Un Cientifico Cristiano había venido gozando de buena salud casi uniformemente por un largo período de tiempo atribuyéndolo a la comprensión que había ganado, mediante su estudio de la Christian Science
Nombre que Mary Baker Eddy dió a su descubrimiento (pronunciado Crischan Sáiens). La traducción literal de estas dos palabras es “Ciencia Cristiana”., de que Dios es la única Vida, por lo cual había tomado su salud como cosa consabida; pero llegó la hora en que halló necesario fundar su concepto de la salud en los cimientos seguros de la demostración científica-cristiana. Las sugestiones mentales agresivas le asaltaban inundando su mente: Tu salud está minada, ya no estás sano, puede ser que no recobres tu salud, y así sucesivamente. Pero como una bendición que lo reafirmaba le advinieron las palabras de Isaías (59:19): “Cuando viniere el adversario, cual avenida de aguas, el Espíritu de Jehová alzará bandera contra él.” Y así sucedió.
Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Christian Science, escribe en su libro de texto, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 297): “Es tan necesario que una ilusión de salud como una ilusión de enfermedad sea disipada por la instrucción y reemplazada por el entendimiento de lo que constituye la salud; pues un cambio tanto en una creencia de salud como en una creencia de enfermedad afecta el estado del cuerpo.” Una creencia en la salud basada en la ilusión de que la salud es un estado físico no es más estable ni real que una creencia en la enfermedad, pues ambas se edifican sobre la arena de la variabilidad humana, sin fundarse en la Verdad.
¿Qué es salud entonces, y dónde encontrarla? La Christian Science revela que la salud es la condición en que está la Mente que es Dios, Espíritu, no la materia. Luego la salud científica es espiritual y emana de Dios. Se le halla en la comprensión de Dios y existe completamente aparte del estado en que se suponga que esté la materia. La salud está relacionada con la santidad; las palabras salud, santo y sano se derivan de la misma raíz latina.
Cristo Jesús ilustró la naturaleza espiritual de la salud. Los Evangelios relatan con sencillez natural cómo sanaban multitud de gente al desempeñar su ministerio el gran Médico. Su palabra disipaba el mesmerismo, poniendo en libertad a los cautivos. Cuando curó al paralítico le dijo (Lucas 5:20): “Hombre, tus pecados te son perdonados,” mostrando así que la salud verdadera está relacionada con la santidad, sin que sea simplemente librarse del cautiverio físico. Jesús demostró que la ley de Dios es la ley del Amor, no ley del castigo, y no reconoció ninguna ley secundaria capaz de oponerse a la ley divina. El no aceptó ninguna evidencia de los sentidos físicos sino que todas las refutó apoyándose en que eran desemejantes a Dios, y por lo mismo, ilegítimas e irreales. El sabía que Dios es el único poder, y que Dios, el bien, es tan incapaz de causar mal como de experimentarlo El mismo; por tanto, que Dios no es el autor de la enfermedad. A los que por haberse adherido constantemente a sus enseñanzas vinieron a ser sus discípulos, él les prometió (Juan 8: 32): “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” Jesús nunca transigió con el error. Nunca dió remedios materiales. El probó que la salud está siempre presente e intacta, esperando solamente revelarse mediante la comprensión de Dios que uno adquiera.
Mrs. Eddy define la salud así (Miscellaneous Writings, pág. 298): “La consciencia verdadera es la salud verdadera.” Examinemos esta declaración para ver a donde nos lleva: Puesto que Dios es Mente, sólo una Mente hay, y por lo tanto, sólo un estar consciente hay, a saber: La consciencia que de sí misma tiene la Mente que es Dios. Esta consciencia no puede estar consciente ni experimentar lo que no sea semejante a Dios, puesto que Dios no sabe ni experimenta nada fuera de Sí mismo. Dice Mrs. Eddy (Ciencia y Salud, pág. 276): “El hombre y su Hacedor están correlacionados en la Ciencia divina, y la consciencia verdadera sólo percibe las cosas de Dios.” Nada existe fuera del infinito. Luego la consciencia es infinita; es la Mente dándose cuenta de sí misma como Vida, Alma, Espíritu, Principio, Verdad y Amor. Así que la consciencia o sea la salud verdadera, es la consciencia que Dios tiene de Sí mismo reflejada en la armonía de Su creación — la consciencia o experiencia que Dios tiene de la Vida ilimitada, sin comienzo ni fin; de la belleza trascendental del Alma, sin mácula ni defecto; de la energía vibrante del Espíritu, la invariabilidad del Principio, la substancia de la Verdad, el bienestar del Amor.
