Se me llamó la atención a la Christian Science durante la segunda guerra mundial cuando yo necesitaba urgentemente algo que no fueran las cosas materiales que las circunstancias me habían hecho creer. El cinismo y una filosofía basada en la economía política hicieron que me sintiera muy impotente e infeliz por cuanto se refería al mundo. Había caído en la creencia de que el hombre es víctima de la suerte.
En la primavera de 1943 mi prometida me regaló una edición especial, para los asignados al servicio militar, de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mary Baker Eddy, y yo prometí leerla durante un viaje que estaba por emprender a la América del Sur. Mi novia era una Científica Cristiana y deseaba que yo supiera en qué creía ella.
Por cuatro años antes de todo esto yo había venido usando anteojos para leer y para el trabajo que requiriera que viera de cerca. También me habían dicho que yo tenía un corazón de tamaño anormalmente grande debido, según creían, a mis fuertes ejercicios atléticos en años anteriores. Durante el viaje leía yo quince páginas de Ciencia y Salud cada día. Mi novia me mandaba pasajes bíblicos escogidos para el caso que también leía yo. Yo sabía que alguien trabajaba por mí metafísicamente para protegerme contra los peligros de la guerra, porque yo me sentía más libre de todos esos riesgos que en cualquier tiempo anterior durante la guerra. Seis semanas después de haber comenzado a leer el libro de texto me dí cuenta repentinamente de que no había usado mis lentes por un mes y que ya veía yo normalmente sin ninguna dificultad. Regresábamos de la América del Sur en convoy, y navegando mar adentro por la costa del Brasil una bella noche de luna, me advino el pensamiento de que podía leer a la luz de la luna. Llevaba en mi bolsillo mi ejemplar de Ciencia y Salud que entonces tomé y lo abrí. Una era la oración que se destacó clara a la luz de la luna: “Ya no necesitaba lentes,” decía. Me fijé en el número de la página y ví que era la 612. No he vuelto a usar lentes desde entonces. Hace varios años que me sometí a un examen médico por el doctor de una compañía de seguros que nada dijo respecto al tamaño de mi corazón. Estas dos curaciones se debieron a mi lectura del libro de texto. Para ninguna de las dos se emprendió tratamiento específico.
A pesar de haber sanado, no comencé a estudiar diario las Lecciones-Sermones del Cuaderno Trimestral de la Christian Science. Pensé que esta Ciencia era una filosofía admirable, pero no para mí. Mi prometida y yo nos casamos y ella se mostraba sumamente gozosa de mis curaciones. Cuando mi servicio en la marina me permitía bajar a tierra, concurrí a varias conferencias y a los servicios religiosos de la Christian Science, pero más por estar con mi esposa que por otra razón.
Pocos meses después de habernos casado tuve que salir en viaje de servicio otra vez. Me hallaba en un puerto de la costa oriental cargando soldados para llevarlos al Africa cuando me sentía muy triste sin mi esposa y hasta pensaba desertar y otros modos de quedarme atrás abandonando el buque. Un miércoles en la noche fuí a la iglesia local de la Christian Science y escuché las lecturas y los testimonios, en parte porque sabía que mi esposa estaría haciendo lo mismo a esa hora. Un capitán del ejército dió un testimonio que me gustó, y hablé con él después del servicio. Al día siguiente vino a verme en mi buque y volvimos a platicar. Le hablé de mi modo de sentir, de mi nostalgia, y él me indicó amablemente que era preciso estudiar diario la Lección-Sermón. Era admirable su devoción a la Christian Science. Yo también poseía los libros de texto, pero no los leía. Mi buque iba a partir dentro de una hora. Mi amigo bajó a tierra, y pocos minutos antes de recoger el tablón para subir y bajar del buque, él volvió y me trajo un diccionario de concordancias de las obras de Mrs. Eddy. Seguí su consejo, y ya no me sentí solitario en todo el viaje.
Más tarde, en mis viajes al Africa y a Europa, me acompañaba una inmensa sensación de seguridad y protección. Estudiaba diariamente la Lección-Sermón, y cuando me tocaba velar leía el Salmo 23 y el 91 antes de salir de mi camarote. Estuve presente durante muchas incursiones aéreas del enemigo, pero siempre me sentí seguro en los brazos eternos de Dios. Una noche, durante una de las incursiones, subí por una escalera a la cubierta superior del buque. Al llegar a ella sentí el impulso de detenerme y de ver por todo alrededor de donde estaba. Sonó sordamente algo al caer contra el piso de acero y precísamente frente a mí. Era un pedazo de granada de metralla del tamaño de un huevo. Mucho agradecí en verdad esa protección.
En otro buque era parte de mis deberes atender a la brújula giroscópica. Cierta mañana, una hora después de haber sido relevado me llamó el oficial que había tomado mi puesto y me dijo que no funcionaba la brújula y que él no podía componerla. Bajé yo y me puse a ver la brújula. Tenía sueño y quería librarme de esa responsabilidad; pero luego me advino la voz callada y suave en las palabras de Jesús: “De mí mismo no puedo hacer nada” (Juan 5:30) y “mas el Padre, morando en mí, hace [las] obras” (Juan 14:10). Al mismo tiempo extendí la mano y apenas había comenzado a menear la brújula cuando se le desprendió y cayó un perno que se le había safado. Lo puse en su lugar y la brújula comenzó a funcionar normalmente.
Dejé de tomar licores embriagantes a que era muy afecto, sintiendo desde luego como si nunca me hubieran gustado, y también abandoné el hábito de fumar. La Christian Science me ha servido asimismo para encontrar empleo. Catarros, torceduras y dolores de cabeza me los he curado al comprender que no podían formar parte de una idea espiritual. Doy las gracias más sentidas a Mrs. Eddy por la Christian Science y por lo que ha hecho por mi familia y por mí. También siento gratitud por los praticistas que sirven tan desinteresadamente a toda hora.— Cresskill, Nueva Jersey, E.U.A.
    