Los primeros cristianos eran con frecuencia mártires de su fe. Estaban firmes en su adhesión a Cristo y a veces sufrieron martirio a manos de sus perseguidores. Hombres y mujeres por igual fueron arrojados a los leones o quemados a causa de su religión. A pesar de esas persecuciones, la iglesia cristiana se fortalecía y su influencia cundía. De todas veras puede decirse de esos cristianos primitivos: “La sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia.”
Para la era en que advino, el Cristianismo era una enseñanza revolucionariamente radical. Provocaba oposición por ser contrario a las opiniones que aceptaba comúnmente la humanidad. Se atrevía a oponer su enseñanza de equidad y hermandad a la soberbia y el egoísmo de la autocracia y a apagar el odio y la brutalidad con su evangelio del Amor.
Los mártires cristianos se sometían voluntariamente al destino que se les asignaba, creyendo en la justicia de su causa y convencidos firmemente de que la muerte sería el medio por el cual podrían entrar en el cielo. Pero se ha progresado, y nos hallamos ahora a un nivel más alto de civilización, pero ¿hemos dejado de creer por completo en que el sufrimiento es un medio de gracia o en que la muerte de por sí pueda abrirnos la puerta del cielo?
La frase “ser mártir” ha venido a ser sinónimo de sufrir, y se consideran mártires a los que sufren o han sufrido por su fe. Pero el significado original de mártir es testigo, como lo indica Mary Baker Eddy en la página 134 de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras,” diciendo: “La palabra mártir derivada del griego, significa testigo; pero los que declaraban la Verdad eran tan a menudo perseguidos hasta la muerte, que al cabo el significado de la palabra mártir se limitó, y así ha venido a indicar siempre a uno que sufre por sus convicciones.”
Bien puede preguntarse cualquier Científico Cristiano: “¿Soy un mártir o un testigo? ¿Creo que sea necesario sufrir y hasta lo considero un medio de gracia? O ¿estoy probando ser inmune al mal mediante mi comprensión de la vida en Dios, Espíritu — perfecta, espiritual y eterna?”
A Jesús se le ha considerado un hombre de dolores, pero su dolor no se debía a él mismo sino al embotamiento espiritual y a la infidelidad del mundo. El vino a mostrar el camino de la salvación, a traer vida abundante — más salud, gozo y libertad; pero sus oponentes lo echaron fuera y lo crucificaron. Hasta los miembros de la sinagoga a quienes, entre otros, dirigía su mensaje, trataron de arrojarlo por un despeñadero, pero relata el Evangelio (Lucas 4:30): “Mas él, pasando por en medio de ellos, se fué.”
Si el martirio fuera el medio para salvarse, él lo hubiera seguido o se le hubiera sometido en esa ocasión. Jesús no era un mártir, sino un testigo. El probó ser inmune a la destrucción dando testimonio de la presencia y del poder de Dios. El entendía a Dios cabal y correctamente y su comprensión le aseguraba que no era la voluntad de su Padre que sufriera. Alguien puede preguntar aquí: “Pero ¿no se volvió mártir al ser crucificado? ¿No era la voluntad de Dios que sufriera en la cruz?” El se sometió a la crucifixión para probar al mundo que no hay muerte. Sin morir y luego resucitar, ¿cómo hubiera podido darnos prueba de la inmortalidad? El no procuró escaparse de la crucifixión aunque sabía que tenía poder para hacerlo. Dijo en esa ocasión (Mateo 26:53): “¿Acaso piensas tú que no puedo orar a mi Padre, y él, ahora mismo, pondría a mi servicio más de doce legiones de ángeles?”
Si Jesús hubiera querido escaparse de la prueba cruenta de la crucifixión, la manifestación de la protección espiritual pudiera haberla demostrado instantáneamente como cuando sus enemigos trataron de arrojarlo del peñasco para destruirlo. El Maestro era inmune a toda maldad; siendo el Hijo de Dios, él no podía sufrir.
Contrastando esa inmunidad al sufrimiento que Jesús mostraba, su discípulo Esteban sufrió martirio a manos de los Judíos (Hechos 7:59). ¿Qué hacía la experiencia de Jesús tan diferente de la de Esteban? ¿No sería que Esteban no se protegió contra la malignidad que él mismo despertó al condenar intrépidamente a sus perseguidores? El no comprendía que el Amor divino protege contra el odio y la malignidad.
Un Científico Cristiano no debe ser mártir sino testigo. Debe probar que es inmune a todo ataque y así impedir que se le cause pena alguna por su rectitud. A veces oímos decir: "Tengo tanto con que batallar ahora, que la iglesia es mi oficina," o "Esta labor me ha atraído sumamente mucha práctica mental maligna." Por el contrario, muchos de los que han laborado con éxito en la Causa de la Christian ScienceNombre que Mary Baker Eddy dió a su descubrimiento (pronunciado Crischan Sáiens). La traducción literal de estas dos palabras es “Ciencia Cristiana”. por un período de luengos años han probado en su experiencia que mientras más consagradas sus vidas al Cristo, más seguros y felices han sido.
No hay penalidad por trabajo bien hecho, sólo por el pecado que se gratifica en vez de abandonarse. Siendo esto así, el sufrimiento que se experimenta es en si un remedio puesto que obliga al pecador a que deje de pecar a efecto de que pueda reclamar su exención del sufrimiento. Si alguien sufre, que atienda en su defensa a la creencia de caer en la pena reconociendo tal creencia como una fase de la teología escolástica que el Amor expulsa de su ley. Dice Mrs. Eddy en Ciencia y Salud (pág. 384): “Dios nunca castiga al hombre por obrar bien, por labor honrada o por actos de bondad, aun cuando éstos le expongan a la fatiga, al frío, al calor o al contagio.”
No se abre el cielo a quien sufra un martirio sino a quien dé testimonio de la presencia y el poder de Dios y que reclame su inmunidad a todo ataque convencido de que él expresa la luz de la Verdad a la que no pueden penetrar la obscuridad ni la enfermedad ni la muerte. Grande es el galardón de esta comprensión porque por ella vamos en pos del Maestro, y con él disfrutamos la salvación que él vino a darnos de todo sufrimiento.
 
    
