Cuando niña, me consideraban delicada y sufría lo que llaman enfermedades de los niños, algunas graves. A la edad de casi trece años caí enferma repentinamente. Se encontró que se me había reventado el apéndice y que había contraído peritonitis. Más tarde, estando yo en el hospital privada del sentido, el cirujano le dijo a mi madre que él y varios otros especialistas interesados que habían sido llamados para consultar en el caso, habían hecho todo lo que podían por mí y que no podría sobrevivir. Pesaba sólo unos dieciocho kilos.
Habiendo platicado de esto mi hermano y mi hermana en la escuela, una vecina que tenía hijos en la misma escuela le telefoneó a mi madre para decirle de la Christian Science. Mi madre le contestó entre sollozos: “Si es la voluntad de Dios que se me vaya, estoy dispuesta,” pero prontamente respondió la vecina: “No es la voluntad de Dios ni sabe El nada del estado en que ella está.” Luego le habló de casos de que sabía en los que la Christian Science había curado, y eso le trajo un nuevo rayo de esperanza a mi madre que le suplicó a la vecina telefoneara a una practicista que se encargara de darme tratamiento.
La practicista fué en su automóvil inmediatamente al hospital en donde la esperaba mi madre. No estaban en mi cuarto las enfermeras cuando ellas llegaron. Mi madre se detuvo en la puerta dejando que entrara la practicista y se detuviera a mi lado declarando en voz alta la verdad. Yo parecía agonizar. Pero inmediatamente me reanimé en cierto grado y cuando salió de mi cuarto la practicista hablaron ella y mi madre de llevarme a casa. El doctor que llamaron les dijo que yo no llegaría viva a la casa. Pero mi madre tenía puesta toda su confianza en Dios y firmó unos documentos relevando al hospital de toda responsabilidad. Se llamó a una ambulancia especial en la que me llevaron a casa mi madre y una enfermera. Las siguió la practicista en su automóvil. La ley material decía que nada se podía hacer por mí. La ley de Dios decía que Su hija expresaba bienestar a ese mismo instante.
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