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Cuando yo era alumna de la Escuela Dominical...

Del número de enero de 1954 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando yo era alumna de la Escuela Dominical experimenté algo muy admirable concerciente a la educación. La única escuela diurna a que yo fuí estaba en un cuarto trasero de una pequeña casa particular y la maestra era una señora de edad avanzada, sin que pasara la enseñanza que recibí de la instrucción más rudimentaria. Salí de esa escuela a la edad de trece años y medio y comencé a trabajar como aprendiz ayudante en una de las bibliotecas públicas de Lambeth.

Aunque mi instrucción escolar fué muy deficiente, mi educación espiritual iba muy adelante de mi edad porque uno o dos años después la Christian Science me interesó tremendamente y con ahinco asistía a la Escuela Dominical y estudiaba realmente el libro de texto, Ciencia y Salud, y los otros escritos de Mrs. Eddy.

Transcurrió algún tiempo, y cuando era yo todavía joven menor de veinte años, el Comité de Bibliotecas de entonces adoptó una regla por la cual sólo los que habían sido aprobados en el examen final de la escuela en que se matricularon serían elegibles para puestos en el cuerpo permanente de empleados, y que los demás que ya trabajaran en las Bibliotecas sin haber sustentado tal examen y salido aprobados, tendrían la oportunidad de sustentar y salir aprobados en un examen especial fijado para el efecto, por cuanto yo recuerdo, por la Asociación de Bibliotecas. Si no salían aprobados, siempre se les consideraría empleados temporalmente, con todas las desventajas respectivas que incluían la de no poder nunca ascender en el escalafón del cuerpo de empleados.

Cuando supe eso, yo decidí someterme al examen. Debo admitir que entonces no sabía yo lo que se me esperaba, pues nunca había asistido a una escuela moderna y las normas de educación poco significaban para mí. Si alguien me hubiera sugerido que mi falta de educación era un impedimento, yo lo hubiera negado enérgicamente, porque no hay impedimentos para la imagen y semejanza de Dios. Mi Padre celestial posee toda sabiduría, y siendo yo Su reflejo, eso me bastaba. Pero cuando mis padres comenzaron a expresar duda de que saliera yo aprobada en el examen, solicité la ayuda de mi maestra de la Escuela Dominical que era también una practicista de la Christian Science, y ella tuvo la amabilidad de trabajar metafísicamente en mi auxilio.

Yo comencé a pensar, según recuerdo, si podría estudiar alguna materia que me sirviera para el caso, y me llevé a casa un texto de gramática inglesa. Su lectura la hallé mayormente engorrosa y tediosa, pero ciertos párrafos los hallé sumamente interesantes y los estudié. No me imaginaba yo entonces que eran esas partes de la gramática que hallaba interesantes las que contenían las respuestas directas a las preguntas que se me hicieron en el examen por escrito.

Como aprendiz ayudante, parte de mi trabajo consistía en arreglar los estantes de la biblioteca y en varias ocasiones sacaba yo tal o cual libro al acaso, lo hojeaba y leía una u otra de las respuestas a las preguntas que más tarde se me hicieron en el examen que sustenté. Esto se destacó especialmente en el cuestionario de geografía. Un día antes del examen yo estaba arreglando el estante que contenía mapas y átlases, uno de los cuales se abrió en donde se mostraba un mapa grande de Italia, el cual me puse a ver bien porque me extrañó la figura que presenta ese país. Una parte de mi examen de geografía pedía que dibujara un mapa de Italia, cosa que pude hacer fácilmente porque me había puesto a ver detenidamente el mapa meras horas antes.

Yo tomé mi asiento para que me examinaran, llena de confianza, y cuando pusieron ante mí los cuestionarios no hice más que regocijarme y dar gracias a Dios, pues allí estaba yo, contemplando el juego de cuestionarios, sabedora de casi todas las respuestas. Para mí era la cosa más natural en el mundo, y de más está decir que cuando se dieron a conocer los resultados del examen, yo salí aprobada. Y el hecho de haber salido aprobada en ese examen tuvo un efecto grande en mi carrera; no sólo me dió más prestigio y aumento de sueldo entonces, sino que más tarde me infundió más confianza en mi habilidad cuando dejé el empleo de la biblioteca por otra vocación.

A la luz de mi edad más madura ahora se me ocurre que lo que realmente se me deparaba entonces era una serie de normas humanas, y nada son las normas humanas ante las divinas. Reboso de gratitud por la Christian Science que a temprana edad me capacitó para probar en cierto grado que la imagen y semejanza de Dios no tiene impedimentos.—

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