Sono el teléfono. Llamada de larga distancia. “¿Dónde está?” Le pregunté al paciente que me telefoneaba. “Estoy en Chicago,” contestó, “y en gran aprieto.” Me dió luego los detalles. Más tarde tuve otra llamada de una señora que me dijo estaba en San Francisco, “presa de mucho temor y confusión.” Al escuchar lo que me decían surgieron en mí las preguntas: ¿Es cierto lo que me dicen respecto a dónde están? ¿Está el hijo de Dios, el único hombre, realmente en lo que el pensamiento humano dice que es Chicago, San Francisco u otro lugar humanamente definido? ¿Está la idea o el reflejo de la Mente divina en un aprieto, con un dolor o con temor y confusión? ¿Puede la evidencia individual de la Mente positiva hallarse en algo que no sea la Mente? La respuesta era inequívoca: ¡No!
Vino luego el cartero. Entre la correspondencia me llegó carta de uno que me decía que estaba muy endrogado; otra me decía que se hallaba en un puesto en el que era ella el objeto de los celos; una tercera me relataba que se encontraba en un hogar infeliz. El cuarto me contaba que lo asediaban problemas inherentes a la política de que se ocupaba. Y volví a reflexionar que, a fin de ayudar a esos pacientes, tenía yo que ver la realidad espiritual de que ningún hijo de Dios puede jamás estar en un estado forjado por la mente mortal, puesto que todo ser individual es de la Mente causativa que es Dios, en El se encuentra y El lo acondiciona.
En seguida dirigí la mirada por la ventana hacia la calle y vi a dos hombres disputando, dos perros peleando, una señora que pasaba a toda prisa y varias personas en un ómnibus. Aparentemente, todos creían que se hallaban en cuerpos físicos. Noté que cuando se emplea la palabrita “en” para describir dónde se encuentran aquellos de quienes se habla, se vuelve muy significativa. Si se le usa materialmente, malinterpreta por completo dónde es donde se halla el hombre. Pero usada espiritualmente describe que el hombre vive unido a Dios o a una con Dios. Cuánto cuidado hay que tener para estar siempre conscientes muy claramente de “en” dónde estamos nosotros y nuestros semejantes, y así corregir las falsas sugestiones de la mente humana de que estamos donde no estamos. Dice Mary Baker Eddy en su libro Retrospection and Introspection (pág. 93): “San Pablo dijo a los atenienses: ‘Porque en él vivimos, y nos movemos, y tenemos nuestro ser.’ Esta declaración es en substancia idéntica a la mía: ‘No hay vida, verdad, substancia ni inteligencia en la materia.’ Es muy claro que esta verdad suprema no ha sido demostrada plenamente todavía, sin embargo, eso es lo cierto.” El hecho de que la materia no es nada muestra que el hombre está incluido en la Mente. Lo que Mrs. Eddy llama “esta verdad suprema” es que el hombre vive en Dios, no en forma alguna de insubstancial materia, animada o inanimada. He aquí pues el objeto de nuestro ser: demostrar paso a paso esta mayor de las verdades.
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