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Se me llamó la atención a la Christian Science...

Del número de enero de 1955 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Se me llamó la atención a la Christian Science durante la segunda guerra mundial cuando yo necesitaba urgentemente algo que no fueran las cosas materiales que las circunstancias me habían hecho creer. El cinismo y una filosofía basada en la economía política hicieron que me sintiera muy impotente e infeliz por cuanto se refería al mundo. Había caído en la creencia de que el hombre es víctima de la suerte.

En la primavera de 1943 mi prometida me regaló una edición especial, para los asignados al servicio militar, de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mary Baker Eddy, y yo prometí leerla durante un viaje que estaba por emprender a la América del Sur. Mi novia era una Científica Cristiana y deseaba que yo supiera en qué creía ella.

Por cuatro años antes de todo esto yo había venido usando anteojos para leer y para el trabajo que requiriera que viera de cerca. También me habían dicho que yo tenía un corazón de tamaño anormalmente grande debido, según creían, a mis fuertes ejercicios atléticos en años anteriores. Durante el viaje leía yo quince páginas de Ciencia y Salud cada día. Mi novia me mandaba pasajes bíblicos escogidos para el caso que también leía yo. Yo sabía que alguien trabajaba por mí metafísicamente para protegerme contra los peligros de la guerra, porque yo me sentía más libre de todos esos riesgos que en cualquier tiempo anterior durante la guerra. Seis semanas después de haber comenzado a leer el libro de texto me dí cuenta repentinamente de que no había usado mis lentes por un mes y que ya veía yo normalmente sin ninguna dificultad. Regresábamos de la América del Sur en convoy, y navegando mar adentro por la costa del Brasil una bella noche de luna, me advino el pensamiento de que podía leer a la luz de la luna. Llevaba en mi bolsillo mi ejemplar de Ciencia y Salud que entonces tomé y lo abrí. Una era la oración que se destacó clara a la luz de la luna: “Ya no necesitaba lentes,” decía. Me fijé en el número de la página y ví que era la 612. No he vuelto a usar lentes desde entonces. Hace varios años que me sometí a un examen médico por el doctor de una compañía de seguros que nada dijo respecto al tamaño de mi corazón. Estas dos curaciones se debieron a mi lectura del libro de texto. Para ninguna de las dos se emprendió tratamiento específico.

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