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El siglo veinte

Del número de enero de 1955 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En su mensaje a La Iglesia Madre correspondiente al año de 1902 Mary Baker Eddy habla de “la alborada espiritual del siglo veinte,” como símbolo de “la religión desprendiéndose de su materialidad.” He aquí sus palabras (pág. 5): “Como la noche silenciosa presagia el alba y alharaca de la mañana; como el embotamiento de hoy profetiza renovada energía para mañana,— así las filosofías paganas y las religiones de las tribus de antaño sólo prefiguraban la alborada espiritual del siglo veinte — la religión desprendiéndose de su materialidad.”

La religión se desprende de su materialidad en la medida en que los valores morales y espirituales suplantan los ritos y la superstición en la adoración. Y esta suplantación trae consigo dominio espiritual sobre la enfermedad y sobre todo trastorno. La Christian Science quiebra lanzas con la materialidad contundente y cabalmente. Explica que la materia no es substancia sino el estado subjetivo de la mente carnal, y luego explica la mente carnal de tal manera que desaparece porque se le entiende como una imposibilidad absoluta, puesto que Dios es Mente y es Todo. Es el pensamiento material lo que primero ve al hombre y todas las cosas como si fueran creadas en formas materiales y luego teme u honra sus propios conceptos erróneos. La religión pura revela las ideas verdaderas de la Mente, y el sentido espiritual, que la Christian Science hace entrar en actividad, nos impele a que dejemos los conceptos o creencias materiales, reemplazándolas por los pensamientos espirituales que Dios imparte. Esto ocasiona una sensación humana mejorada que se evidencia en buena salud, asociaciones armoniosas, sintiéndonos libres de toda limitación e inteligentes a más alta escala. Pero el objeto primordial de la Christian Science no es humana mejoría sino más bien pleno despertar del sueño mortal de la vida en la materia a estar conscientes de la vida real en el Espíritu. Las creencias mejoradas son sólo la evidencia de que ese despertamiento todo importante va ocurriendo de hecho.

El siglo veinte ya ha presenciado muchos cambios favorables en la adoración religiosa. Y ha presenciado también grandes sufrimientos y destrucción; dos guerras mundiales han diezmado la juventud varonil de sus coevos. Así y todo, la humanidad ha dado pasos tremendamente gigantescos hacia el Espíritu. La tiranía ha encontrado resistencia y derrota, de lo cual ha surgido un concepto mejor de la hermandad entre los hombres. La curación espiritual ha quedado establecida mediante la Christian Science, y el poder de Dios sobre el mal y la materia se ha probado en casos incontables.

Y ¿qué decir del precio que paga el siglo veinte por progresar? Dijo proféticamente Mrs. Eddy en su poesía: “El Siglo Nuevo” (Poems, pág. 22):

“El reino del pecado y del dolor
se rinde a la razón — entra el Amor,
nace la paz, el vicio pereció:
y no con sangre el triunfo se logró.”

Por más que la supuesta mente mortal exija rescate en sangre e impuestos y esfuerzos diligentes, el verdadero precio de la victoria sobre las pseudofuerzas del mal tiene que consistir en abandonar la materialidad. Si no nos desprendemos de la materialidad, pagamos el precio de la materialidad. Nosotros damos al César el tributo que nos imponga la materialidad. Pero dejando la materia para que el Amor entre en nuestros pensamientos y vida como Principio perdurable, logramos la tranquilidad que resulta de librarnos de todo engaño y avaricia de la materialidad. Ganamos la seguridad de nuestras vidas consagradas; y no nos hace falta nada.

Grandes multitudes están aprendiendo mediante la Christian Science que las perturbaciones del mundo dimanan de los falsos conceptos o creencias teológicas; que sólo el concepto verdadero de Dios y el hombre, de la substancia y la vida, del gobierno y la ley puede resolver sus problemas. Cristo Jesús se apartó de la materialidad cuando rechazó la tentación de poseer “todos los reinos del mundo” (Mateo 4:8). Y ese rechazamiento, esa negación a dejarse seducir del deseo de poseer materia, puso la materia debajo de sus pies haciendo posible que más tarde dijera el Maestro (Juan 16:33): “Tened buen ánimo; yo he vencido el mundo.”

En su mensaje correspondiente al año de 1900 Mrs. Eddy dice (pág. 9): “En el flujo y reflujo del pensar, el siglo veinte ha de provocar a los pensadores, oradores y hombres de acción a que hagan lo mejor que puedan.” Esta es la provocación a que debe atender el Científico Cristiano en el silencio e integridad de su propio corazón: ¿Me estoy desprendiendo de la materialidad? ¿Venzo al mundo como lo venció nuestro Ejemplificador del camino? ¿Reduzco la materia a ilusión al grado de no codiciarla, ni temerla, ni creer en ella? ¿Estoy probando que he rechazado la materialidad curando al enfermo y destruyendo el pecado? ¿Estoy desvaneciendo el embotamiento amortecedor de la creencia en que hay vida en la materia con la “renovadora energía” del Espíritu que revela la Vida eterna? ¿Hago lo mejor que puedo?

Los problemas del siglo veinte puede parecernos que han asumido proporciones mundiales; puede parecer que unas naciones sean agresoras del mundo. Pero la Christian Science muestra que el problema fundamental de la raza está en la falsa consciencia de que la vida es material — el sueño mortal que la verdad del ser ha de ahuyentar. Ninguna pretensión de potencia que ese sueño forje, ni fuerza destructiva alguna por acrecentada que parezca, pueden resistir el poder de la humildad que refleja el pensamiento que prueba que el Espíritu es la Mente única que todo lo incluye y que el hombre es la expresión perfecta de esa Mente. El siglo veinte ya dejó atrás su primera mitad. Nuestra contribución individual a la alborada espiritual será factor digno de crédito en la proporción en que nuestra adoración espiritual cumpla con la demanda de Dios de que nos desprendamos de la materialidad.

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