La mayoría de la gente puede clasificarse en cuatro categorías. En la primera se cuentan los que consideran que el mal es más potente que el bien. Son a los que se les llama los fracasados, los caídos y perdidos, los que parecen tener poca esperanza de éxito y aceptan el fracaso como su suerte inevitable contra la que poco o nada pueden defenderse.
En la segunda categoría están los que adoptan la teoría de que el bien y el mal son igualmente fuertes. Estos forman una inmensa proporción de los desdichados que siempre que experimentan algo bueno comienzan a esperar alguna reacción desfavorable en su vida de la que creen no poder escaparse. Aunque no consideran que su derrota sea inevitable, propenden a tomarla como probable, creyendo que el fracaso ha de ser tarde o temprano una posibilidad tanto para ellos como para los demás. Por desgracia, esta categoría incluye a muchos que se juzgan buenos cristianos pero que han aceptado la creencia cruelmente errónea de que Dios envía males a Sus hijos, en su provecho y para que se mejoren. Esta es la actitud ilógica que ha engendrado la superstición de que las calamidades y los desastres son obra de Dios o de “fuerza mavor.”
La tercera clase la componen los que confían en que el bien es más poderoso que el mal. Ellos creen que la búsqueda de la verdad respecto a Dios y Su creación tendrá éxito y librará a los hombres de las creencias en el mal que los esclaviza. Los de esta categoría han logrado cierto dominio sobre el temor y gozan de algún grado de tranquilidad y serenidad, que son concomitantes de la espiritualidad. En las naciones en que la libertad individual es todavía el ideal y la meta que anhelan, sus mejores medios de subsistencia han creado una vida abundante.
Pero hasta entre estas gentes ilustradas persiste la creencia de que el mal es una realidad y que a veces puede derrotar al bien. La base en que parece fundarse tal creencia suele hallarse en el relato de la creación contenido en el segundo capítulo del libro del Génesis en el que se cuenta que “Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra ... y Jehová Dios había hecho nacer del suelo ... el árbol del conocimiento del bien y del mal.” ¿Por qué ha propendido tanto la humanidad a aceptar y tener presente esta segunda narración de la creación en vez de aceptar la primera (Génesis 1) que le precede inmediatamente declarando con énfasis que la creación es la obra de Dios y que es buena?
En el capítulo titulado “El Génesis” de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras,” Mary Baker Eddy dilucida muy claramente que estos dos relatos de la creación se contraponen. Dice (pág. 522): “La Ciencia del primer relato prueba la falsedad del segundo. Si el uno es verdadero, el otro es falso, porque son antagónicos.” Un estudio cuidadoso de este capítulo es de lo más esclareciente y provechoso. Saca a luz con inequívoca claridad la bondad absoluta de la creación de Dios y el hecho culminante de que el hombre no fué creado del polvo de la tierra sino a imagen y semejanza de Dios.
Que el bien es todo y que el mal no es nada es en lo que se funda la cuarta categoría y lo que profesa. Se les conoce como Científicos Cristianos y aceptan como verídica esta declaración de Ciencia y Salud (pág. 466): “La Verdad es inteligente; el error es falto de inteligencia. Además, la Verdad es real, y el error es irreal.” Añade luego Mrs. Eddy: “Esta última proposición contiene el punto que admitiréis con mayor renuencia, aun cuando primero y último es el que más importa entender.” Los Científicos Cristianos consideran el mal, o sea el error, no como algo real sino como una creencia falsa. Por lo cual ven que tiene poder únicamente en la medida en que se acepte una creencia falsa.
Es inconcebible que Dios, el creador inteligente, hiciera al hombre con tendencia a obrar mal y luego lo castigara por ceder a tal tendencia. Pregunta Mrs. Eddy en Ciencia y Salud (pág. 356): “¿Defrauda el Amor divino a la humanidad, creando al hombre con inclinaciones al pecado, y castigándole luego por ello? ¿Diría alguien que es sabio y bueno crear lo primitivo, para después castigar su derivado?”
En su experiencia de estudiante de la Christian Science, el que esto escribe acostumbraba al principio buscar ser guiado divinamente a escoger de entre diversos cursos que seguir en su conducta humana el que resolviera el problema con que tropezaba. Más tarde, cuando avanzó en la comprensión de que Dios es Todo y que en consecuencia el mal no es nada, aprendió que la solución de cualquier problema se encuentra allegándose al problema desde el punto de vista de que el error no es nada. Sólo lo que Dios hizo es real. El no creó el mal, por lo cual no tenemos que aceptarlo ni que temerlo. La comprensión y aceptación de estas verdades le amenguaban su temor y preocupación cada vez que topaba con lo que parecía una posibilidad desfavorable.
Cuando así ha mirado sus problemas de relaciones personales o los de los negocios, han cedido su puesto a la armonía y le han revelado abundante bien. Una de estas demostraciones la experimentó el que esto relata hace años, cuando necesitaba una fuerte suma de dinero para cumplir con cierta obligación monetaria que estaba por vencer en fecha fija. Más y más se acercaba esa fecha sin que apareciera ninguna posibilidad de poder cubrir la deuda.
La noche anterior a la fecha en que vencía el adeudo él pasó muchas horas orando y estudiando. También siguió el impulso que sintió de hacer un recuento de las muchas causas que él tenía para estar agradecido a Dios. Esto le produjo una lista de bendiciones recibidas tan larga que él se tranquilizó y acabó por dormirse meditando en la invariable bondad de Dios y en Su munificencia. A la mañana siguiente un consocio suyo con el que hacía poco había tenido varias desavenecias, vino a su oficina y puso a su disposicíon la suma exacta para satisfacer la obligación contraída. Así recibió en este caso una prueba convincente de que negando realidad al mal pronta y persistentemente, y confiando valientemente en Dios, el bien, obtenemos recompensas seguras e inmediatas.
La curación de toda clase de enfermedades, la solución de toda especie de problemas domésticos o de negocios a que se refieren los testimonios que aparecen en las publicaciones periódicas de la Christian Science o los que se relatan en las reuniones de testimonios de los miércoles, dan prueba abrumadora de la validez de sostenerse uno en que el bien que es Dios todo lo constituye y en que el mal no es nada.
No es de admirar que los Científicos Cristianos deseen mostrar a sus semejantes que han encontrado el tesoro más grande de todos los tiempos y que anhelen compartir con ellos sus riquezas inagotables. Por los anales de la historia, por la lógica y por las pruebas de la actualidad, ellos saben que la creación es buena. Las últimas cien páginas de Ciencia y Salud reseñan curaciones logradas leyendo el libro de texto. El número siempre creciente de los que han recibido agradecidos su curación mediante la Christian Science, prueba la verdad de la declaración de que la creación de Dios es “muy buena.”