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Reflejo

Del número de julio de 1954 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Reflejo implica algo derivado, algo que no existe independientemente, y es en este sentido como uno viene a entender la enseñanza de la Christian Science de que el hombre es reflejo de Dios. La inteligencia, el poder, la pureza, gozo y amor que el hombre refleja a semejanza de su Hacedor provienen del Espíritu y tienen su expresión individualizada en las incontables identidades que constituyen la familia del solo Padre-Madre Dios.

Es por medio de la familia universal de las ideas de Dios como brotan a expresión las infinitas cualidades o formas de energía del Espíritu; y la Mente no tiene otro medio de manifestar su naturaleza divina y gloriosa que el de las ideas que emanan de ella. Nunca puede el hombre separarse de Dios, porque la Mente nunca puede desconectarse de su individualizada expresión de cualidades divinas.

Dice Mary Baker Eddy en su libro Unity of Good (La Unidad del Bien, pág. 51): “El Yo es la consciencia divina que irradia eternamente por todo el espacio en la idea de Dios, el bien, mas no de Su contrario, el mal.” Y añade luego: “En la relación científica del hombre para con Dios, no se refleja el hombre como alma humana, sino como el ideal divino cuya Alma no está en el cuerpo, sino en Dios — el Principio divino del hombre.”

El problema humano estriba en aprender cómo probar que nuestra identidad verdadera es el ideal divino — la idea de la divinidad — en vez de ser el mortal más o menos insubordinado que parece ser. Pero si cultivamos con encarecimiento según la Ciencia las normas morales y espirituales que profesamos, sabiendo que sellan nuestra unión con Dios como Su expresión en realidad, eso abre camino para que se nos revele una irradiación más clara y pura del Espíritu. No hay nada estático, inerte, indiferente, apático ni ocioso en lo que emana de la Mente, puesto que lo que se origina en la omniacción expresa el incesante desenvolvimiento del infinito.

Cristo Jesús se conocía a sí mismo como la emanación divina del Espíritu, por lo cual podía decir (Juan 8:42): “Yo procedí y he venido de Dios: porque no vine de mí mismo, sino que él me envió.” Como un rayo de luz proviene del sol, así el reflejo espiritual dimana de Dios e irradia el bien, no por su propia voluntad, sino por el gran poder del Espíritu. Dice Mrs. Eddy en su Mensaje a La Iglesia Madre correspondiente a 1901 (pág. 8): “Cuando Jesús dijo: ‘Yo y el Padre somos uno,’ y ‘el Padre mayor es que yo,’ lo dijo en el sentido de que un rayo de luz es luz, y es uno con la luz, pero no es el orbe entero de la luz solar. Por tanto, tenemos la autoridad de Jesús para decir que Cristo no es Dios, sino el medio de que Dios se vale para impartirse a Sí mismo.” Y esto ella lo dilucida más cuando dice en la misma página: “El Cristo era la entidad espiritual de Jesús.”

Cada uno de nosotros, en nuestra entidad en Cristo, somos lo que la Mente imparte, un radiante rayo de Amor y Verdad y Vida. En vista de que el hombre está a una o unido con la Mente, es demostrable que ninguno de nosotros está realmente sujeto a la muerte. El hombre, la idea de Dios, vive en coexistencia eterna con su origen, cada idea contribuyendo a la expresión de la plenitud del Cristo único, pero cada cual reteniendo para siempre su identidad específica. La comprensión de esto, mostrada en la expresión de las cualidades puras y espirituales, tendrá que destruir inevitablemente la muerte puesto que elimina los pensamientos pecaminosos que producen la muerte. La individualidad de uno nunca se pierde en la demostración del reflejo espiritual, ni tampoco la absorbe el Espíritu, sino que brilla crecientemente radiante en la medida en que el bien continúa desenvolviéndose infinitamente.

A veces Mrs. Eddy ilustra el reflejo comparándolo con la imagen que se proyecta en un espejo o en la superficie del gua tranquila, y estas ilustraciones explican la exactitud de la semejanza de Dios que es el hombre. Pero no explican el hecho de que el reflejo de la Mente es una emanación espontánea y activa, como lo explica la ilustración del sol y de sus rayos. Para compenetrarnos de todo lo que implica el hombre como reflejo del Espíritu hay que consultar todo lo que nuestra Guía dice sobre este asunto.

Los puntos que se destacan vivamente en tal estudio puede decirse que son: primero, que el reflejo depende de su fuente de emanación; segundo, la unión inseparable entre el reflejo y su origen; tercero, la exactitud de la semejanza con que el reflejo expresa al original; y cuarto, la perpetua actividad que el reflejo implica como el desenvolvimiento constante del original. Teniendo presentes estos cuatro puntos, la instrucción que así adquirimos de nuestro estudio de cuanto Mrs. Eddy enseña sobre el reflejo resulta esclarecedora y de efecto curativo.

El reconocimiento de que la sabiduría, el amor y la inteligencia que el hombre manifiesta son realmente de Dios y que a Dios únicamente le corresponde o se merece toda la gloria así reflejada, impide que el hombre se precie de ser justo él en sí. Y ese reconocimiento demuestra el poder de la Mente para sostener a cada rayo de luz espiritual en su misión de irradiar el bien, y también para mantener con omnipotencia irresistible la emanación que la Mente proyecta.

El Yo “que irradia eternamente por todo el espacio en la idea de Dios, el bien,” proclama su presencia como el sol proclama el alba. Nada puede impedir que surja la luz de la Verdad ahuyentando la niebla de la ilusión mortal que pretende ocultar el reflejo de Dios. La realidad está revelada. El hombre es la emanación del Espíritu y, mediante la Christian Science, la raza humana se halla en el umbral del dia eterno de Dios. Al bien se le va hallando en su Principio y se va demostrando que es inherente al hombre como su única naturaleza.

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