Desde los primeros años de la Era Cristiana hasta el año de 1866 el poder curativo de la enseñanza de Cristo Jesús había desaparecido de la historia humana. En el curso de ese largo período muchos filósofos y maestros ilustres que no dejaron de ser versados en metafísica se esforzaron por penetrar más allá del velo que en verdad estaba tendido sobre todas las naciones. Agudos de entendimiento y de vasta educación, avanzaron a pasos de gigante invariablemente hacia la percepción de la Verdad. Llegaron hasta encararse con el hecho de que la materia no es nada, pero sólo para retroceder en desorden, aterrados de lo que vieron, retirándose al terreno que ya habían abandonado.
La filosofía humana se ha esforzado mucho por reconciliar la mente con la materia, fracasando en sus esfuerzos. También la teología topaba con puerta cerrada sin poder dar paso más allá. Esta infranqueabilidad dogmática se basaba en la doctrina de que el poder para curar que poseían los cristianos primitivos era un don divino en vigor sólo por tiempo limitado, sin que pudiera repetirse en la experiencia humana. Qué tan fija era tal convicción puede juzgarse por el hecho de que encontró aceptación universal en toda la Cristiandad sin que se hiciera virtualmente ningún esfuerzo por ponerla en tela de juicio durante más de mil quinientos años.
En el siglo diecinueve apareció una mujer, modesta e impresuntuosa, aprestándose a dirigir un asalto contra la pared de separación que cerraba el paso a la enseñanza del Cristo, negándosela a un mundo trágicamente en urgencia de ella. Pero en las tinieblas de la resistencia humana germinaba de nuevo la percepción espiritual. A Mary Baker Eddy se le reveló que el poder curativo de Jesús se basaba en una ley, una ley que ella estaba convencida podía encontrarse y explicarse; y comenzó a buscarla.
A ese punto, volvió espaldas a todo precedente humano y se dió a explorar un curso que ningún otro erudito de la historia entera había querido o podido emprender. Ella penetró en el reino de la libertad y del dominio que es herencia divina del hombre. Percibía que el Principio y la ley de la curación cristiana podían conocerse, entenderse, enseñarse y practicarse en los asuntos humanos de la vida diaria, exactamente como lo había predicho Jesús (Juan 14:12): “El que creyere en mí las obras que yo hago él las hará también.” Las obras que Mrs. Eddy llevó a cabo dieron por resultado su “Declaración científica del ser” que incluye las palabras: “No hay vida, verdad, inteligencia ni substancia en la materia.” Esta declaración aparece en la página 468 de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras.”
Ciencia y Salud por Mrs. Eddy es el libro de texto de la Christian Science, en el que ella relata (págs. 107 a 110) en síntesis algo de lo que experimentó durante ese período en el que se le reveló esta Ciencia. No nos detalló minuciosamente su labor de esos años. Ni podía hacerlo. Lo que nos relata es de hecho mucho menos de lo que en realidad pasó al advenirle la revelación, y es también vastamente menos de lo que significa para el mundo.
¿Nos vemos acaso tentados a tomar tan magno suceso como algo demasiado casual? Con excepción del advenimiento del propio Jesús de Nazaret, ¿no tiene que ser ésta la experiencia sin igualmente trascendental en el mundo — un punto en el que las hipótesis materiales fueron abandonadas resuelta e inteligentemente y en el que la corriente de la historia entró en un cauce nuevo? Los Científicos Cristianos que han leído los pasajes antedichos y hasta muchas veces, hallarán rico galardón si vuelven a estudiar con devoción todas las declaraciones que contienen.
No pasó proféticamente desapercibido este acontecimiento. El capítulo doce del Apocalipsis da más de lo que estamos acostumbrados a aceptar. ¿No debemos entenderlo como indicación espiritual de la sublime devoción de nuestra Guía que trajo a nuestra era la idea divina? La idea divina hará de nuevo a la humanidad elevándola por encima de las penalidades decretadas contra la raza de Adán.
Mrs. Eddy emprendió su búsqueda por inspiración, y la llevó a cabo penetrativa y persistentemente. La revelación le advino gradualmente. Ella se hallaba sola con sus esfuerzos, abriéndose camino incesantemente hacia la meta que había de revelar la Christian Science, premiando así su confianza en que el bien es infinito y haciendo esta Ciencia práctica para toda la humanidad. Ni la crítica ni la contumelia la arredraron. El desaliento y la desesperación ella los vió correctamente como tentaciones y los desalojó de su consciencia tan pronta y eficazmente como todas las otras formas del error.
