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No mártir sino testigo

Del número de julio de 1955 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Los primeros cristianos eran con frecuencia mártires de su fe. Estaban firmes en su adhesión a Cristo y a veces sufrieron martirio a manos de sus perseguidores. Hombres y mujeres por igual fueron arrojados a los leones o quemados a causa de su religión. A pesar de esas persecuciones, la iglesia cristiana se fortalecía y su influencia cundía. De todas veras puede decirse de esos cristianos primitivos: “La sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia.”

Para la era en que advino, el Cristianismo era una enseñanza revolucionariamente radical. Provocaba oposición por ser contrario a las opiniones que aceptaba comúnmente la humanidad. Se atrevía a oponer su enseñanza de equidad y hermandad a la soberbia y el egoísmo de la autocracia y a apagar el odio y la brutalidad con su evangelio del Amor.

Los mártires cristianos se sometían voluntariamente al destino que se les asignaba, creyendo en la justicia de su causa y convencidos firmemente de que la muerte sería el medio por el cual podrían entrar en el cielo. Pero se ha progresado, y nos hallamos ahora a un nivel más alto de civilización, pero ¿hemos dejado de creer por completo en que el sufrimiento es un medio de gracia o en que la muerte de por sí pueda abrirnos la puerta del cielo?

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