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¿A cuál categoría pertenecemos?

Del número de julio de 1955 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La mayoría de la gente puede clasificarse en cuatro categorías. En la primera se cuentan los que consideran que el mal es más potente que el bien. Son a los que se les llama los fracasados, los caídos y perdidos, los que parecen tener poca esperanza de éxito y aceptan el fracaso como su suerte inevitable contra la que poco o nada pueden defenderse.

En la segunda categoría están los que adoptan la teoría de que el bien y el mal son igualmente fuertes. Estos forman una inmensa proporción de los desdichados que siempre que experimentan algo bueno comienzan a esperar alguna reacción desfavorable en su vida de la que creen no poder escaparse. Aunque no consideran que su derrota sea inevitable, propenden a tomarla como probable, creyendo que el fracaso ha de ser tarde o temprano una posibilidad tanto para ellos como para los demás. Por desgracia, esta categoría incluye a muchos que se juzgan buenos cristianos pero que han aceptado la creencia cruelmente errónea de que Dios envía males a Sus hijos, en su provecho y para que se mejoren. Esta es la actitud ilógica que ha engendrado la superstición de que las calamidades y los desastres son obra de Dios o de “fuerza mavor.”

La tercera clase la componen los que confían en que el bien es más poderoso que el mal. Ellos creen que la búsqueda de la verdad respecto a Dios y Su creación tendrá éxito y librará a los hombres de las creencias en el mal que los esclaviza. Los de esta categoría han logrado cierto dominio sobre el temor y gozan de algún grado de tranquilidad y serenidad, que son concomitantes de la espiritualidad. En las naciones en que la libertad individual es todavía el ideal y la meta que anhelan, sus mejores medios de subsistencia han creado una vida abundante.

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