Cuando se nos invita a que sirvamos en alguna capacidad a la iglesia a que pertenecemos, ¿elevamos nuestra mente al Amor divino en gratitud por la oportunidad de tomar parte en la actividad de la iglesia y de experimentar las correspondientes bendiciones, inseparables de tal actividad? O ¿damos oído a la sugestión de la mente mortal de que veamos si los deberes por asumir en servicio de la iglesia no impedirán nuestras funciones sociales o nuestros planes? Si escuchamos atentamente la voz de Dios, no nos extraviaremos por atender al raciocinio incorrecto. Es provechoso recordar el hecho bien simple de que la senda del Amor divino es siempre la senda del desinterés, mientras que la vía de la mente mortal siempre lleva al egoísmo — distanciándonos de Dios; por eso la Biblia expone esa supuesta mente como “enemistad contra Dios.
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