Aunque yo no adopté la Christian Science por ningún motivo personal, he recibido mediante ella incontables bendiciones mentalmente, físicamente y de todos modos y en todos sentidos. Hoy quiero relatar una demostración que ojalá induzca a alguien que se halle actualmente agobiado a llamar a la puerta correcta en demanda de ayuda y a que la reciba.
Hace tiempo se desarrolló cierta enfermedad en la maxila superior y en la inferior de mi quijada. No acertando a saber qué era, decidí ir a ver a un dentista para cerciorarme. El primero que ví y otros varios se rehusaron a hacerse cargo del caso después del examen preliminar que hicieron. Decían que era demasiado grave para tratamiento ordinario. El último que consulté se mostró más enfático aún y me dijo que no podía hacer nada. Dijo también que, en su opinión, era un caso de cáncer generalizado en ambas mandíbulas y que necesitaba tratamiento especial. Yo respondí enfáticamente que no aceptaba tal diagnóstico y le aseguré que si me daba tratamiento ordinario como a cualquiera de sus pacientes comunes, yo sabría que hacer a fin de vencer la dificultad específica. Después de discutir algo, consintió aceptarme de esa manera.
Mientras él proseguía con su tarea, yo me aferraba a la idea de que, como hijo perfecto de Dios, el hombre está por siempre intacto y que ésta era la oportunidad de que probara yo la omnipotencia de Dios. Sabía que, por ser Dios la Vida, nada podría destruir la armonía de mi existencia.