Algunos hallan difícil vivir consigo mismos, estar solos con sus pensamientos. Otros anhelan la presencia de los que han fallecido o de los que viven en lugares lejanos. En los aniversarios, o en la Navidad u otra época del año, los que carecen de familia cercana o de amigos a veces se sienten agobiados por la compasión de sí mismos, por su soledad o por la desesperación.
La Biblia nos relata episodios interesantes en las que las personas así afectadas han vencido esas morbosas sugestiones mentales. Cuando despertaron de esos sueños sin sentido, se dieron cuenta de la presencia del Amor divino y se hallaron inmediatamente en compañía de sus ángeles consoladores y congeniales. Entonces huyeron la desesperación, la soledad y lástima de si mismos, dando lugar al éxito y un regocijo inmenso.
Durante su larga estancia en lo profundo del desierto recapacitando introspectivamente, Moisés apacentaba el rebaño de su suegro Jetro. Sin duda que pasó muchas luengas horas orando y meditando. Por fin su soledad, su lástima y condenación de sí mismo quedaron vencidas al grado de que Moisés pudo percibir y obedecer la voz de Dios. Y entonces emprendió su grandiosa misión de guiar a los hijos de Israel sacándolos de la esclavitud y llevándolos a la tierra prometida. Sirviendo a los demás, Moisés halló fuerzas y quedó librado de las creencias en la soledad y la desesperación que lo habían sometido a esclavitud mental.
Jesús se retiraba con frecuencia a algún lugar de quietud en que estar a solas, pero no solitario sino en comunión con su Padre-Madre el Amor y Sus mensajeros angelicales. Y cuando salía de esa comunión, la soledad, la desesperación, el temor, las enfermedades, los pecados y la muerte huían ante su consciencia dotada del Cristo. En la biografía de ella misma, Retrospection and Introspection, nuestra reverenda Guía, Mary Baker Eddy, escribe refiriéndose a Jesús (pág. 91): “Para los estudiantes que él había escogido, su enseñanza inmortal era el pan de Vida. Cuando él estaba con ellos, una barca de pesca se volvía santuario, y en la soledad se hallaban mensajes santos del Padre de todos.”
A los errabundos por el desierto de la soledad y de la duda, la Christian Science les ofrece librarlos inmediatamente de ese estado de depresión. Nos dice que nos levantemos del polvo — de la falsa sensación de vida en la materia — y que recibamos con gratitud el consuelo y la compañía de los mensajeros angelicales del Amor. La Christian Science nos ordena que resguardemos nuestros pensamientos contra la creencia mortal de la soledad, la separación y la privación tan cuidadosamente como resguardaríamos nuestras puertas de que penetrasen los ladrones, y que aceptemos de buena gana en la consciencia nuestra únicamente los pensamientos edificantes de la presencia del Espíritu. Esta Ciencia nos revela nuestra identidad verdadera — hijos eternos del Espíritu — y nuestro indisoluble parentesco congenial con todas las otras ideas espirituales de Dios.
Dice Mrs. Eddy en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 259): “El hombre no es absorbido en la Deidad, y el hombre no puede perder su individualidad, puesto que refleja la Vida eterna; ni es tampoco una idea aislada y solitaria, pues representa la Mente infinita, la suma de toda substancia.” He aquí, pues, la base para que podamos comenzar a disipar toda sugestión de soledad y de separación, y para que sostengamos persistentemente que no hay pérdida de identidad espiritual, ni muerte, ni aislamiento o separación; que no tiene fin la perfección completa del hombre como representante de toda substancia verdadera.
Leemos en el libro de los Salmos (68:5, 6): “Padre de huérfanos y defensor de viudas, es Dios en la morada de su santuario: El Dios que hace habitar en familia a los solos; que saca a los aprisionados con grillos.” La lástima de uno mismo, la soledad, el amor propio están entre los grillos que aprisionan a los hombres, y los rompen el olvido de uno mismo, la gratitud y el servicio a la humanidad.
De cuando en cuando topamos con los que se quejan de no tener amigos o familia y que no pueden entender por qué carecen de la compañía de que otros parecen disfrutar. Se les ha recomendado que se asocien con las ideas de Dios para resolver sus problemas, pero insisten en que quieren compañía humana en realidad. Les preguntamos qué clase de amigos desean tener, y nos contestan: “Los que sean amigables, considerados, alegres, amorosos, dispuestos a cooperar, desinteresados, ordenados y generosos.” ¿Qué están dispuestos a dar en cambio los que eso desean? ¿Se aprestan a manifestar las mismas cualidades mentales que buscan en los otros? Si es así, ya estarán entonces en compañía de las ideas de Dios, y las consiguientes relaciones humanas tienen que aparecer tan inevitablemente como al acabarse la noche aparece el día.
Dijo el sabio (Proverbios 18:24): “El hombre que tiene amigos, ha de mostrarse amigo: y amigo hay más conjunto que el hermano.” El Cristo siempre presente, la misma naturaleza y poder de Dios manifestados, constituyen ese amigo. Cuando alguien reconoce y manifiesta al Cristo habitual y consecuentemente, halla el significado verdadero del hogar, o sea del cielo, ya establecido en provechosa compañía humana y en relaciones armoniosas y edificantes.
Todo Científico Cristiano cuenta con dos compañeros, dos auxilios infalibles para vencer las creencias de la soledad, duda, lástima de sí mismo, y el pesar. Son sus libros de texto: la Biblia y Ciencia y Salud. En la proporción en que aprendemos a valemos de estos amigos mediante nuestras Lecciones-Sermones cristiano-científicas según aparecen en el Cuaderno Trimestral de la Christian Science y otros medios de utilización, purificamos y esclarecemos nuestra mente. Y luego nos hallamos en compañía de una multitud de pensamientos angelicales que traen ricos frutos a nuestra vida y experiencia diarias. Estos libros nos enseñan a vivir con nosotros mismos, con el significado verdadero de nosotros y con el universo creado por Dios de incontables ideas amigables y cooperativas. El cultivo silencioso de nuestro trato con estos compañeros y nuestro creciente aprecio de ellos han de llevarnos inevitablemente a allegados que constituyan humanas relaciones más felices y armoniosas de lo que de otro modo pudiéramos lograr.
Resolvámonos hoy a vivir conforme a los preceptos de la Christian Science. Pregunté- monos constantemente: “¿Qué puedo compartir de mis ilimitadas posesiones espirituales?” en vez de: “¿Qué puedo obtener de otros?” Eso hará que estemos tan atareados respondiendo a las necesidades de nuestros semejantes que ni por un instante nos desalentemos o carezcamos de compañía verdadera, y en otros sentidos necesarios nos enriqueceremos por añadidura.