Mary Baker Eddy ha incluido en su libro Miscellaneous Writings (Escritos Diversos) un breve artículo titulado “Taking Offense” (Ofendiéndose), que muy bien prodría tomarse como estudio sumamente importante para toda la humanidad. Es un sumario de armonía, felicidad y modo de vivir sin desavenencias, tan necesario actualmente en las relaciones humanas. Quizá estas palabras sirvan de clave para todo el artículo (págs. 223 y 224): “La saeta mental que otro arroja de su arco es casi inofensiva a no ser que nuestro propio modo de pensar le ponga púas.” Esto pues hace responsable de ofenderse a quien se ofenda.
¿Nos parece a veces que la mente mortal nos hace el blanco de sus flechas de los celos, del sarcasmo, insulto o chismes? ¿Se nos hace el objetivo alguna vez de la cara que finge sonreír por esconder el engaño, de la lisonja que encubre la hipocresía o del falso amigo que busca emplearnos en su propio provecho egoísta? Rehusémonos a que nos hieran las ofensas de los otros.
El antídoto contra todo sentido personal es siempre el Amor divino. Nuestra Guía, Mrs. Eddy, nos amonesta a que recordemos que son incontables las opiniones, voluntades y culturas humanas que hay en este mundo reaccionando unas contra otras, y luego nos habla de las cualidades espirituales que nos sirven de impenetrable coraza contra las divergencias: la humildad, paciencia, estimación del bien, congenialidad, ecuanimidad, calma, amor y dulzura. Todas estas cualidades son atributos de Dios que nosotros podemos reflejar y perpetuar conscientemente en prueba de que el hombre es inseparable del Dios que es Amor, Espíritu, Alma y Mente.
Cristo Jesús nunca se sintió ofendido ni en la misma crucifixión. Sin embargo, la pureza de sus enseñanzas ofendía a menudo. En el capítulo décimoquinto del Evangelio según Mateo leemos que los escribas y fariseos de Jerusalén que persistían porfiadamente en sus tradiciones le preguntaron a Jesús por qué sus discípulos no se lavaban las manos cuando comían pan. En aquellos tiempos no se usaban cuchillos ni tenedores en el Oriente sino que la costumbre era lavarse las manos antes de comer para que estuviera escrupulosamente limpia la mano que se metiera a un plato común a todos los comensales. Sin darse por ofendido por esa crítica, Jesús, sabiendo bien que eran las curaciones y no las observancias ritualísticas lo que confirmaba sus enseñanzas, se dirigió a la muchedumbre diciéndole: “No lo que entra por la boca contamina al hombre, sino lo que sale de la boca; esto es lo que contamina al hombre.”
Por otro lado, los fariseos se mostraban indignados a su manera hipócritamente pundonorosa, y los discípulos fueron a decirle a Jesús que lo que dijo los había ofendido. Pero, inmutable ante tales críticas y deseoso únicamente de cerciorarse de que sus discípulos entendieran lo que les decía, Jesús les respondió: “Del corazón proceden malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias, estas son las cosas que contaminan al hombre; mas el comer con manos no lavadas no contamina al hombre.” El Maestro podía comer con publicanos y pecadores, perdonar con ternura a la Magdalena, echar fuera demonios y sanar enfermos porque su consciencia de que el Amor es Todo lo hacía inmune a la creencia en el mal e inofensible por la misma razón. El ejemplificaba de todas veras estas palabras de nuestra Guía (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 266): “El Amor universal es el camino divino en la Christian Science.”
Cristo Jesús amaba a sus discípulos de una manera especial, y a pesar de eso a ellos también a veces los ofendían sus palabras y sus obras. La víspera de su crucifixión, cuando celebraba la Pascua con ellos, les dijo que esa noche todos ellos serían ofendidos por causa de él. Jesús sabía que ellos no siempre contemplaban al Cristo, la idea espiritual del Amor, y que se verían injuriados y conturbados por lo que iba a sufrir su Maestro y Señor. Pero no había ninguna otra alternativa, porque Cristo Jesús también sabía que después de la resurrección ellos entenderían mejor sus palabras y sus obras y verían que el amor que se rehusa a ofenderse puede triunfar hasta contra la muerte.
Judas, uno de los doce, lo traicionó con un beso por treinta monedas de plata, pero nada dicen las crónicas de que Jesús haya sentido amargura ni enojo ni odio. Pedro, que hasta entonces se había mostrado impetuoso pero leal, negó tres veces a su Maestro, y sin embargo, en el último almuerzo con ellos después de la resurrección, tres veces le dijo Jesús (Juan 21:17): “Apacienta mis ovejas.” Nada de ofensa en esto, sólo de amor a la manera del Cristo.
En la proporción en que nos esforcemos por eliminar de nosotros todo orgullo o soberbia, resentimiento, sensitividad, voluntad personal y egoísmo, tendremos consciencia únicamente del Amor, la consciencia que no sabe de ofensas. Dijo el Salmista (119:165): “Grande es la paz de los que aman tu ley, y nada les ofenderá” (según versión inglesa).