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La copa y la cruz

Del número de abril de 1953 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Pablo dijo al tribuno romano (Hechos 22:28): “Yo soy [ciudadano] de nacimiento,” puede dicirse que dió testimonio del estado divino del hombre; mientras que cuando el tribuno dijo: “Yo con grande suma alcancé esta ciudadanía,” puede decirse que eso simboliza la salvación que se obtiene mediante la redención — la necesidad de cada humano. La verdad divina tocante a todo hombre es que está libre de toda mancha de error; pero para los sentidos humanos tal libertad debe ganarse mediante el poder de la Christian ScienceNombre que Mary Baker Eddy dió a su descubrimiento (pronunciado Crischan Sáiens). La traducción literal de estas dos palabras es “Ciencia Cristiana”. para redimir.

Los mortales están propensos a buscar comodidad en la materia. La Christian Science no ofrece tal comodidad. Ofrece el conocimiento de Dios que satisface y que sana. Ofrece el gozo que causa la demostración y la paz que resulta de resolver los problemas aplicando las leyes de Dios según las revela la Christian Science; pero simple afirmar y creer en la Christian Science no dan la existencia espontánea, libre de problemas. Como en los tiempos del tribuno romano, la libertad cuesta caro. Librarse del pecado, la enfermedad y la muerte como promete la Christian Science, puede lograrse sólo “con grande suma”— el precio de vencer y borrar de la consciencia humana todo lo que niegue la unión del hombre con Dios. Dice Mary Baker Eddy en su libro de texto, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 9): “Hay una cruz que llevar antes de que podamos gozar de los frutos de nuestra fe y esperanza.”

Jesús y Mrs. Eddy emplearon dos emblemas para simbolizar el esfuerzo que se requiere de los dispuestos a trascender las creencias mortales y la capacidad humana a fin de expresar y demostrar que están a una con el infinito. Esos emblemas son la cruz y la copa. Dijo Cristo Jesús (Juan 18:11): “La copa que me ha dado mi Padre, ¿acaso no la he de beber?” También dijo que el que quisiera ir en pos de él, se negara a sí mismo, tomara su cruz y lo siguiera (Mateo 16:24). ¿No quiere decir eso que hay que negar lo que tienda a impedir nuestro progreso hacia el Espíritu o retardar que experimentemos la libertad que trae consigo la Christian Science? Dicho de otro modo, incumbe a los que quieran ir en pos del Ejemplificador del camino negar toda falsa creencia perturbadora, toda limitación que engendra la falsa educación o la creencia de que somos criaturas finitas limitadas por todos lados.

Indica Mrs. Eddy en Miscellaneous Writings (Escritos Diversos, pág. 213): “Todo lo que de bueno he escrito, enseñado o vivido ha fluído por la cruz que llevo, el olvido de mi misma y mi fe en la rectitud.” ¿Pueden pues sus adeptos esperar probar lo que ella enseña evadiendo la cruz, rehusándose a llevarla o quejándose de ella? Mrs. Eddy la llevó, y aunque nos dice que nadie puede beber hasta las heces la copa que ella bebió como Descubridora y Fundadora de la Christian Science, nos dice también y claramente que nadie puede ganar la inspiración de esta Ciencia sin probar tal copa (Retrospection and Introspection, pág. 30).

El primer paso para tomar la cruz es negar la falsa sensación de lo que uno es, como lo exigía Jesús. Quienquiera que se aferre al falso concepto de su “yo” material se concierne naturalmente con la conservación de ese “yo” en reposo y comodidad, porque el materialista no está dispuesto a subordinar los intereses de su supuesta entidad a fin de someterse a la redención necesaria para que aparezca su verdadera identidad que satisface. Sólo olvidándose de sí mismo puede uno encontrar el más alto sentido de su entidad. El olvido de uno mismo lo lleva a la comprensión de la verdadera individualidad del hombre. Y como la comprensión de la individualidad verdadera se logra únicamente mediante la demostración de que el hombre todo lo incluye como reflejo de la Mente que lo abarca todo, la expresión inevitable de la individualidad verdadera bendice a todos los que entren en contacto con ella.

No siempre es fácil negar lo que la mente mortal se llama a sí misma. En creencia siempre la estamos afirmando, defendiendo, protegiendo o declarando su valor o falta de valor. Le dedicamos tiempo para explicarla. Alegamos que se mal entiende o se le juzga mal, cuando no hay que hacer más que negarla y tomar nuestra cruz — la tarea de probar que el hombre no es desemejante a Dios en nada.

Este requisito a menudo parece trabajoso. Jesús no demostró su unión con el Padre sin esfuerzo o trabajo; ni podremos nosotros. Pero gracias a la revelación de la Christian Science, encontramos que contamos con el Principio por el cual podemos demostrar la unión entre Dios y el hombre, la Ciencia que nos guíe en nuestro camino. La jornada que emprendemos al negarnos a nosotros mismos y tomar nuestra cruz no es pues fortuita puesto que ya se nos ha trazado el camino, y como lo indicó Jesús, es angosto y estrecho o estricto. Los que entramos en este camino hallamos obstáculos, las piedras de tropiezo del orgullo, la propia voluntad, la envidia y la pereza. Estas son las cosas que hacen que la cruz parezca pesada y el camino escabroso.