La salud no puede fluctuar. El hombre es la manifestación de la salud, y tan inseparable de la salud como lo es de Dios. No puede perderse la salud, como tampoco Dios puede perderse. Es incorruptible, inagotable, incólume. Nunca puede quebrantarse ni decaer a enfermedad, nunca puede echarse a perder. El ser del hombre, reflejo del ser de Dios, está exento de veneno, de defecto o de dolor, es perfecto en su fuerza y en su libertad de acción. El ser es el ritmo del Alma; por tanto, cada función del ser es normal, sin dolor, espontánea, regular. El ser es incapaz de congestión o de cesación, de inflamación o decaimiento. No hay obstrucción en la salud puesto que no la hay en la consciencia. No hay parálisis porque la Mente, o sea la consciencia, es movimiento perpetuo. “La consciencia verdadera es la salud verdadera.”
La salud no radica en el cuerpo físico, no la rige ninguna ley física ni la determinan las creencias hereditarias. La salud es la expresión que Dios irradia de la armonía. El hombre no tiene salud independientemente de Dios; por tanto, Dios es responsable de la salud del hombre. Además, puesto que hay sólo una consciencia, no hay más que una salud, siempre cabal y siempre buena. No hay salud parcial, puesto que no hay consciencia parcial ni Mente parcial. No hay grados de salud. La Mente o la Vida se expresa cabalmente en todo caso. No hay deterioro ni descomposición en la Mente. La consciencia nunca decae a la inconsciencia; la salud nunca decae a la enfermedad.
La salud nunca se estanca; no envejece; nunca se desgasta. No se localiza: es infinita. No hay más salud en una parte que en otra. La salud no está sujeta a condiciones atmosféricas, a temperaturas ni altitudes. El clima nada tiene que ver con la salud.
Siendo infinita, la salud es universal. E igualmente, siendo infinita, nunca se ha perdido; por lo cual no hay que recuperarla. Nunca es incierta la salud. El hombre no depende de su salud para ser eficiente; por depender únicamente de Dios, el hombre manifiesta la salud que Dios expresa. Puesto que el hombre refleja el infinito, nunca es víctima del agotamiento. La capacidad ilimitada de la Vida nunca se desgasta, nunca se rae, nunca se retarda. El hombre no es más susceptible de arruinarse de lo que Dios es; nunca está postrado porque la Mente, su Mente o consciencia, está perennemente activa y es por siempre inteligente, por siempre libre, expresando siempre la jubilosa vivacidad del Alma.
La salud no es algo sobre que teorizar: es una realidad espiritual que exige demostración. Mrs. Eddy indica que toda enfermedad se basa en el temor, la ignorancia o el pecado (véase Ciencia y Salud, pág. 411:22–23). Y así lo probó Jesús, como se verá si se estudian sus obras curativas. Todo estado o condición errónea es el resultado de falsa educación. De ahí que algunas enfermedades se consideren contagiosas y otras fatales. En todo caso la mente mortal determina el curso y pronuncia la sentencia, y el remedio infinito y siempre disponible es la Mente pura. Dios nada sabe de enfermedades curables o incurables. El no sabe de hombre alguno que necesite curación. El se goza en Su propia expresión irrestringible del bien.
Una pequeñuela Científica Cristiana instruida en la Escuela Dominical de la Christian Science en la dulce naturalidad del bien fué una vez a visitar a una amiguita que no era Científica Cristiana. La madre de su amiguita abrió la puerta y prestamente mandó a la visitadora que se fuera, diciéndole que se enfermaría si entraba, porque la otra niña estaba enferma. Con lógica sencillez preguntaba después la pequeña Científica Cristiana a su madre: “Pero, Madre, si Alicia está enferma y yo estoy sana, ¿por qué habría de enfermarme yo porque ella está enferma? ¡Por qué no sanar ella porque yo estoy sana?” Muchos años después aquella niña, ya crecida a adulta, descubrió este mismo modo de razonar en el artículo de Mrs. Eddy titulado “Contagion” (Contagio) en sus Miscellaneous Writings (Escritos Diversos, pág. 229).
El fundamento seguro de la salud es la unión inexpugnable entre Dios y el hombre, entre la Mente y su idea. Una Mente sin idea no podría existir; una idea sin la Mente sería una imposibilidad. Luego la idea no tiene existencia aparte de la Mente; nunca sale fuera de la Mente; no tiene otra substancia que la de la Mente, ni entidad ni “yo” independientes de la Mente. Sería tan imposible que la Mente pura produjera una idea impura como que la Mente tuviera dentro de sí una idea capaz de corromperse o contaminarse. Por lo mismo, la salud es inherente a la idea de Dios, la idea que por siempre muestra la belleza del Alma y la santidad del Amor. La consciencia que Dios tiene de ser Todo es la única consciencia verdadera, y esta consciencia verdadera es la salud verdadera, la salud eternamente intacta.