La Christian Science vino a mí cuando me hallaba en un hospital de los Estados Unidos en calidad de practicante para recibirme de enfermera. Había presenciado que la Christian Science sanaba a varios pacientes que los médicos habían declarado desahuciados; pero en mi ignorancia sobre el asunto, pues nunca había leído ni oído una sola palabra acerca de ella, tuve que vencer dentro de mí mucha predisposición.
Unos parientes cariñosos vieron que yo necesitaba que me ayudaran y que tuviera mejor concepto de Dios, porque me encontraba insatisfecha e infeliz. A instancias de ellos los acompañé a concurrir a la más cercana iglesia de la Christian Science y comencé a leer el libro de texto, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mary Baker Eddy. No me daba cuenta de que sacaba mucho de hacer eso en primer lugar, pero algunas verdades hermosas se destacaban, entre ellas la de que Dios es omnipotente, omnipresente y omnisciente.
El último año de mi período de entrenamiento caí enferma de fiebre tifoidea. Pasadas seis semanas en las que estuve en el hospital siendo cariñosamente atendida, recobré mi salud aparentemente y fui a vivir con unas amigas durante mi convalecencia. Entonces sobrevino una recaída que parecía ponerme a las puertas del sepulcro. Me preguntaron si deseaba la Christian Science o un médico. Pude apenas susurrar: “Christian Science.” En el hospital había presenciado cómo muchos habían agonizado de manera idéntica. Mientras llegaba la practicista, yo me apegué a la idea de que si Dios es omnipotente, entonces El estaba listo para socorrerme y curarme allí y en aquel instante, como lo está a todo tiempo y en todas partes. También pensé que yo no necesitaba morir a fin de estar más cerca de Dios y que, siendo El Amor, no había de querer que yo estuviera enferma.
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