se le puede embaucar haciéndole creer que la guerra, y específicamente la tercera guerra mundial, sea inevitable. Una porción demasiado grande de la humanidad parece aceptar hoy descuidada o indefensamente semejante sugestión. Pero aun la misma historia humana ofrece casos en los que se evitó el conflicto. Y, fijándonos otra vez en la naturaleza espiritual de la creación, podemos ver y saber que el mal nunca es inevitable ni real; que sólo Dios, el bien, y Su manifestación están presentes y tienen poder.

Aferrándonos así a la verdad, es seguro que también rechazaremos esa otra sugestión fraudulenta de que es necesaria o deseable una “guerra de prevención.” Lo que en verdad es necesario, es que cada humano vigile su modo de pensar para no dejar que arraigue en él la malicia, el odio, la vengatividad o la sospecha sin fundamento. Podemos repetir a este respecto las palabras de Jesús (Mateo 10:36): “Los enemigos del hombre serán los de su misma casa [mental].” Porque los malos pensamientos tienden a desfigurar nuestro concepto del prójimo como hijo de Dios. Y sean los que fueren los errores en que parezca incurrir otra persona, otro país o grupo de personas, lo que necesitamos es sostener y fomentar la verdad del hombre espiritual real a fin de corregir lo erróneo.

Una poesía publicada hace varios años en la Página del Hogar de The Christian Science Monitor contenía esta pregunta provocativa:

¿Prefieres de quien contiende
que se dañe o
que se enmiende?

Son inconmensurables las posibilidades de que lo erróneo se enmiende. Aun cuando las huestes del Rey de Asiría blasfemaban y hablaban contra Dios, el Rey Ezequías las vió rechazadas y vencidas sin batalla de por medio (II Reyes 19 y II Crónicas 32). Jesús ordenó a sus adeptos (Lucas 21:9, 28): “Cuando oyereis hablar de guerras y conmociones, no os alarméis,” antes bien “erguíos y alzad vuestras cabezas; porque vuestra redención se va acercando.”

Al orar diariamente por nosotros mismos, por la Causa de la Christian Science y por el mundo, podemos pedir que comprendamos que en realidad todos los hombres son hermanos, que en verdad los hombres no pueden verse esclavizados por caciques ni por sus propias ilusiones preñadas de odio, y que el error, una vez descubierto, acaba por destruirse a sí mismo sin destruir consigo a la humanidad.

Dice Mrs. Eddy en Miscellaneous Writings (Escritos Diversos, pág. 9): “‘Amad a vuestros enemigos’ es idéntico a ‘No tenéis enemigos.’ ” Cuando veamos a todo supuesto contrincante en su entidad verdadera como hijo de Dios, y cuando a todo error agresivo y tiránico lo veamos como impersonal magnetismo animal, contribuiremos mucho a sacar a luz el hecho de que el mal no es nada, y eso sin incurrir en la quimicalización de la guerra. Así seremos verdaderos pacificadores.

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