Nos dice en Ciencia y Salud (pág. 118): “Los siglos pasan, pero esta levadura de la Verdad siempre sigue operando,” y amplia es la prueba de que sigue leudando. Porque la Christian Science es mensaje de libertad. Liberta de las leyes falsas de las creencias mortales, de la esclavitud del pecado y la enfermedad, y de estar supeditados a los hábitos y costumbres que resultan en deterioro y decaimiento. Su misión es alterarlo todo “hasta que venga Aquel cuyo es el derecho” (Ezequiel 21:27). Es revolucionariamente radical como causa y como efecto por igual.
El pensamiento o modo de pensar del mundo va abandonando su confianza en la materia como todo en todo y encaminando sus esfuerzos hacia las posibilidades de la expansión de la comprensión y de la visión. Eso acabará por hacerlo percibir que la Mente divina es la única Mente, y que es infinita; que la ley de la redención actúa en la experiencia individual de los humanos y que los ha de guiar a las alturas divinas.
La mente mortal, que tiende tan fácilmente a sentir lástima de sí misma, olvida que un período de prueba puede ser un período de triunfo. No es precisamente nuestro destino sino más bien nuestro privilegio vivir en una era en que se derrumban las creencias falsas, cuando las convicciones erróneas, por tenaces que sean, ceden a la comprensión de que Dios es Todo y está siempre presente. Lo que pasa con el pensar desorientado, perdido hasta ahora en el laberinto de la incredulidad, es que ya despierta a la consciencia de la realidad de las ideas espirituales. La humanidad busca el reino de Dios. Y bendiciones indecibles ha de ser el resultado inevitable.
Mrs. Eddy se percataba de la fuerza con que su descubrimiento haría estremecer la complacencia humana hasta sus cimientos. También sabía que hay que exponer o desencubrir el mal a fin de destruirlo. Hay que entender que no es nada. “El gran dragón rojo simboliza una mentira,— la creencia de que la substancia, la vida y la inteligencia pueden ser materiales,” nos dice (Ciencia y Salud, pág. 563). Aun en el breve período de tiempo que ha transcurrido desde que se descubrió la Christian Science, millares de casos auténticos pueden citarse para probar el poder curativo de la Palabra sagrada para aliviar las angustias humanas, curar enfermedades, echar fuera los pecados y regenerar a la humanidad. ¿Y qué decir de los otros desenvolvimientos que han resultado? En menos de un siglo después de descubierta esta Ciencia ya comienza a aniquilarse el tiempo y a vencerse el espacio a un paso que nadie se imaginaba hasta hoy. La norma del pensamiento humano ha cambiado. La escolástica — secular,eclesiástica y científica — ha desechado algunas de las coartaciones y sujeciones que ella misma se había impuesto, saliendo de esos límites para explorar nuevos campos. Ningún nuevo desarrollo, por fantástico que sea, parece causar ya más que ráfaga de conmoción momentánea.
A todo eso ha seguido lo que llamamos desarrollos atómicos y a los que la mente mortal prende, en la misma fórmula, su teoría favorita de grandes posibilidades del bien aunadas potencialmente a males incalculables. Cree la mente mortal que se halla frente a frente con la posible desintegración de su propia estructura, único universo que ha conocido, su propio concepto del ser. Lo cual induce su propia reacción mortal que llama temor universal.
El Científico Cristiano verdadero vence tal temor en él y en otros, sabedor de que los trastornos catastróficos de la fuerza no pueden producir sino la destrucción del mal. A la hora de la prueba, él ha de obrar con valor y fortaleza. Sabiendo que el Amor infinito es poder infinito, librará su corazón de todo temor, resentimiento, odio, envidia o malignidad. Y, revestido de fuerza espiritual, queda divinamente equipado.
Las incontables curaciones, incluso las de las supuestas enfermedades incurables y el vencimiento de las calamidades y el pecado, que ocurren cada día en las vidas de los Científicos Cristianos, prueban suficientemente el poder del Verbo. La Christian Science es la religión del conocimiento de la salvación. Estemos, pues, seguros de que nuestras oraciones cotidianas ascienden de veras al Padre, son de veras de comunión o unidad con esa consciencia divina que no sólo puede salvar al mundo, sino que de hecho lo ha salvado. Cerciorémonos también que entendemos y demostramos las palabras de Cristo Jesús (Juan 10: 30): “Yo y el padre somos uno.”
Os hago saber, hermanos, respecto del evangelio que fué predicado por mí, que no es según hombre. Porque no lo recibí de hombre alguno, ni tampoco me fué enseñado; sino que lo recibí por revelación de Jesucristo.—Gálatas 1:11, 12.