La protesta de los humanos contra el envejecimiento la sintetiza con acierto Mary Baker Eddy en estas palabras que se hallan en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 248): “Hombres y mujeres de edad más madura y mayor experiencia debieran llegar a la madurez de la salud e inmortalidad, en lugar de caer en tinieblas o tristeza.” Pero hizo más que protestar contra el prototipo de la mortalidad: Proveyó la Christian Science, la revelación que Dios le impartió del orden verdadero de la existencia. Esta gran Ciencia que revela la Verdad, enseña a la humanidad cómo rechazar las enfermedades de la edad senil volviéndose del modelo mortal de la carne y amoldando sus vidas conforme al modelo del hombre creado a semejanza de Dios. Continúa diciendo nuestra Guía en la página antedicha: “Tenemos que formar modelos perfectos en el pensamiento y mirarlos continuamente, o de lo contrario no los esculpiremos jamás en vidas grandes y nobles.”
Según lo revela la Christian Science, el hombre es espiritual. Es inenvejecible, porque las cualidades de carácter e ideas divinas con que Dios lo forma, nunca se desvanecen. Los elementos mentales como el amor, la veracidad y la pureza son reales e indestructibles. El reconocimiento de que el hombre es espiritual expone lo espurio de la personalidad corpórea que sufre a causa del agotamiento que acosa a toda carne y abate gradualmente el estado mental de autodecepción que constituye el mortal pecaminoso. De ahí que el hombre inenvejecible aparezca en la proporción en que se abandone la mortalidad y se ejemplifiquen demostrativamente las cualidades de la imagen de Dios en la frescura y abundancia suyas.
En un humanitario percibimos vislumbres del modelo perfecto en su honradez, justicia y misericordia. Pero se precisa una percepción más clara del hombre como semejanza de la Mente si ha de evitarse que el patrón de la decadencia imponga su despiadado curso. Tiene uno que entender que su vida está realmente aparte de la materia y sin que tenga ninguna relación con los órganos materiales, sino que depende del Espíritu para que continúe ininterrumpidamente su vigor y su servicialidad.
Por cuanto Mente es Dios, la consciencia infinita que existe y se sostiene por sí sola, la frescura y espontaneidad de la Mente, sus facultades y atributos, nunca pierden su vitalidad. Y por ser el hombre la idea de la Mente, su propia expresión, retiene eternamente todo el vigor innato al hombre. En efecto, su función es el desenvolvimiento continuo de la infinitud del bien o lo bueno que constituye la naturaleza del Amor. Hay una ley de progreso interminable que no admite lúgubre retroceso, y esa ley rige al hombre.
Si el decaimiento causa estragos con los años, ese decaimiento es de la mente mortal falsa y falsificadora, no de la materia; y es en esa mente, no en la materia, donde debe efectuarse la corrección. Estimular el cuerpo artificialmente con drogas, ejercicio mecánico o dieta nunca puede hacer las veces de la espiritualización del pensamiento que es lo que confirma la infatigable vida de progreso que radica en la Mente. Dios nunca se debilita de sostener Su creación perfecta, y cuando se comprende este hecho, la creencia en la mente falsa incapaz de sostener sus ilusiones interminable o indefinidamente, pierde gradualmente su influencia en la experiencia humana.
No hay que esperar a que aparezcan las físicas señales de vejez antes de tratar como se debe su implacable pretensión de que es ley. Los indicios mentales de sus irrupciones — tendencia a volverse olvidadizo, debilidad, falta de atención, agotamiento de las facultades, propensión a depender de otros, falta de interés espiritual — todo eso hay que resistir inteligentemente con las verdades espirituales que constituyen el hombre, reflejo de la omnisciencia de la Mente, de su interés y sus facultades. El depende de la Mente para todo, y su espiritualidad es vivaz en creciente mas nunca en menguante a medida que progresa en pureza y poder en el bien que la Vida desenvuelve inacabablemente.
Mero creer en la Christian Science no basta. La demostración de sus declaraciones de inmortalidad requiere que llevemos a cabo la voluntad del Amor en todos respectos. Exige que sacrifiquemos por entero toda consciencia de lo que no manifieste Amor, que acallemos todo albedrío o voluntad humana, todo mórbido interés propio, agitación del ánimo o zozobra. ¿Quién desea dejar sus convicciones mórbidas y renovar sus energías con amor espiritual, ternura, mansedumbre, humildad y buen humor? ¿Quién está dispuesto a abandonar por completo su temor de la muerte y a probar que su vida y su inteligencia emanan de la Mente divina y no del cerebro ni de la estructura corporal? El que cumpla con estos requisitos puede rehusarse a someterse al patrón agresivo de la creencia general que tiende a hacer que todos los mortales se resignen a decaer. Demostrando ser el reflejo del bien que nunca muere por ser del Amor, uno se constituye ley para consigo mismo y se presta y adapta al plan de Dios para la inmortalidad. Su estado mental determina su experiencia, y destierra la decrepitud desterrando los pensamientos que la causan.
La Christian Science prolonga la longevidad, pero su meta es descorrer el velo de la inmortalidad — revelar al hombre como coexistente con la fuente de que emana: Dios; como preexistente e imperecedero. Cristo Jesús así lo implicó cuando, hablando desde el punto de vista del Cristo, su entidad real, dijo (Juan 8:55): “Antes que Abraham fuese, yo soy;” y también cuando prometió (Mateo 28:20): He aquí que yo estoy con vosotros siempre.” La vida impecable y espiritualmente activa del Maestro es lo que lo identificaba como el Hijo de Dios inmune a la muerte. Cuando alguien atesora y demuestra la naturaleza cristiana o del Cristo, aparecen su preexistencia e inenvejecibilidad propias y retiene sus fuerzas mentales porque radican en Dios.
De fuerza en fuerza progresaba nuestra amada Guía, renovando su energía espiritual en la fuente de la realidad. Amor e inteligencia caracterizaban su naturaleza. La intrepidez y la santidad impelían sus actos. Jamás amenguó su interés en la vida ni vaciló su consagración al bienestar de la humanidad. Ella reconocía sólo una Vida como real, y esa Vida como la fuente del bien inalterable. No había persecución ni prueba capaz de apocar el gozo que ella sentía por su misión. Del caudal de su propia y magna demostración de que la Verdad renueva la inspiración perpetuamente, dice ella en sus Miscellaneous Writings (Escritos Diversos, pág. 291): “El rocío del cielo caerá suavemente en los corazones y en las vidas de todos los que se hallen dignos de sufrir por la justicia,— y que hayan enseñado la verdad que vigoriza, refresca y consagra a la humanidad.”
El transcurso de los años traía a Mrs. Eddy sólo deberes más elevados y renovada inspiración al llevar a cabo su salvación amando a la humanidad más desinteresada y universal- mente. Ninguna mancha de propio interés maculó su progreso. Su propósito era librar a toda la humanidad de la desolación de la mortalidad, y el Amor divinó la apoyó en cada paso al avanzar por su senda. Su inmensa contribución al bien de la raza espera el reconocimiento general. Ante su amado ejemplo, ¿quién puede titubear en la tarea de probar lo que ella percibía — la perfección del hombre inmune al tiempo que reconoce a Dios como su único origen?