Si a veces el peso de la falsa creencia universal parece abrumarnos, recordemos que a medida que avanzamos incesantemente enalteciéndonos en este camino en el que nos negamos y nos sacrificamos a nosotros mismos, los obstáculos disminuyen porque se les ve más claramente irreales. Continuando en nuestro progreso, con frecuencia hallamos que un poder que no es nuestro impele lo que decimos y lo que hacemos; las curaciones se efectúan más pronta y espontáneamente, hasta que percibimos que manifestamos crecientemente el dominio y el gozo del Cristo.

El corazón repleto de amor no se niega a llevar la cruz. La abnegación o inmolación de uno mismo trae consigo un gozo y una serenidad que los de mente material nunca pueden percibir. Nos libra progresivamente de nuestra entidad mortal, de los defectos mortales y de las tendencias de nuestro temperamento que tratan de perturbar o estorbar. Entonces y en la medida en que la falsa sensación de uno mismo comienza a disiparse, el hombre creado por Dios empieza a aparecer como el “rey en su hermosura.” Pablo previó este galardón que se reserva a los fieles, y escribió (Rom. 8:18): “Yo estimo que los padecimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que ha de ser revelada en nosotros.”

¿Se nos presenta la pretensión de la pobreza? Tomemos la cruz de probar la afluencia divina. Dios en Su munificencia infinita ha provisto cuanto necesita cada una de Sus ideas. Siendo este un hecho divino, podemos reclamarlo, entenderlo y demostrarlo. ¿Nos asedia el temor del dolor o la muerte? No nos resignemos a aceptarlo: hay que levantarnos, tomar nuestra cruz, y probar que estamos eterna y serenamente satisfechos, no en la materia sino en el Principio, y que la Vida divina, única Vida nuestra, es inmortal y existe y se manifiesta de por sí. El hombre, la idea de Dios, no puede temer, porque, como dice la Biblia, “no nos ha dado Dios el espíritu de temor, sino el de fortaleza, y de amor, y de templanza” (II Tim. 1:7).

¿Pretende presentarse alguna forma de pecado? Rehusémonos a desentendernos de la necesidad de redimirnos y de llevar nuestra cruz. Leemos en Miscellaneous Writings (Escritos Diversos, pág. 319): “Si la impresión que tienen del pecado es muy leve, los mortales corren el riesgo de no ver su propia creencia en el pecado, viendo en cambio muy vívidamente tal creencia en su prójimo. Entonces los acechan el egoísmo y la hipocresía.” Y luego se refiere a los Científicos Cristianos cuando añade: “Deben estar venciendo el pecado en ellos mismos o, a falta de eso, no perder de vista el pecado; de lo contrario son pecadores de la peor ralea que se engañan a sí mismos.” La justificación de sí mismo tiende a cegarnos a la necesidad de tomar la cruz del esfuerzo espiritual. Rehusémonos a cooperar con esta forma del ante-Cristo.

Contemplando al Cristo, desenmascaramos los pecados y destruimos su pretensión de ser o existir. La túnica inconsútil de la rectitud del Maestro muestra por contraste a los mortales sus porpios andrajos; pero recordemos con gozo que el Cristo viene a destruir el mal encarnado y que la presencia del Cristo, que expone el pecado, es y será siempre la presencia que lo cura. Por lo cual hay que alegrarnos cuando el error queda así expuesto en nuestra consciencia. Porque eso muestra que está presente la luz de Cristo. Sin esa luz, el error no se echaría de ver, sino que seguiría encubierto indefinidamente en la obscuridad.

Cesemos, pues, de quejarnos de nuestros problemas, tomándolos más bien como la mejor oportunidad para que crezcamos. Jesús nunca rehuyó ni un solo problema. El bebió de la copa y nos la ofreció, indicándonos que tendríamos que beber de ella en verdad si habríamos de ser sus discípulos. Jesús tomó su cruz y dijo que el que quisiera ir en pos de él debería tomar su cruz y seguirlo. No puede evadirse la cruz, pero se nos vuelve luz cuando la aceptamos y la llevamos; se nos vuelve báculo y sostén hasta que troquemos la cruz del esfuerzo por la corona de la redención, como el crucificado se volvió el glorificado.

La Christian Science no ha venido a nosotros para salvarnos de inconvenientes y darnos agradable período eterno sin que hagamos nada y lo obtengamos todo. La Christian Science no es fácil camino hacia una seguridad material. Su propósito no es librarnos del esfuerzo, sino librarnos del error; y ésto no se logra sin esfuerzo. Los pensadores heroicos, los coronados de Dios, son los que han estado dispuestos a trabajar, a cargar con la cruz y andar según lo requiera mientras haya enfermedad que curar, pecado que perdonar o aflicción que mitigar.

El que sea mayor siempre ha de ser el mejor dispuesto a servir. Las alturas a que uno se eleve por sus propios esfuerzos a veces parecen frías y los vientos crueles, pero el aire vigoriza y el panorama despliega siempre más grandiosidad y belleza; y sólo escalando estas alturas puede uno llegar a la cumbre coronada de Dios y contemplar el alba del Espíritu despuntando en esplendor sobre la tierra.

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