Algunos hallan difícil vivir consigo mismos, estar solos con sus pensamientos. Otros anhelan la presencia de los que han fallecido o de los que viven en lugares lejanos. En los aniversarios, o en la Navidad u otra época del año, los que carecen de familia cercana o de amigos a veces se sienten agobiados por la compasión de sí mismos, por su soledad o por la desesperación.
La Biblia nos relata episodios interesantes en las que las personas así afectadas han vencido esas morbosas sugestiones mentales. Cuando despertaron de esos sueños sin sentido, se dieron cuenta de la presencia del Amor divino y se hallaron inmediatamente en compañía de sus ángeles consoladores y congeniales. Entonces huyeron la desesperación, la soledad y lástima de si mismos, dando lugar al éxito y un regocijo inmenso.
Durante su larga estancia en lo profundo del desierto recapacitando introspectivamente, Moisés apacentaba el rebaño de su suegro Jetro. Sin duda que pasó muchas luengas horas orando y meditando. Por fin su soledad, su lástima y condenación de sí mismo quedaron vencidas al grado de que Moisés pudo percibir y obedecer la voz de Dios. Y entonces emprendió su grandiosa misión de guiar a los hijos de Israel sacándolos de la esclavitud y llevándolos a la tierra prometida. Sirviendo a los demás, Moisés halló fuerzas y quedó librado de las creencias en la soledad y la desesperación que lo habían sometido a esclavitud mental.
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